Primera escena. Día de Año Nuevo de 1959. La revolución cubana triunfa en el archipiélago del Caribe y el derrocado dictador Batista se refugia en Estados Unidos. Ocho días después, el comandante Fidel Castro entra eufórico en La Habana. «¡Viva Cuba Libre!», grita la multitud. Entre las miles de personas que aclaman al nuevo líder hay un español burgués de 35 años nacido en Barcelona que dirige una empresa de tejidos de punto. «Esto es lo quiero en mi país, una revolución», comenta a sus amigos. Su nombre es José Abderramán Muley Moré, aunque todos lo conocen como Pepe.
Segunda escena. Un año y medio después, en San Sebastián, al norte de España. Es 27 de junio de 1960. Una maleta bomba fabricada con ácido sulfúrico, mezcla de clorato de potasio y azúcar explota en la consigna de la estación de Amara. Una bebé de 20 meses queda herida y muere horas después. Se llama Begoña Urroz. A unos kilómetros de allí, en la frontera con Francia, se esconde el jefe del comando terrorista que ha perpetrado el crimen. Es él, Pepe Muley. Ha regresado a España para emular aquí la revolución cubana.
Aquel atentado mortal se consideró durante décadas el primer asesinato cometido por ETA. No fue así. Cuando se acaban de cumplir 59 años del crimen, Crónica revela los nombres de los auténticos autores del atentado, todos ellos fallecidos. Según un informe publicado por el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, vinculado al Ministerio del Interior, fueron cuatro hombres, miembros de un grupo terrorista de inspiración comunista llamado Directorio Revolucionario Ibérico de Liberación (DRIL). Y quien estaba al mando era el catalán que soñó con traer la revolución castrista a España y que, tras huir de nuevo, acabaría como mano derecha del Che.
Los preparativos.
La historia comenzó en Cuba, cuando, semanas después de la entrada de Fidel Castro en La Habana, Muley se reunió con el guerrillero Ernesto (Che) Guevara, según cuenta a este suplemento César, el hijo de Muley. En esa reunión con el Che -prosigue-, el catalán le propuso crear un comando para llevar la revolución a la Península Ibérica y acabar así con las dictaduras de Franco y Salazar (Portugal). Su plan era claro: establecer un movimiento violento que hiciera mucho ruido. Entre sus objetivos estaba atentar contra estaciones de tren y centrales eléctricas, generar un gran apagón y provocar el caos para derribar a Franco.
El Che Guevara dio su visto bueno. También lo hizo otro español, comandante clave de la revolución y nacido en Madrid, Eloy Gutiérrez Menoyo. Se le sumó un gallego exiliado, el profesor republicano Xosé Velo, que se encontraba en Argentina y que había creado -junto al general hispano-cubano Alberto Bayo- la Unión de Combatientes Españoles (UCE). Entre todos idearon el movimiento terrorista que atentaría en España: el DRIL.
El plan siguió su curso. A principios de 1960, con el apoyo económico y logístico de los comunistas cubanos, Muley volvió a España. Adoptó el nombre de Manuel Rojas para convertirse en el coordinador general del DRIL y liderar un comando que pretendía cometer atentados múltiples.
El primero tuvo lugar en febrero en Madrid. Pusieron cuatro bombas en el centro de la ciudad. Dos fueron desactivadas por la Policía y las otras estallaron, aunque la única víctima mortal fue José Ramón Pérez, miembro del comando que manipulaba los explosivos. El siguiente atentado fue el 26 de junio en el vagón de equipaje de un tren que hacía el trayecto Barcelona-Madrid. Y al día siguiente vino una ola de explosiones de bombas de niple en las consignas de cuatro estaciones de tren. Pero esta vez los artefactos no sólo causaron destrozos en el mobiliario.
A las 19.10 horas la explosión en la estación de Amara (San Sebastián) dejó heridas a seis personas. Una de ellas era el bebé de 20 meses María Begoña Urroz Ibarrola, que sufrió quemaduras en la cara y en todas sus extremidades. Murió poco antes de la medianoche ingresada en la clínica del Perpetuo Socorro. Fue la primera víctima mortal del terrorismo en España.
