jueves, 15 de septiembre de 2011

Vuelven los aires acondicionados a la isla.

Por Iván García.

El tropel de gente que se arremolina en los estantes del Centro Comercial Carlos III es impresionante. Ahora mismo estamos en el departamento de equipos electrodomésticos.

Ya están a la venta aires acondicionados, sartenes eléctricos, tostadoras y freidoras. Desde 2003, por orden de Fidel Castro, el ministerio de Comercio Interior había prohibido la venta de esos artículos. Ahora el General Raúl Castro echó abajo los decretos que prohibían su venta.

Rosa, ama de casa, está contenta. “Ya puedo ahorrar y comprar un aire. También quisiera adquirir una ducha eléctrica”, dice mientras mira compulsivamente de un mostrador a otro. Ella padece del síndrome de la cucarachita Martina.

No sabe qué comprar. Sus parientes en Miami le giran 300 dólares mensuales. Pero cuando observa que el precio de un aire acondicionado supera los 880 dólares, sabe que tendrá que seguir guardando dinero en la alcancía (hucha).

En Cuba, las personas suelen ir a las shoppings (tiendas recaudadoras de divisas) en plan de safari. Aprietan sus narices contra las vidrieras, manosean los artículos y se prueban los últimos vaqueros Diesel. Es casi una manía. Mirar y no comprar.

En este verano de calor espantoso visitar tiendas y  boutiques siempre es agradable. Se mata el tedio. Te atienden de primera, con buenas tardes y señor incluido. Y, sobre todo, uno toma un soplo de aire acondicionado. Que no está mal.

La gente ve a las shoppings como una especie de oasis en un desierto. Luego si compras o no, deja de ser importante. Lo primero es curiosear. Apuntar los precios. E indagar con el rostro serio las cualidades técnicas de un ordenador, el tele de plasma, “sí aquel, el de 42 pulgadas”, o la última novedad en La Habana, los aires acondicionados.

Diego, con pinta de maceta (tener dinero), sí fue a comprar. Es un gordo sudoroso con el cuello cargado de cadenas de oro. Es cubano. Pero del otro lado.

Ha ido con toda la tropa. Hijos, tíos, primos y dos abuelas. El tipo viene a gastar. Y bastante. Desde juguetes, que por su alto precio estaban cubiertos de polvo en un rincón, hasta perfumes, calzados, un ordenador para su sobrino y tres aires acondicionados, para que su familión soporte mejor estos calores africanos.

“Se me fueron casi 4 mil dólares. Pero valió la pena. Llevaba 15 años sin venir a Cuba. He trabajado duro y las cosas me han salido bien”, dice mientras se seca el sudor con un pañuelo. “Este calor no hay quien lo soporte. Si a algo me he acostumbrado en Estados Unidos es que todas las casas, oficinas y comercios tienen aire acondicionado”, agrega.

Diego y su familia revisan meticulosamente las compras. Sobre todo los aires acondicionados. El hombre es técnico en equipos climatizados. “No son tan buenos como un Admiral, pero creo que resolverán”, apunta. La familia asiente satisfecha. Hasta hoy no tenían ninguno.
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