Por Ariel Hidalgo.
En 1986 un oficial de la Seguridad del Estado cubana nos reprochó, en la prisión Combinado del Este, el hecho de que el Club de París cortara los créditos al gobierno cubano alegando violaciones de derechos humanos denunciados internacionalmente por los disidentes. Independientemente de si ese pretexto fue usado o no realmente, aquella suspensión nada tenía que ver con derechos humanos sino con la falta de garantía del gobierno cubano, en particular la suspensión de los pagos de su deuda de $15,000 millones.
Por entonces el movimiento disidente organizado se estrenaba en la palestra pública (el entonces presidente del Consejo de Estado no había exagerado cuando nos calificara de “grupúsculos”). Con la emergencia del movimiento disidente y el corte de los créditos del Club de París, se iniciaba en los 80 un período bastante difícil de la historia del país como prolongación en la región de una guerra fría que en el mundo ya estaba en trámites de redactar su acta de defunción.
Juan Pablo II, durante su visita en 1998, exhortaría a que Cuba se abriera al mundo y a que el mundo se abriera a Cuba. Hoy, con el acuerdo del Club de París y el acercamiento entre Cuba y Estados Unidos, donde jugó un papel decisivo el Papa Francisco, acompañada de aperturas de viajes y remesas así como de proyectos de ley en el Congreso destinados a desmantelar el embargo, se abre un nuevo período. Es indudable que el mundo ya se está abriendo a Cuba. Pero la receptividad a la otra parte de la exhortación… no se evidencia aún.
Abrirse al mundo no significa sólo abrirse a los inversionistas extranjeros sino además, cumplir las normas internacionales de derechos humanos ratificando sus tratados y adoptando medidas para hacerlos cumplir, en partícular el reconocimiento oficial de un comité de derechos humanos con acceso a centros penitenciarios, formado entre los disidentes más prestigiosos por su veracidad e imparcialidad, pero al mismo tiempo con suficiente reconocimiento internacional como para no enfrentar cuestionamientos de credibilidad (no tienen que pagarles salarios por su valioso servicio de develar, ante la dirigencia, las lacras de su propia administración, pues de eso pueden ocuparse fundaciones internacionales).
Se trata también de comenzar a abrir la libre expresión en los medios de difusión a quienes mantengan posiciones alternativas a la línea oficial, –gradualmente si no existiera otra opción –, comenzando por las agrupaciones nacidas en los marcos institucionales de la sociedad cubana que reclaman un modelo de socialismo democrático y participativo, generalizar el acceso a internet de toda la población, y democratizar el sistema electoral en todos los niveles, sin imposiciones de candidatos por parte de élites partidistas o estatales.
Y sobre todo favorecer a los sectores de la población que han quedado al margen de las ventajas de los cambios, generalizando, por ejemplo, la cooperativización de los pequeños centros del Estado sin que tengan que pagar, además de altos impuestos, arriendos por los locales e instrumentos de trabajo con que laboran (después de todo esos medios de producción pertenecen, constitucionalmente, a los trabajadores, no al Estado), crear un sistema cogestionario en las grandes unidades productivas del Estado donde los trabajadores participen tanto en la dirección como de las utilidades (si se dejan las empresas estatales en manos de la burocracia corrupta que ha hundido al país, quien heredará el control de la economía será una mafia empresarial que no tendrá escrúpulo alguno en pactar con carteles de la droga ansiosos por controlar la vía de Cuba hacia el mercado norteamericano); permitir el acceso a los programas de microcréditos internacionales a todo el que quiera abrir nuevas fuentes de subsistencia, ya sean individuos, familias o grupos cooperativos o autogestionarios, y crear bancos de fomento de la vivienda a las familias de bajos recursos.
En otras palabras, si ya está en marcha el desmantelamiento del bloqueo externo, ahora, General, le toca a Ud. comenzar a desmantelar el bloqueo interno. Empodere al pueblo, General, y evitará que el fruto final de lo que ustedes han llamado “socialismo”, no sea otra cosa que un narco-Estado con poderes absolutos sobre una masa empobrecida, atada y amordazada ante la insaciable voracidad de las huestes corporativas.
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