Décadas de confusión.
Esta semana se han cumplido 59 años de este terrible asesinato. Una fecha señalada porque en 2010 el entonces presidente del Congreso, José Bono, decidió fijar el 27 de junio como el Día de Homenaje a las Víctimas del Terrorismo por ser el «aniversario del primer atentado de ETA». Durante muchos años se ha dado por sentado que la responsable del asesinato de Begoña había sido la banda terrorista vasca, que nunca lo reivindicó. Sí que lo hizo el DRIL en un comunicado en el diario El Nacional de Caracas el 29 de junio de 1960, pero ni en la España franquista ni en la democrática trascendió.
Al comienzo de este siglo el entonces ministro socialista Ernest Lluch escribió un par de artículos apuntando a ETA como autora del asesinato de Begoña. Lo mismo ocurrió en 2015, cuando los ministros José Manuel García-Margallo y Jorge Fernández Díaz destacaron en un Consejo de Seguridad de la ONU en Nueva York que Begoña Urroz había sido «la primera de las 850 víctimas causadas por la banda terrorista ETA».
Este martes el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo aclaró definitivamente, mediante un informe realizado por el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, que a la considerada primera víctima de ETA la mató en realidad el DRIL, encabezado por Muley. El historiador Gaizka Fernández Soldevilla y el documentalista Manuel Aguilar han realizado durante dos años una minuciosa investigación y han logrado desvelar los nombres de los miembros del comando.
«Lo último que se supo de ellos, después del atentado que mató a Begoña, es que fueron detenidos en Lieja (Bélgica) en septiembre de 1960 por terrorismo y subversión. Pese a que Franco pidió a las autoridades belgas que se los entregaran para ejecutarlos, quedaron libres por las presiones de los partidos socialistas y comunistas europeos», cuenta Fernández Soldevilla.
El grupo que puso las bombas en las estaciones de tren estaba formado por el madrileño Reyes Marín Novoa (alias Marino, 30 años, de profesión dibujante), el asturiano Arturo González-Mata Lledó (alias Juanjo, 35 años, pintor) y el vigués Guillermo Santoro Sánchez (alias Mirko, 26 años), que posteriormente huyeron a Toulouse (Francia) donde los esperaba su jefe, Muley. La CIA norteamericana elaboró un informe confidencial sobre los atentados del DRIL por su vinculación con el movimiento revolucionario de Fidel Castro. El informe da todos los nombres de sus integrantes, tanto en Europa como en América. En él figura el portugués Henrique Galvão como otro de los líderes del DRIL. Galvão protagonizó el año siguiente del asesinato de Begoña la acción más conocida del grupo, el secuestro del buque portugués Santa María, con 586 pasajeros, en medio del Atlántico. Aquí aparece la segunda -y la última- víctima mortal del DRIL, el oficial Joao José do Nascimento Costa, asesinado durante el asalto al barco.
Los papeles de la CIA también explican que el comandante Eloy Gutiérrez Menoyo, uno de los protagonistas de la revolución cubana, que había creado el Ejército Español de Liberación (EEL), fijó una reunión en Lieja con los miembros del DRIL en Europa para unificar ambas organizaciones.
Parte del documento de los norteamericanos y de otros escritos redactados por la Policía española se incluyen en el informe amparado por el Ministerio del Interior, en el que se sitúa al dibujante madrileño Reyes Marín Novoa como «petardista del DRIL en San Sebastián», es decir, la persona que presuntamente puso la bomba en la consigna de la estación de Amara y acabó con la vida de la pequeña Begoña.
«Me da igual quién pusiera la bomba, no quiero opinar de eso. Lo único que me importa es que mi hermana no está», responde a este suplemento Jon Urroz, el hermano mayor de Begoña.
La familia era originaria del pueblo navarro de Beinza-Labayen. El padre, Juan, trabajaba en una fábrica de electrodomésticos. La madre, Jesusa, había dejado aquel 27 de junio al bebé al cuidado de su tía Soledad, que era la encargada de la consigna de la estación. La familia Urroz no recibió ayudas del Estado hasta que hace ocho años se aprobó la Ley de Reconocimiento y Protección Integral a las Víctimas del Terrorismo, porque la norma anterior (de 1999) sólo contemplaba como víctimas a aquellas que hubieran sido asesinadas después de 1968, cuando ETA mató al guardia civil José Pardines. Él sí fue la primera víctima de ETA.
