Por Miguel Iturria Savón.
El concierto de Pablo Milanés, anunciado para el 27 de agosto en American Airlines Arena de Miami, desata opiniones contrapuestas en la capital del exilio cubano, donde los promotores de Fuego Entertainment colocaron vallas lumínicas, pancartas en las paradas de los autobuses y anuncios televisivos, lo cual pasa inadvertido para algunos pero irrita a centenares de críticos que califican al autor de "Yolanda", "Para vivir" y "El breve espacio en que no estás" en "emisario del gobierno de Castro disfrazado de músico".
En el extremo contrario está el empresario Hugo Cancio, organizador de los supuestos intercambios culturales entre artistas de Cuba y los Estados Unidos, quien afirma que "Pablo Milanés es sin dudas un ícono musical seguido por millones de admiradores alrededor del mundo. Estamos tremendamente entusiasmados y orgullosos de tener la oportunidad de producir su primera gira en Estados Unidos en casi una década."
Como si fuera poco, Hugo Cancio anuncia por Internet que la presentación en Miami del cantautor cubano "es un evento histórico, único, icónico, una prueba contundente de que nuestra ciudad ha cambiado, que hemos madurado, que somos más tolerantes, sabios, que estamos más unidos, que una nueva generación florece, brota, se esparce…"
Al margen de las exageraciones del presidente de Fuego Entertainment y de las razones de los exiliados que ven en Pablo Milanés al vocero musical de la dictadura cubana, vale aclarar que el dilema es resultado del tradicional posicionamiento ideológico impuesto en la isla hace medio siglo.
Es cierto que Pablo Milanés, como Silvio Rodríguez, fue un cantor comprometida con la revolución y el socialismo. Al fundar el Movimiento de la Nueva Trova a fines de los sesenta ambos pregonaron las quimeras oficiales y recibieron muchísimo apoyo en sus "misiones" dentro y fuera de la isla. Silvio sigue sujeto a los círculos del poder, pero Pablo lleva dos décadas de distanciamiento; en su caso, calificarlo de "oficialista" equivale a desconocer sus críticas al régimen y su honestidad personal.
Pensemos, además, en el derecho de los empresarios del arte a contratar a las figuras que se ajusten a sus espectáculos, y en el derecho de los artistas a actuar donde deseen. No hay que ponerse en guardia porque Pablo Milanés cante en Miami o Puerto Rico. Pablo, como Silvio, Chucho Valdés o Juan Formell son también hijos del mercado, gracias al mercado internacional del disco tienen dinero y libertad para viajar; si fuera por los comisarios del régimen sobrevivirían ataditos a nuestras obsoletas empresas musicales.
Nada nuevo ofrecen estos intérpretes porque el tema y las variables de la "Nueva Trova" es historia antigua, como la "magia revolucionaria" que los contagió en el pasado. En el caso de Pablo, estamos ante un artista que cruza el umbral del pasado y critica a los dioses del naufragio insular; más que un cantor oficial parece un disidente limitado por ciertos credos y compromisos. Aunque Miami es el reverso de La Habana, ¿por qué exigirles otro posicionamiento político?
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