Por Miguel Sales Figueroa.
El 19 de abril de 2018, un oscuro burócrata de 57 años de edad, Miguel Díaz-Canel recibió de manos del General Raúl Castro el nombramiento de Presidente del Consejo de Estado y de Ministros de la República de Cuba. En su discurso de investidura ante la Asamblea Nacional del Poder Popular (parlamento unicameral), el flamante mandatario se apresuró a dejar muy claro su propósito de asegurar la continuidad del régimen de partido único y economía estatizada vigente en la Isla desde hace seis décadas e hizo hincapié en que Castro, de 86 años de edad, seguiría dirigiendo el país desde el cargo de Secretario General del Partido Comunista (PCC), que sólo abandonará en 2021.
“Asumo la responsabilidad para la que se me ha elegido”, -declaró Díaz-Canel- ”con la convicción de que todos los cubanos seremos fieles al legado del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, líder histórico de la Revolución Cubana, y al ejemplo del General de Ejército, Raúl Castro Ruz, líder actual del proceso revolucionario”. En referencia velada a cualquier ilusión de tolerancia o pluralismo político que alguien pudiera albergar, el elegido añadió: “Para nosotros está totalmente claro que sólo el Partido Comunista de Cuba garantiza la unidad de la nación y de su pueblo”. Finalmente, reiteró la obviedad que todos los asistentes esperaban oír: “Le afirmo a esta Asamblea que el General de Ejército [Raúl Castro] encabezará las decisiones de mayor trascendencia para el presente y futuro de la nación” . Con estas garantías, Díaz-Canel confirmaba su condición de “mandamenos” en el aparato, que seguirá subordinado a un mandamás de apellido Castro.
Esta triple profesión de fe –a las ideas del difunto Fidel Castro, al liderazgo ‘en la sombra’ de su hermano menor y a la función hegemónica del Partido Comunista- puso fin por el momento a cualquier especulación acerca de la futura autonomía del nuevo presidente. Díaz-Canel no asumía la primera magistratura del país con la intención de mandar o decidir nada fundamental, como correspondería al cargo que detenta, sino con el cometido de ejecutar las órdenes que emitirá el Primer Secretario del PCC, entidad a la que el artículo 5 de la Constitución cubana atribuye en exclusiva la condición de “fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado, que organiza y orienta los esfuerzos comunes hacía los altos fines de la construcción del socialismo y el avance hacía la sociedad comunista” .
La retórica hueca (‘langue de bois’ le llamarían los franceses) que perdura enquistada en el texto constitucional cubano dio un tono aún más surrealista a la ceremonia. Hace muchos años ya que el gobierno de La Habana desistió de la construcción del socialismo y la marcha hacia la sociedad comunista y sustituyó esas tareas por una reestructuración económica pautada según las normas del mercado mundial, bajo el control de ex generales y antiguos funcionarios reconvertidos en capitanes de empresa. Todos los sectores rentables del país, desde el turismo hasta el níquel, pasando por la comercialización del tabaco, los productos de biotecnología y los servicios profesionales que se contratan en el extranjero, están en manos de la nueva clase empresarial, equivalente a la boliburguesía que medró en Venezuela bajo el régimen de Hugo Chávez.
Al parecer, en la nueva Constitución que el Gobierno elabora actualmente se reconocerán esos cambios y se dará cabida a otros en el ámbito económico. Pero la intención de sus gestores, al menos por ahora, es la de no realizar modificación alguna en el sistema político, con el fin de mantener sine die el monopolio del PCC. Así lo explicó el propio Díaz-Canel pocos días después, al presentar la comisión encargada de redactar el documento: “Los enunciados de la nueva Constitución tendrán en cuenta los principios humanistas y de justicia social que configuran nuestro sistema político y considerar [sic] como pilares inconmovibles la irrevocabilidad del sistema socialista que soberanamente adoptó nuestro pueblo; ratificar [sic] hoy más que nunca, la unidad nacional y el papel del Partido Comunista de Cuba, como vanguardia organizada y fuerza dirigente superior de la sociedad y el Estado” .
¿Pero quién es Miguel Díaz-Canel Bermúdez?
Según la información suministrada por la prensa cubana, Díaz-Canel se graduó en 1982 de ingeniero electrónico en una universidad de provincia. Tras un paso fugaz por la docencia, se dedicó íntegramente a la labor política, primero en la Unión de Jóvenes Comunistas y luego en las filas del PCC.
