Por Iván García.
Beber ron era una válvula de escape para Dionisio. Todas las tardes, a la salida de su trabajo como cocinero en una escuela primaria vendía dos litros de aceite hurtado y compraba una botella de ron ‘pendenciero’ (fuerte) que le sacaba las lágrimas.
Lo tomaba a pulso. Como un cosaco. En un principio bebía con algunos colegas de trabajo, borrachines consuetudinarios, luego en solitario se bebía hasta dos litros de ‘chispa de tren’ la bebida insigne de los cubanos sin recursos.
El ‘chipa de tren’ es un alcohol para cocinar que se filtra con carbón o miel de purga (melaza de caña de azúcar). A veces con mierda de vaca. Sólo de olerlo puede provocar náuseas. Se vende a diez pesos (0.50 centavos de dólar) la botella.
Y es el escalón más bajo que puede caer un alcohólico sin control. Dionisio sabe de lo que se trata. "Estuve cinco años viviendo en el infierno. Cuando estaba ebrio me daba por robar neumáticos de autos o sillones en los portales. Me pilló la policía y estuve dos años en el ‘tanque’ (cárcel). Todas las mujeres que tuve me dejaban. Ninguna estaba para soportar mis borracheras. Cuando entraba en crisis alcohólica estaba una semana sin bañarme. Lo vendía todo. Desde la ropa hasta los muebles de mi casa".
Desde hace un mes, Dionisio acude a una consulta especializada donde recibe tratamiento. Por otro camino llegó a la bebida Roberto. Trabajaba de cantinero en un hotel, donde tomar cerveza y ron de calidad resultaba fácil. Y gratis.
"Cada trago que preparaba a los clientes les echaba poco ron. Al final de la jornada lograba acumular hasta dos botellas solo para mí. Cuando estaba ebrio lo que armaba era tremendo. Siempre terminaba dándome puñetazos con cualquiera. Golpeaba a mis hijos y mi mujer. Varias veces despertaba tirado en un portal o en una parada de ómnibus. Desnudo o en calzoncillos, pues me robaban la ropa y el dinero", cuenta Roberto.
Su familia salió en su auxilio. Hace un año no bebe alcohol. Junto a un grupo de ex alcohólicos se atiende en una clínica de la Avenida 26, a un costado de la Ciudad Deportiva.
Precisamente en esa clínica trabaja la doctora Elsa. Después de 15 años, como nadie conoce lo que provoca el alcoholismo. "Atiendo pacientes que el alcohol y las drogas los había convertidos en despojos humanos. Hacían cualquier cosa, incluso hasta matar", comenta la doctora habanera.
Empinar el codo se ha convertido en un pasatiempo nacional. Igual que la pelota, el sexo o marcharse del país. Algunos como el cantinero Roberto o el cocinero Dionisio, gracias a tratamientos médicos, han dejado atrás la bebida y sus vidas parecen encaminarse.
Pero no todos los alcohólicos en Cuba pueden atajar a tiempo las consecuencias de beber aguardiente o cerveza sin control. No están conscientes de que son personas enfermas.
Casi todos comienzan como bebedores sociales. Cualquier motivo es un pretexto para tomarse un litro de ron. Luis empezó así. Pero está pagando un precio muy alto. Lo ha perdido todo. Desde la familia hasta sus hijos, que cuando lo ven, sucio y sin afeitar viran el rostro hacia otro lado. Diariamente bebe compulsivamente el infame ron casero de los olvidados. Y lo peor es que no puede, o no sabe, renunciar al alcohol.
Come sobra de los contenedores de basura. Para conseguir dinero roba cualquier cosa. Se ha convertido en un ratero de baja estofa. Cuando lo atrapa la policía suele estar mejor.
En la celda tiene garantizado almuerzo y comida. Y hasta se baña. La vida para él es una fiera que nunca ha podido domar. Lo único que le interesa es a diario poder darse tragos amplios de alcohol, de un pomo plástico que guarda en el bolsillo trasero de su hediondo pantalón.
Tras sus borracheras olímpicas cae fulminado en unos cartones que le sirven de cama en los portales de la Calzada 10 de Octubre. Hace rato que Luis ha tocado fondo.
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