Días después de los atentados del DRIL, la Guardia Civil localizó a Marín Novoa trabajando como pintor en la frontera entre Francia y Andorra. Un colaborador policial contó que el terrorista le había confesado que él fue el que detonó la bomba en San Sebastián. Los agentes descubrieron que Yvon Vayat, un ex policía que había luchado con la resistencia francesa contra la ocupación nazi, era el encargado de dar protección a los miembros del DRIL como Reyes Marín que estaban escondidos en Francia.
Meses después, tras un chivatazo, la policía belga detuvo a 14 miembros del DRIL en la reunión que había convocado el comandante Gutiérrez Menoyo. Todos los responsables de los atentados en España fueron detenidos y puestos en libertad meses después. A Reyes Marín se le perdió la pista. Arturo González-Mata, que fue el que puso las bombas en la estación de Barcelona, se marchó a Francia. «La última vez que lo vi fue en 1961, no he vuelto a saber nada de él», cuenta su hijo, el esoterista Arturo. Sobre Guillermo Santoro, que fue el que viajó a Madrid para poner los explosivos, se refugió en Alemania, aunque acabó volviendo a su Vigo natal, donde falleció en 2012. No hay que olvidar que en octubre de 1977 se aprobó en España la ley de amnistía que permitió la impunidad de todos los terroristas que cometieron atentados durante el franquismo.
Dentro del DRIL, después de las detenciones en Lieja, muchos señalaron al autor intelectual del atentado en el que murió Begoña, a Muley, como infiltrado franquista. Las acusaciones se expandieron a más miembros y aquellos rumores han sido manipulados hasta hoy por la izquierda abertzale, como se vio en la entrevista a Arnaldo Otegi del pasado miércoles en el 24h de TVE. El condenado por terrorismo insinuó que el DRIL estaba comandado por «infiltrados de la policía franquista» para no tener que responder a la pregunta que le hizo el entrevistador sobre si Bildu iría al homenaje a las víctimas en el Congreso.
«No hay ninguna sola prueba de que Muley fuese agente franquista. El problema es que, cuando el DRIL entró en crisis, empezaron a acusarse unos a otros de traición», explica el historiador Gaizka Fernández.
«La realidad es que la policía franquista estaba muy enterada de todos los movimientos del DRIL. Pero para saber quién era el chivato había que mirar al Partido Comunista (PCE)...», suelta César, el hijo de Muley, que accede a hablar con Crónica y a contar la historia de su padre. «Él me dijo que el delator era Santiago Carrillo, que colaboraba con la policía de Franco en contra del DRIL y de cualquier movimiento insurgente. La Unión Soviética lo tenía bien pagado en el exilio y no le interesaba que el régimen franquista se rompiera porque se le acabaría la hegemonía que tenía desde la oposición clandestina».
César (70 años) cuenta que para su padre y el resto de miembros del DRIL, Carrillo era un mentor ideológico al que le contaban todos sus movimientos. «El PCE traicionó la revolución que querían llevar a cabo y Carrillo señaló después a mi padre como delator para cubrirse».
Cuando Muley fue liberado en Bélgica, el Che Guevara ordenó a un barco pesquero cubano que lo fuera a buscar y lo llevase hasta La Habana. Al llegar al puerto de la isla, el líder del DRIL tuvo un recibimiento apoteósico, como si fuera un héroe, con luces, banda de música y banderas republicanas. Sus amigos comunistas abrazaron su vuelta. Sobre todo el Che Guevara. Ambos se enviaron varias cartas -recogidas en el informe del Centro Memorial- mientras Muley preparaba los atentados en España.
