Ciro Bayo: ¿Tuvo amigos entre los que encontró apoyo? ¿Algún poeta mayor?
Lezama Lima: Ya le he hablado de la amistad que existía entre nosotros, que más que amistad es lo que la Biblia llama la familia del espíritu. Todos esos amigos míos fueron un estímulo y lo son aún, pues me convidan a lo más noble y a lo más bello, y ya por el año 1936 conocimos a Juan Ramón Jiménez. A él le debo las cordiales frases que me dedica al final de mi Coloquio. Yo le había entregado para que lo leyera mi Coloquio y cuando me lo devolvió le había añadido el párrafo final, aquel que dice: "Con usted, amigo Lezama, tan despierto, tan ávido, tan lleno, se puede seguir hablando de poesía siempre, sin agotamiento ni cansancio, aunque no extendamos a veces su abundante noción ni su expresión borbotanto." Colaboró Juan Ramón en todas las revistas que hicimos y hasta el final nos acompañó con sus consejos, con su ejemplo, con su poesía. Por aquellos años también estuvo entre nosotros otro gran espíritu inolvidable, Maria Zambrano. Ella escribió las admirables páginas de "La Cuba secreta" donde estudia con gran fineza y profundidad lo que para ella era Orígenes. El doctor Pittaluga también fué un gran amigo de todos nosotros. Fué un caballero y un sabio. Supo llevar su destierro con una gran dignidad. A veces se reunía con nosotros y nos hablaba de sus viajes, de sus expediciones científicas. Era un estilo viviente, sabía citar un clásico o fumarse un tabaco en una forma incomparable. Años más tarde, estuvo entre nosotros el gran poeta Luis Cernuda, y aunque en apariencia era áspero y retraído, con nosotros fué comunicativo y cordialísimo. Otro gran poeta, Wallace Stevens, que tiene un precioso poema que se llama Discurso académico en La Habana, nos mandaba sus libros, nos escribía cartas cuando nosotros le enviábamos los nuestros y mostró siempre gran interés por las imágenes que el recuerdo de lo cubano despertaba en él.
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