Por Luis Cino.
Reinaldo Arenas.
Este 7 de diciembre se cumplen 30 años de la muerte en Nueva York, en 1990, del escritor Reinaldo Arenas. Exiliado desde diez años antes, inadaptado, enfermo de VIH-Sida, se suicidó. En su carta de despedida, culpó a Fidel Castro de todos sus infortunios. Y tenía razón: Reinaldo Arenas fue una víctima a tiempo completo del castrismo.
De origen humilde y campesino, siendo adolescente llegó a La Habana procedente de Holguín a inicios de 1959, montado en la marea del triunfo revolucionario. Ávido lector, cuando trabajaba en la Biblioteca Nacional, descubrió su vocación por la escritura.
En 1965, cuando tenía 22 años, su novela Celestino antes del alba recibió la primera mención en un concurso de narrativa de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), cuyo jurado estuvo presidido por José Lezama Lima.
La novela, que fue publicada por Ediciones Unión dos años después, en 1967, era reminiscente de la infancia del autor. Un niño campesino de mucha sensibilidad explicaba su cruda realidad y sus angustias a través de una especie de alter ego que se inventa, un imaginario primo huérfano que llega a la casa con un libro de cuentos.
Repleto de poesía y de una desbocada imaginación, sin apegarse a un argumento en el sentido tradicional, con varias realidades que se superponen, con tres posibles finales distintos, Celestino antes del alba resultó un libro inusual en una época en la que la mayoría de los escritores cubanos se ganaban el aprecio oficial encasillándose en un pedestre realismo, cercano al realismo socialista soviético, que exaltaba la épica revolucionaria.
Pero no solo fue por su inusual estilo que el libro fue acogido en su momento con suma frialdad y reserva: los comisarios que regían la cultura se escandalizaron por las alusiones homoeróticas hechas por Arenas, como en las escenas donde describía las reacciones del niño cuando observaba a los demás muchachos bañándose desnudos en el río.
En Celestino antes del alba, Arenas anticipaba los prejuicios con los que chocaría. La madre del niño, al saber que escribía sobre el primo imaginado, exclama, antes de tirarse al pozo: “Eso es mariconería”.
Concebido por Arenas como la primera parte de una pentagonía, Celestino antes del alba fue el único libro de Reinaldo Arenas que se publicó en Cuba. Su segunda novela, El mundo alucinante, que ya estaba en pruebas de planas en Ediciones Unión, fue prohibida por los muy suspicaces comisarios, que consideraron una alegoría subversiva el relato del testarudo enfrentamiento a la tiranía colonial española del fraile dominico Servando Teresa de Mier.
Hay que reconocer que no estaban errados los comisarios, diestros en interpretar alegorías y rastrear alusiones subversivas, por mucho que los autores intentaran disfrazarlas. El mundo alucinante es un estridente canto libertario, particularmente su delirante capítulo del encadenamiento del fraile en la prisión Los Toribios. Solo la víctima de una monstruosa maquinaria represiva que aniquila todas las libertades podía ser capaz de hiperbolizar sus horrores y burlarse de ellos de la manera en que lo hizo Arenas en El mundo alucinante.
Con la Seguridad del Estado pisándole los talones, Arenas demoró años para poder sacar clandestinamente de Cuba, a través de unos amigos franceses, el manuscrito de El mundo alucinante, que finalmente fue publicado en México.
A partir de ese momento y hasta que partió al exilio en 1980, durante el éxodo de Mariel, debido a su homosexualidad y a su abierta discrepancia con el régimen, Arenas sufrió hostigamiento, persecución y cárcel. A pesar de ello, nunca paró de escribir.
Fue premonitorio Arenas con la censura y la represión que sufriría cuando refirió en Celestino antes del alba cómo el abuelo derribaba todos los árboles en cuyas hojas y tronco había escrito el niño.
Reinaldo Arenas sigue siendo un escritor maldito en Cuba. De él, luego de Celestino antes del alba solo ha sido publicado en Cuba su cuento “El cometa Halley”, que apareció en la antología La ínsula fabulante, hecha en 2008 por Alberto Garrandés.
Hay quienes aseguran que la obra de Reinaldo Arenas alcanzó relevancia, más que por sus méritos literarios, por el contexto represivo en el que se vio forzado a producirla: una dictadura intolerante y patológicamente homofóbica.
Quienes eso piensan es porque son demasiado elitistas y prejuiciados o porque no han leído con detenimiento a Arenas, para cerciorarse de su originalidad, técnica y universalidad.
Con Celestino antes del alba y El mundo alucinante, de haberlo escrito unos años antes y haber logrado sacar el manuscrito del país -como en definitiva tuvo que hacer a mediados de los años 70- perfectamente pudo haber sido uno de los autores del boom de la narrativa latinoamericana. Solo que llegó tarde a la competencia.
¿Sin dictadura, persecución, cárcel y exilio, estaría Reinaldo Arenas en el lugar que hoy ocupa en la literatura? Definitivamente sí. Originalidad, técnica, emoción y universalidad no le faltaban.
Todo artista y su arte son fruto de su tiempo y sus circunstancias; pero cabe preguntarse a qué alturas hubiese llegado Reinaldo Arenas de haber podido escribir -y vivir- en condiciones de normalidad. ¿Se imaginan cuánto le habría aportado disponer de colegiatura y más orden en sus lecturas? ¿O sería precisamente su autodidactismo lépero y marginal lo que le confiere ese atractivo tan particular a su obra?
Supongo que en vez de El color del verano y su autobiografía Antes que anochezca, que fueron su modo de vengarse del régimen castrista, Reinaldo Arenas pudo haber escrito, en otras circunstancias más normales, narraciones igualmente delirantes. Solo que en ellas no habría redadas policiales, chivatos ni multitudes que se lanzan al mar para escapar de una isla-presidio. En ese caso, nos hubiésemos perdido un poderoso canto a la libertad humana que solo pudo entonar la alucinada víctima de una dictadura.
Reinaldo Arenas fue él y sus circunstancias. No se podía esperar que su literatura fuese diferente. Así, en Antes que anochezca, el más delirante ajuste de cuentas del que se tenga noticias en la literatura cubana, transporta a la ficción a los seres mitad monstruos y mitad víctima que parió el castrismo. A pecadores y justos -que en pocos casos lo eran absolutamente (no podían serlo en medio de tanta infamia)- les pone apodos, los ridiculiza, se burla de ellos y los revuelca en su propia mierda.
¿Habría sido todo distinto si los comisarios no hubieran censurado a Reinaldo Arenas? ¿De estar vivo y en Cuba, lo habrían rehabilitado como a otros represaliados del “decenio negro”, y puede que hasta le hubiesen concedido el Premio Nacional de Literatura? Lo dudo. No logro imaginar a la Tétrica Mofeta en una mesita de la UNEAC, rodeado de comisarios arrepentidos de dientes para afuera, y de parametrados rehabilitados, algunos con el Premio Nacional de Literatura disimulando su “¡no puedo con esta gente!”. Y menos en alguna Feria del Libro, estrechando la mano del general Raúl Castro. ¡Si me parece ver sus muecas y escuchar su “no puedo con esta gente”!
De nada valen las suposiciones. La obra de Reinaldo Arenas está ahí, tal y como es. Su espíritu, por suicida, vagará sin luz, pero libre.
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