domingo, 28 de junio de 2015

¿Vale la pena invertir en Cuba?

Por Jorge Olivera Castillo.

En las condiciones actuales, invertir en Cuba es meterse en camisa de once varas. Las empresas europeas y canadienses que se han atrevido a poner sus capitales en la Isla, saben lo escarpado que resulta el camino de las ganancias.

Llegar a ser rentable es un reto de titanes en un ambiente lastrado de prohibiciones escritas o legitimadas por la voz de algún burócrata.

No es fácil sortear los escollos de una economía que mantiene sus blindajes contra las leyes de la economía de mercado.

El capitalismo que han autorizado los gerifaltes de la revolución nada tiene que ver con los manuales de Wall Street ni con las teorías del Milton Friedman. Su tipología es feudal, sin dejar fuera de la apreciación, las protuberancias marxistas-leninistas y otros afeites de mayor antigüedad en la historia de la evolución de la raza humana.

El engendro que dio a luz el socialismo cubano continúa siendo alérgico a la propiedad privada, la libre sindicalización y a todo lo que contenga algún viso de racionalidad en la perspectiva de articular un sistema económico sustentable.

Así que desembarcar en la finca de los Castro con la disposición de fundar una empresa, requiere pensarlo más dos veces.

Para posicionarse en los enclaves de la rentabilidad se requiere de habilidades que nada tienen en común con la honestidad y la decencia.

Pudieran existir casos aislados de éxitos al margen de las corruptelas que se han estandarizado en la sociedad y en el gobierno, pero una parte notable de empresarios termina interactuando con las mafias que salen de las madrigueras del partido comunista con la mente llena de consignas, frases patrióticas, entre otros productos de la quincallería política.

Recientemente, un reporte de la firma de inversiones de bienes raíces JLL (Jones Lang LaSalle) sobre las oportunidades de negocio en Cuba, se refería a la ausencia de un marco apropiado para hacerlo.

Las alusiones de la referida entidad se unen al coro internacional que llama a afinar las miradas y al aguzamiento de los oídos frente a los cantos de sirena que salen desde La Habana en estéreo y cada vez más frecuentes.

En la palabrería de los funcionarios gubernamentales sobran las promesas y faltan los hechos concretos.

Todavía se espera por las definiciones de una apertura que se ha quedado como un intento baladí para salir del estancamiento.

En esencia la mayor parte de los elementos que explican la disfuncionalidad del modelo económico conservan el lugar que le asignaron los ingenieros del desastre.

El presidente cubano alarga ex profeso la duración de las pausas en la actualización del modelo socialista.

No quiere complicaciones con una potencial avalancha de inversores estadounidenses.

De ahí se desprenden sus preferencias por los remiendos y el desmontaje de ciertas piezas, siempre con la certeza de que estas acciones no redunden en situaciones inmanejables.

Invertir en las condiciones actuales sería como caminar sobre una en la cuerda floja sin malla de protección. ¿Tiene sentido arriesgarse tanto?

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