Desde el mismo instante en que fue juramentado como presidente, Donald Trump dijo que no aspiraba a ser presidente del mundo sino Presidente de los Estados Unidos de América. En su discurso inaugural afirmó que su misión era "Hacer a América grande de nuevo", con lo que desencadenó una gigantesca ola de críticas tanto internas como foráneas. Su drástica frase resume una 'Doctrina Trump' de nacionalismo político y nacionalismo económico en contraste con el globalismo blandengue de sus antecesores, tanto demócratas como republicanos. Este presidente ha demostrado que no está interesado en comprar amigos ni en apaciguar enemigos sino en promover los intereses y defender la seguridad de los Estados Unidos, gústele a quien le guste y pésele a quien le pese. Esa es la promesa que le hizo a quienes lo eligieron y la promesa que está cumpliendo a cabalidad.
En el proceso de cumplir sus compromisos electorales, Trump ha puesto en práctica su talento histriónico como conductor de un exitoso programa televisivo. Cautiva, intimida, elogia o critica según lo demanden las circunstancias o lo que se proponga obtener de sus interlocutores. Ha roto todos los moldes de la política tradicional y estrenado un estilo directo en la política norteamericana desconocido hasta este momento. No en balde es considerado por el 'establishment' como la personificación del 'americano feo', descrito en una novela satírica con ese nombre que fue un rotundo éxito de librería en 1958.
La novela en cuestión, escrita por Eugene Burdick and William Lederer, describe la conducta arrogante y los consiguientes fracasos políticos de un equipo de diplomáticos norteamericanos en un país ficticio del sudeste de Asia. El libro causó tal sensación en los círculos diplomáticos que tuvo un gran impacto político. Algunos analistas de la época afirman que la novela influyó en la creación de los 'Cuerpos de Paz' durante la administración del Presidente Kennedy. Yo digo que, por el contrario, la novela no fue la causa de cambios en el Departamento de Estado sino el reflejo de una política de apaciguamiento de los enemigos de Estados Unidos que ya existía desde hacía mucho tiempo.
Y prueba al canto. En 1957, en medio de la comedia bufa protagonizada por las guerrillas en la Sierra Maestra, el gobierno del Presidente Eisenhower nombró Embajador en Cuba al hombre de negocios Earl T. Smith. Las instrucciones del presidente al embajador fueron que encontrara una salida pacífica al conflicto a través de un proceso electoral que sirviera de transición hacia un régimen democrático. Pero Smith se encontró muy pronto con los obstáculos de un grupo de funcionarios de tercera categoría que operaba desde el cuarto piso del Departamento de Estado.
Estos burócratas instruyeron al embajador que obligara a renunciar a Batista y facilitara la toma del poder por las guerrillas castristas. Gente que nadie había elegido cambiaron radicalmente las órdenes del presidente y sellaron la desgracia de los entonces seis millones de habitantes de nuestra infortunada patria. El Embajador Earl Smith relató su frustración en un libro publicado en 1963 con el título sugestivo de 'El Cuarto Piso'.
Pero, lo peor, es que muchos de los sustitutos de estos funcionarios profesan la misma ideología apaciguadora y siguen obstaculizando la firme política exterior del Presidente Trump. El Departamento de Estado es el pantano más pestilente entre todos los pantanos de Washington. Sigue habitado por las mismas sabandijas que implementaron el acercamiento Obama-Castro. La misma gente que se sentía a sus anchas con presidentes blandengues como Carter, Clinton, Obama y el binomio mercantilista de la dinastía Bush.
Carter, por ejemplo, sufrió una especie de parálisis volitiva cuando una banda de terroristas iraníes tomó como rehenes a 54 diplomáticos norteamericanos el 4 de noviembre de 1979. Se refugió en la Casa Blanca como un monje trapense y fue humillado por unos clérigos iraníes que esperaron a que Reagan tomara posesión para devolver los rehenes a los Estados Unidos. Bill Clinton le proporcionó miles de millones de dólares al padre de Kim Jong-Un para que desistiera de su programa nuclear, pero los norcoreanos hicieron todo lo contrario.
De igual forma, Obama le regaló cantidades aún superiores a los clérigos iraníes sin exigirles pruebas de que pondrían fin a su programa nuclear o a su financiamiento del terrorismo en todo el Oriente Medio. Los Bush fueron protagonistas de claudicaciones similares en una política exterior en que favorecieron a sus socios petroleros de Arabia Saudita, permitieron la salida de un avión repleto de ciudadanos saudíes sin investigarlos después de la masacre del 9/11 y en que el joven Bush dijo haber leído la bondad en los ojos de Vladimir Putin.
¿Cuál fue la motivación para que todos estos hombres, supuestamente inteligentes, incurriera en estas estupideces? La respuesta: un deseo desaforado de ganar las simpatías de unos socios internacionales que en el fondo los depreciaban y no los respetaban. No se les ocurrió que la riqueza material y el poder político son resentidos por quienes carecen de ellos. Que el respeto ni se suplica ni se compra, se gana con una conducta firme frente a los retos. En conclusión, han quedado como el famoso cómico Rodney Dangerfield quien terminaba sus monólogos con la consabida frase de "I get no respect".
Por su parte, Donald Trump ha demostrado estar de regreso de todas esas trampas. No busca la aprobación de quienes llevan decenas de años aprovechándose de las larguezas de los Estados Unidos y las torpezas de muchos de sus gobernantes. Demanda reciprocidad y respeto tanto en las relaciones políticas como en el intercambio comercial.
Les ha dicho a los europeos que tienen que pagar sus cuotas para sufragar los gastos de la Organización del Tratado del Atlántico del Norte (OTAN) y a sus socios comerciales en Europa les ha aclarado que las tarifas y aranceles serán los mismos en ambos lados del Atlántico. Les ha notificado a mexicanos y canadienses que no habrá más desequilibrios en el Tratado de Libre Comercio. Que negocian de nuevos o se les acaba la fiesta. El objetivo: un libre comercio que sea al mismo tiempo un comercio justo. Si no les gusta que tomen purgante.
Pero donde se ha puesto los guantes para enfrascarse en una lucha galáctica es en su enfrentamiento con los siempre taimados y sigilosos chinos. Les está pasando la cuenta por decenas de años de robos de patentes estadounidenses, de espionaje comercial, de chantajes a las empresas norteamericanas que operan en China Comunista, de exportaciones a Estados Unidos con tarifas mínimas y de manipulación de su moneda para beneficio de su comercio con los Estados Unidos.
Ha llegado incluso a resucitar una vieja política de cuando los Estados Unidos protegían a sus ciudadanos contra los abusos de las déspotas de todo el mundo. En un gesto digno de Teddy Roosevelt, le ha apretado las clavijas al déspota turco Recep Tayyip Erdogan. Le ha aplicado tarifas exorbitantes a sus productos en represalia por el injusto encarcelamiento del pastor religioso norteamericano Andrew Brunson. Esa medida jamás se le habría ocurrido a sus predecesores en la Casa Blanca, porque no querían ser acusados de imperialistas.
El corolario de este breve recorrido por la historia reciente de los Estados Unidos es que, independientemente de la forma en que se comporten, sea apacible o agresiva, cooperativa o conflictiva, los presidentes de esta primera potencia serán siempre retados por sus homólogos de otros países. Pero lo más importante, ha quedado demostrado que en el conflicto entre naciones la historia nos enseña que se gana más con la firmeza que con la súplica. Donald Trump es una prueba de lo que digo. Sus enemigos han aprendido la lección de que quienes se burlen de este 'americano feo" pagan un alto precio.
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