sábado, 4 de junio de 2011

Zunzunes por cuenta propia.

Por Víctor Manuel Domínguez.

Los vendedores ambulantes no tienen derecho a elegir un espacio para comercializar. Son obligados a circular de esquina a esquina por la ciudad bajo el asedio de los inspectores estatales. A pesar de la puntualidad en los pagos de la licencia y el impuesto fiscal, a diario se les imponen multas por detenerse a vender sus productos.

Los vendedores de tamales en Cabaigúan, los de percheros en Regla, o de maní tostado en Luyanó, no saben cuántas horas o minutos tienen permitidos para detenerse a pregonar y vender en un lugar. Tampoco los amoladores de tijeras en Centro Habana, ni los granizaderos en el Vedado. Mucho menos los rellenadores de fosforeras en Perico, y como si fuera poco, tampoco lo saben los inspectores.

De acuerdo a las quejas enviadas a los diarios nacionales y provinciales, muchos inspectores abusan de su poder. "No existe ser humano capaz de caminar más de ocho horas diarias de trabajo bajo el sol, sin detenerse. Me pusieron 250 pesos de multa por contravención" -denuncio un vendedor.

Otro dijo que se veía obligado a desandar el Vedado loma arriba y loma abajo, con un carrito de granizado lleno de hielo y las botellas de sirope, sin apenas parar. Cuando se detuvo alrededor de una hora en una esquina, le impusieron una multa de 500 pesos.

Según ambos afectados, cuando les preguntaron a los inspectores que los multó cuál era el tiempo permitido para estacionarse en un lugar, les respondieron que no sabían. Se determina por apreciación. Es decir, cualquier vendedor por cuenta propia está sujeto al criterio de un cuerpo de inspectores que al no encontrar una legislación que regule su desempeño, la inventa.

La reglamentación oficial sobre los 178 empleos autorizados a ejercer por cuenta propia, no contempla el tiempo de permanencia en un punto como una de las contravenciones disciplinarias a tener en cuenta en el caso de los vendedores ambulantes. Si bien detalla en qué consiste la función, cuánto tributar, cuáles productos o servicios se pueden ofrecer, con calidad e higiene, no regula el tiempo que se puede detener un vendedor a comerciar. Los inspectores estatales son quienes violan la ley. A ellos es a quienes debían multar. Como si la cantidad de multas impuestas fueran una meta a cumplir, multiplican las contravenciones.

Roban con impunidad el esfuerzo del vendedor.

Ante la falta de control sobre el trabajo de los inspectores, los vendedores se sienten desamparados. Muchos entregan la licencia y otros planean hacerlo. Pierden dinero por las multas y la poca venta. Andan como zunzunes que vuelan de flor en flor, pregonan de un lado a otro su mercancía para huir del misterioso cronómetro con que miden la hora los inspectores estatales.
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