Por Javier Prada.
Dos vendedores de pan en una calle de Cuba (Foto: CubaNet).
El debate en torno al tema Cuba se ha vuelto reiterativo y, por lo mismo, banal. No se sale del mismo círculo de opiniones que, a menudo, son tan indecentes, tan inconsecuentes y desconectadas del acontecer nacional, que cualquier amago de ripostar se antoja cuesta arriba, es demasiado desgaste para nada.
Entre el aquí y el allá, la emigración que no se detiene y la crisis que empeora más allá de lo previsible, los caminos para atreverse a hablar de futuro se han estrechado dramáticamente. “El futuro viene de lejos y a rastras”, acota irónicamente una vecina al escuchar algunas imperdonables barbaridades dichas por el albañil que acaba de solucionarle un problema en casa.
El susodicho no es un tipo bruto, se expresa con cierta elocuencia y lo distingue una campechanía que en estos tiempos, en que la tristeza lo devora todo, es difícil de encontrar. Ya se sabe cómo está la cosa, así que no tiene sentido seguir machacando sobre una realidad que “la gente de abajo” no puede solucionar y la “gente de arriba” no quiere solucionar. El problema es que el albañil está convencido de que los que mandan en Cuba están haciéndolo todo mal porque no les queda más remedio, porque “el bloqueo está recrudecido” y “esto con Fidel no pasaba”.
Hay que verlo y escucharlo para entender a quienes afirman que el pueblo cubano tiene lo que se merece, y para cercenar de una vez las esperanzas de los que creen que los humildes, a los que aún se les debe una revolución, van a salir a reclamar sus derechos. Esa “masa” que los optimistas esperan ver desperdigadas por las calles cubanas como las han visto en Venezuela durante las últimas semanas, poniendo en jaque al régimen, está absolutamente conforme con su condición de sobreviviente. Es más: consideran que el panorama actual, insoportable desde todo punto de vista, es preferible al capitalismo que les provee de recargas, alimentos y medicinas; sí, porque aunque ellos los paguen a precios hiperinflados con sus dineros durísimamente trabajados, son bienes procedentes del capitalismo gracias a que esta Cuba, desfigurada por el socialismo de Fidel Castro, no produce absolutamente nada.
Esos pobres de la tierra niegan el pasado ilustre de la Isla e incluso los salvajes actos de repudio de la época del Mariel porque “no los vieron”. Los testimonios no cuentan. Eso sí: alguno participó, contando entonces 13 o 14 años, en una conga donde la gente gritaba rítmicamente “pa’fuera los lumpen, pa’fuera la escoria”, sin saber qué significaban esas palabras ni a quiénes iban dirigidas. Décadas más tarde, con aquellos sucesos revelados en toda su crudeza, siguen viendo como una fiesta la conga y el corito, sin reparar en que ese odio entre cubanos fue sembrado y avivado por el régimen de Fidel Castro, a quien hay que perdonarle tales excesos porque “puso a Cuba en el mapa y este bárbaro [Miguel Díaz-Canel] es quien lo ha hecho todo mal”.
No debiéramos sorprendernos si dentro de muy poco los oprimidos mandan carta a El Vaticano pidiendo la canonización del difunto dictador, que es tenido ya no como el quinto descubridor de Cuba -según lo catalogó la delirante Oficina del Conservador de Matanzas-, sino como el único descubridor, el protector, el alfa y el omega… ¡Lo que hay que oír mientras este país se hunde en la mierda, se cae a pedazos y la gente vive y se muere en condiciones que avergonzarían a cualquier ser humano que posea una mínima noción de dignidad!
En Cuba la desmemoria y el servilismo han calado en todos los sectores, pero es alarmante comprobar que cuanto más pobre es el individuo, más defiende el látigo que lo fustiga, y nadie puede decir que sea por ignorancia, pues desde hace seis décadas la doctrina es la misma para todo el mundo. Esas que se autodenominan “gente de abajo” no creen en la necesidad de la libertad porque no tienen más aspiración que poner la comida -o lo que el régimen les venda como tal- sobre la mesa y disponer de algunos pesos extra para pasar el apagón con ron y bocina inalámbrica. Andan aturdidos entre Con Filo y AméricaTeVé para justificar su apatía, alegando que si los de aquí no son buenos, los de allá tampoco.
Entonces recurren a la esperanza, porque es lo único que les queda a quienes vieron su tiempo pasar y se quedaron de brazos cruzados, agitando la banderita del 26 de Julio, repitiendo consignas o llevando el repudio a las puertas de cubanos en su misma tierra, bajo este mismo cielo, por orden expresa de Fidel Castro.
Muchas de esas que se autodenominan “gente de abajo” quieren quedarse justo donde están. Ocultan dentro de sí bestias veleidosas, dispuestas a apoyar cualquier revolución no para que los saque de la miseria, sino para que todos sigan siendo equitativamente miserables.
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