Por Gladys Linares.
Quienes vivan o hayan vivido en Cuba están conscientes de que en cualquier barrio, ciudad, poblado o localidad, por muy urbana o rural que esta sea, al salir a la calle nos espera el mismo paisaje deprimente y desolador: interminables basureros, generalmente acompañados de aguas albañales, que permanecen semanas sin ser recogidos y no solo contaminan el ambiente con sus pestilentes emanaciones, sino que además sirven de guarida a un sinnúmero de ratas, moscas, cucarachas, guasasas y mosquitos, transmisores todos ellos de innumerables enfermedades.
Esas sempiternas montañas de basura van creciendo según pasan los días y, conforme aumentan de tamaño, las plagas que en ellas habitan van ampliando su hábitat hasta convertirse en huéspedes indeseables de nuestros hogares. Todo ello sin que tengamos cómo combatirlos, pues hace muchos años que no solo no se fumiga, o se fumiga esporádicamente, sino que tampoco se venden venenos efectivos para eliminar estos vectores como no sea en divisas, a las que gran parte de la población no tiene acceso. Por consiguiente, estamos permanentemente expuestos a las enfermedades que ellos transmiten.
En ocasiones algunos vecinos, irritados ante la indolencia gubernamental, preocupados por la proliferación de esas alimañas y temerosos de enfermarse ellos o sus familiares, acuden a recursos desesperados como quemar los desperdicios. No pocas veces ha sido peor el remedio, pues las llamas se han extendido a los postes de electricidad, incluso a alguna vivienda. Con todo, no faltan quienes se decantan por el radical método, acaso convencidos de que todos los males contenidos en la basura serán purificados por el fuego. Con respecto a eso, hace poco me comentaba una vecina: “Estamos viviendo en medio de la inmundicia, acabo de ver a un hombre tirar en el basurero de la esquina los mondongos de un animal. A eso hay que darle candela, porque no se va a poder aguantar la peste”.
“No hay recursos para sanear el país”, gimotean entretanto los mandamases, que intentan evadir su responsabilidad justificando su abandono y su incompetencia con el “recrudecimiento del bloqueo”. Pero a estas alturas ya los cubanos no les creemos. Por el contrario, cada vez son más los que cuestionan cómo es posible que el “bloqueo” no les impida gastar el dinero ni los recursos del pueblo en congresos y eventos nacionales e internacionales y cuanta celebración se les ocurra.
Lo cierto es que hoy por hoy los habitantes de Cuba estamos atravesando una de las más graves crisis epidemiológicas desde el inicio de la República. El propio aire que respiramos está saturado de incontables virus. Claro que las autoridades sanitarias solo alertan de la fiebre de Oropouche y el dengue, y eso solamente cuando los casos llegan a ser tan numerosos que resulta imposible ocultar la existencia de una epidemia.
Ahora bien, el grave problema de la basura sin recoger no es nuevo, sino que ya data de décadas. En ello ha incidido también la disminución y deterioro de los contenedores. Por una parte, muchos han perdido las ruedas y las tapas como consecuencia del desmedido vandalismo inherente a un sistema totalitario como el nuestro. Por otro lado, debido a la manipulación negligente de los propios empleados de la Empresa de Servicios Comunales (que tras vaciarlos, en lugar de colocarlos correctamente, acostumbran tirarlos sin cuidado) muchos han perdido las esquinas o no se sostienen en su posición. Así se hizo costumbre tirar la basura en la acera, lo cual, combinado con la inestabilidad en la recogida, fue convirtiendo nuestros pueblos y ciudades en vertederos.
En uno de los tantos apologéticos “reportajes” que de vez en cuando transmite la Televisión de Cuba un dirigente de Servicios Comunales reconoció como una de las “dificultades” de la empresa la escasez de trabajadores. Empero, omitió referirse a las principales causas de esa deficiencia, como los bajos salarios o la falta de los imprescindibles medios de protección. A propósito de ese déficit de personal el reportaje mencionaba el empleo de presos para esta actividad. No obstante, esa práctica dista mucho de ser nueva. O de ser opcional, para el caso. Bajo el dominio castrista ningún prisionero puede negarse a trabajar allí donde lo asignen, así sea en una labor tan arriesgada como es la recolección de desechos.
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