Por el poeta Jorge Luis Borges supe que Emerson veía una biblioteca como un gabinete mágico ocupado por muchos espíritus hechizados que despiertan cuando los llamamos; y también nos advirtió que mientras no abrimos ese libro lo estamos convirtiendo “en una cosa entre las cosas”. Hoy en Cuba se cometió una de esas macabras irreverencias, insolencias sería mejor, pero más exacto: apostasía, descaro.
Mientras escribo estas líneas todavía transcurre el noveno día del mes de agosto, y esa fue la razón que me llevó a buscar en la prensa oficial alguna referencia a la muerte de José Lezama Lima, pero ninguna mención hizo el Granma al autor de “Paradiso”, aunque alguna vez escribiera, quizá embrujado, “El 26 de julio, imagen y posibilidad”. El diario de los comunistas cubanos ocupa sus páginas más visibles con los argumentos que ofrece Nicolás Maduro mientras intenta explicar la muerte que le habían preparado desde EEUU y Colombia.
La página cultural se ocupó dando detalles de la programación de la televisión nacional, y también en advertirnos que la Sinfónica Nacional cerraba su temporada con dos estrenos mundiales, mientras que el Consejo de las Artes escénicas cuenta de su verano muy cargado en presentaciones teatrales, y también del circo nacional, mientras que en la última de sus páginas, en ese cintillo en el que se destacan las más sonadas efemérides, nos recordaron el lanzamiento de la bomba atómica en Nagasaki y la muerte de un boliviano, integrante de la guerrilla del Ché, en la selva boliviana.
Ese olvido voluntario prueba cómo este gobierno se empeña en usar el silencio como castigo, aun cuando ya el poeta conociera, en vida, de condenas, de patrañas, de “enemigos rumores”. Y es que Lezama, a pesar de su entusiasmo con el ataque al Cuartel Moncada, sufrió el ostracismo que decidieron para él aquellos atacantes que luego subieron al poder. El poeta, ese que colaboró desde los primeros días en el periódico “Revolución”, sufrió las embestidas de los “revolucionarios” por todos los flancos de su inmensa anatomía. Hasta se le dio el título de viajero inmóvil, como si tanta quietud fuera su culpa.
Al poeta, de quien se dice que adoraba su casa de “Trocadero”, le impidieron viajar cada vez que lo intentó, y peor le fueron las cosas tras la publicación de Paradiso, esa novela que puso los pelos de punta a los “revolucionarios” cuando se enteraron de aquellos pasajes llenos de erotismo homosexual. Fue entonces cuando vinieron sus peores días, fue entonces cuando tuvo para él solo un espía con atuendos de galeno, y que lo escoltó hasta el último de sus estertores.
Hace poco pasé cerca de las faldas del Castillo del Príncipe y miré sus empinadas escaleras, imaginé esas trepadas a las que tuvo que sobreponerse aquel hombre al que algunos todavía llaman el “viajero inmóvil”, lo supuse jadeante, agobiado por su amarga respiración, y también desandando su barrio de la Habana del Centro, soñando con encontrarse con su hermana Eloísa, y también contrariado con cada negativa del gobierno que le impidió tantas veces alejarse por unos días de la isla y de aquellos asaltantes al Moncada a los que antes hiciera algunos guiños.
Ahora imagino el disgusto de Heberto Padilla, hurgo en los hostiles comentarios que le provocara la lectura de esa “Corona de frutas” que escribiera el poeta de Trocadero y que publicó “Revolución”. Supongo también a Lezama, unos años después, defendiendo entusiasmado los versos de “Fuera del juego”, aquellos que cuestionaron el accionar de los “revolucionarios” que asaltaron el Moncada, que subieron a la Sierra, y luego al poder.
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