«Solo estamos mal en el orden económico. Necesitamos ayuda», pedía Muley al Che. Y también le explicó su objetivo final: «Hacer fracasar el Plan de Estabilización Económica de Franco e impedir el ingreso de España en la OTAN. Preparamos acciones que provoquen el retraimiento del turismo, que disminuyan la importación de capitales y que aceleren el proceso de fuga de los capitales foráneos. Se trataría de explotar petardos alarmistas en las grandes ciudades y en efectuar sabotajes contra las industrias de capital extranjero y las comunicaciones».
Cuando Muley volvió a Cuba se unió al Che Guevara como una especie de lugarteniente. Una posición que le duró poco por un enfrentamiento entre ambos. «Mi padre discutió mucho con Guevara porque se oponía a los fusilamientos que se hacían a los opositores», recuerda César, que entonces tenía 13 años. «Una noche, un amigo de mi padre, Umberto Escalona, que era secretario general del partido comunista cubano, vino a casa y le dijo: "El Che quiere tu cabeza". Lo iban a llevar al castillo del Morro, donde hacían las ejecuciones. Escalona le dijo que en el aeropuerto tenía un avión militar a su disposición para sacarlo del país y llevarlo hasta Brasil. Y así fue. Al día siguiente, el G2, la policía secreta cubana, entró en nuestra casa y registraron todo, hasta las cisternas de los váteres. Mi madre, mi hermano y yo fuimos a Brasil dos meses después».
César cuenta que desde entonces su padre no volvió a tener ningún contacto con el DRIL ni con ningún movimiento revolucionario. «Siempre ha sido un soñador de la izquierda, de la revolución social. Estaba convencido de que el DRIL hacía falta y si hubiera cumplido su propósito de acabar con Franco hoy España sería un lugar mejor de lo que está ahora. Pero nunca se perdonó la muerte del bebé de San Sebastián. Los atentados se planearon para ser incruentos. La filosofía era hacer ruido y causar alarma, pero no víctimas mortales. Fue un accidente. Begoña nunca debería haber muerto. Mi padre decía que fue una mala cronología, que no debía haber nadie en la estación cuando estalló la bomba».
Cuando Muley llegó a Brasil empezó a trabajar comprando chatarra y vendiéndola a la fundición. Después montó una fábrica de juguetes, Fanabri, junto con un socio madrileño, José García Francos, y les fue muy bien. Aunque, el 20 de abril de 1967, el periódico Correio da Manhã publicó un artículo en el que menciona que «José Abderramán Muley, un espía que ayudó a Fidel Castro a derribar a Batista, había sido detenido por tener pasaportes falsos con los que vivía en Brasil y por fabricar guerrilleros en miniatura de soldados de la guerra de Paraguay que incitaban a la rebelión». Su hijo César desmiente esa información: «No hubo ninguna detención. Es una mentira promovida por los españoles franquistas que vivían en Brasil». En el país sudamericano, entre Sao Paulo y Río de Janeiro, estuvieron hasta el año 69, cuando huyeron a Bolivia porque en Brasil se inició la dictadura militar del general Da Costa.
Vuelta a España.
«En Bolivia mi padre y yo nos pusimos a trabajar con las empresas petrolíferas americanas. Después nos dedicamos a impermeabilizaciones con asfalto con una empresa familiar y ganamos bastante dinero», afirma César, que se volvió a España en el año 88. Su hermano pequeño, Enrique, se quedó con Muley, que finalmente regreso a España en 1990 junto con su nueva mujer y dos hijas que habían tenido. Se compró una casa en Torrevieja (Alicante), aunque años después decidió volver a Bolivia. Murió en 2012.
«La única persona del DRIL con la que se volvió a ver fue con Eloy Gutiérrez Menoyo [que también acabó enfrentándose al Che Guevara y dirigió varias operaciones militares anticastristas. Fue detenido y condenado a 30 años de prisión. En 1986, después de la presión internacional encabezada por el entonces presidente español Felipe González, Gutiérrez Menoyo fue liberado y llevado a España. Falleció en 2012, como su amigo Muley]. Una noche se encontraron y se bebieron una botella de whisky recordando sus andanzas de revolucionarios».
César reitera que de lo único de lo que se arrepintió su padre fue de la muerte de Begoña, la primera víctima del terrorismo en España. Aunque Muley nunca pidió perdón. Ni pagó por ello.
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