Por Arnaldo M. Fernández.
Al empeñarse en dar gato accidental de acomodos del castrismo por liebre sustancial de cambios bajo "el raulismo", la izquierda plattista, id est: que cifra la salvación del régimen en el libre comercio con los EE. UU., delira ya con el cadáver que echóse a andar. Así tenemos a la nueva Cuba bajo Raúl Castro dando pasos hacia la economía mixta. Por lo menos desde que Charles Edward Lindblom (Universidad de Yale) dio a imprenta Politics and Market (Nueva York: Basic Books, 1977) quedó claro no tanto la dificultad práctica de proyectar economías mixtas, sino más bien que ninguna teoría del socialismo de mercado puede fijar la economía mixta ni siquiera como idea regulativa o finalidad prevista.
Las economías de mercado y de ordeno-mando se definen por exclusión recíproca. Tapar ese sol del mundo lógico con el dedo de tal o cual mixtura equivale a violar el principio del tercero excluido. Desde luego que la izquierda plattista puede abroquelarse con la dialéctica frente a los dardos de la lógica formal, pero la lógica de los sistemas frena este ademán especulativo. El mercado es subsistema de la economía, la cual se entrecruza con otro sistema social: la política. El Estado ha intervenido siempre en el sistema económico, pero las meras proporciones de la intervención no autorizan para derivar mixturas de impurezas. La economía mixta es concepto al garete al indicar ya solo mezcla entre mercado y planificación sin precisar si esta última desempeña la función decisiva del mercado: cálculo económico y fijación de precios. Así sucede en Cuba, donde no se reanima el mercado, sino que se alarga el duelo por su defunción.
Antes de que a Stalin se le ocurriera el plan quinquenal, Ludwig von Mises (Universidad de Viena) había explicado en Die Gemeinwirtschaft: Untersuchungen über den Sozialismus [La economía colectivista: Investigaciones sobre el socialismo] (Jena: Gustav Fischer Verlag, 1922) que al suplantar el mercado con tal o cual mastermind soberano, el socialismo tornaba imposible el cálculo económico y privaba a la economía de su racionalidad. Solo que tendrían que pasar siete décadas de régimen soviético -con ingente despilfarro y encubrimiento de (incluso autoengaño sobre) la explotación más despiadada- para reconocer que von Mises tenía la razón.
El caso cubano se aproxima ya a la sexta década y todavía la izquierda plattista sigue pensando que el Estado soberano puede alumbrar milagros al oficiar como planificador. La economía mixta se planta como hito o mojón para atenuar la planificación socialista o dirección centralizada de la economía como rasgo esencial del Estado totalitario castrista. Así vuelve a generarse otro espejismo de que "Cuba va" con intención de hacerla condigna del mercado del imperio, que parece haberse despojado de toda su pregonada maldad originaria para volverse tan apetecible al "Estado socialista de trabajadores".
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