El nuevo mandatario fue primer vicepresidente (2013-2018) y ministro de Educación Superior (2009-2012). Antes había desempeñado el cargo de primer secretario del PCC en las provincias de Holguín (2003-2009) y Villa Clara (1994-2003) Titular, a los 22 años de edad (1982), de un diploma de dudoso valor académico otorgado por una universidad de ínfima categoría , aquejado de una pobre formación intelectual que se refleja en sus discursos y carente de experiencia en el ejercicio de su profesión, Díaz Canel es el clásico apparatchik de lo que podría denominarse la vertiente civil del régimen, si esa distinción entre lo civil y lo militar tuviera algún sentido en el interior del socialismo cubano.
En los meses que precedieron a su designación, los medios propagandísticos del Gobierno publicaron algunas historias y entrevistas en las que el presunto candidato aparecía como un funcionario competente y ‘cercano al pueblo’, un burócrata joven que durante el ‘periodo especial’ se desplazaba en bicicleta por la ciudad de Santa Clara, atendía las quejas de los vecinos y solía escuchar música extranjera, actividades que sin duda resultaban bastante insólitas para un alto cargo del PCC. Además, en un inédito ejercicio de iconoclasia, hasta se atrevía a mostrarse en público acompañado de su esposa.
Pero esa imagen de liberal y renovador audaz contrasta con las declaraciones que el interesado ha emitido últimamente, ajustadas a la más rígida ortodoxia leninista. En 2017, cuando ya desempeñaba la primera vicepresidencia del Gobierno y empezaba a perfilarse como futuro presidente, Díaz Canel alcanzó cierta notoriedad por un vídeo filtrado desde Cuba, en el que descalificaba a los opositores, abogaba por clausurar los blogs y otros medios de prensa independientes y calificaba a las embajadas europeas de avanzadillas de la subversión contrarrevolucionaria .
La clave de la ascensión de Díaz-Canel en el equipo de octogenarios que todavía domina el poder en Cuba la explicó el propio Raúl Castro durante la ceremonia de investidura. “El compañero Díaz-Canel no es un improvisado”, dijo el General. “A lo largo de los años ha demostrado capacidad de trabajo, solidez ideológica y compromiso hacia la Revolución. Su crecimiento no ha sido fruto de apresuramientos. Su caso no ha sido como otros, donde cometimos el error de acelerar el proceso” .
Esos ‘otros’ fueron los jóvenes dirigentes que en las últimas décadas recibieron promociones dentro del aparato gubernamental, pero que mostraron demasiada impaciencia o independencia de criterio y terminaron destituidos por Fidel o por el propio Raúl Castro, con la anuencia de su hermano. Los casos más notorios fueron los de Carlos Lage, Roberto Robaina y Felipe Pérez Roque. Los dos últimos, ministros de Relaciones Exteriores y altos funcionarios del PCC, fueron fulminados en 1999 y 2009, respectivamente. En este último año cayó también el médico Lage, que era vicepresidente del Consejo de Estado y uno de los funcionarios mejor situados en las quinielas sucesorias. Según explicó entonces Fidel Castro en un artículo de prensa, “la miel del poder, por el cual no conocieron sacrificio alguno, despertó en ellos ambiciones que los condujeron a un papel indigno. El enemigo externo se llenó de ilusiones con ellos” . Los verdaderos motivos de la destitución parecen haber sido las críticas y burlas que los defenestrados solían emitir en privado al referirse a la ‘dirigencia histórica’ del Gobierno, en conversaciones que la policía política se encargó de grabar y transmitir a las más altas instancias.
Como señaló Raúl Castro, Díaz Canel es prácticamente el único superviviente de ese grupo de una docena de jóvenes promesas que la dirigencia cubana preparó para el relevo generacional. Eso indica que el nuevo presidente está dotado de las virtudes necesarias para ganarse la confianza de sus jefes: ha hecho gala de una obediencia sin fisuras, repite puntualmente las consignas y los lugares comunes de la vulgata castrista y no deja traslucir la más mínima independencia de criterio que pueda poner en peligro sus perspectivas políticas. Y, sobre todo, ha sabido mantenerse alejado de “las mieles del poder”, cuya usurpación tanto irrita a la familia Castro, que se considera la única apicultora legítima de la Isla.
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