Por Duanel Díaz.
En su artículo 'El estilo de la Revolución', escrito en 1934, Jorge Mañach sostenía que el vanguardismo había sido, en los años finales de la década de 1920, una "forma de protesta contra el mundo caduco" que habían establecido los hombres del 95. Hablando en nombre de su generación, aquella que tuvo su bautismo de fuego en la Protesta de los Trece, Mañach comprendía la renovación literaria de aquellos años convulsos como una suerte de sublimación: "Nos emperrábamos contra las mayúsculas porque no nos era posible suprimir a los caudillos, que eran las mayúsculas de la política". El vanguardismo -revuelta contra la academia, moda afrocubana- había limpiado de tal modo un ambiente viciado, en la literatura como la oratoria, por la retórica, que cuando "la mutación política vino, emergieron en los periódicos, en los micrófonos y hasta en los muros de la ciudad gentes que manejaban, en crudo, un nuevo estilo, una sintaxis y a veces un gusto insurgente de las minúsculas". Para Mañach, "la Revolución verdadera, la que sí lleva mayúscula y está todavía por hacer, utilizará como instrumento constructivo, en el orden de la cultura, esos modos nuevos de expresión".
¿Cuál ha sido, podemos preguntarnos ahora, con un ojo en aquel ensayo de Mañach, el estilo de la revolución -de esta otra, la revolución por antonomasia? En mi opinión, ha sido el de la Nueva Trova; ninguna otra manifestación artística encarnó de manera tan plena el espíritu de la Revolución Cubana, llevando su mensaje, a un tiempo político y estético, más allá de las fronteras de la Isla. Como aquellos productos convoyados que vendían en los mercaditos en los ochenta, la Nueva Trova ofrecía amor y revolución, poesía y conciencia social, enlatadas en canciones "inteligentes".
Pero, a diferencia de la frustrada revolución cuyo saldo intentaba Mañach, ahora la relación con el estilo es inversa: la Nueva Trova no ha sido, como aquel vanguardismo, "el primer síntoma de la revolución", sino un producto de la misma, en tanto la ha expresado, cantado e idolatrado. Su estilo, sin embargo, es también de vanguardia. "La era está pariendo un corazón / no puede más, se muere de dolor / y hay que acudir corriendo / pues se cae el porvenir": ¿no es ésta una imagen vanguardista, lo que algún teórico de la poesía moderna llamaría "imagen visionaria", como aquellos "peces en el asfalto" imaginados por Oscar, el personaje de Aire frío, que su hermana Luz Marina rechaza por absurdos?
En los sesenta, las imágenes que recuerdan al Vallejo de 'Trilce' o al Neruda de 'Residencia en la tierra' saldrán del espacio minoritario de la poesía, para expresar la sensibilidad antiburguesa de una juventud que se proponía nada más y nada menos que la conquista del paraíso. Aquellos años serían "el pasado del cielo", "cuna de nueva raza", difíciles y heroicos tiempos de transición cuyo dramatismo implicaba por fuerza la violencia; para captar semejante convulsión se necesitaba un lenguaje resplandeciente, pero no con el brillo de joyas como el que fascinaba a los decadentes poetas modernistas, sino con el brillo del machete mambí o las armas de fuego. "La palabra debe ser manejada como una ametralladora", había proclamado en 1959 Baragaño, repitiendo a Breton, y Silvió lo cumplió.
Una sensibilidad obsoleta.
A pesar del esquematismo, el contraste con el bolero resulta provechoso, pues éste encarna esa sensibilidad que la Nueva Cuba, erigida en vanguardia de la revolución continental, decretó obsoleta. El bolero se opone a la nueva trova como el modernismo al vanguardismo, en tanto ambos constituyen avatares respectivos de aquellas escrituras literarias. Si el bolero, como ha sostenido convincentemente Iris Zavala, populariza los procedimientos de la poesía modernista, justo cuando ésta se ha gastado en la serie de la alta cultura, la nueva trova populariza los de la poesía vanguardista, en un esfuerzo por conseguir un estilo medio, que no corresponda ni a la alta cultura ni a la cultura de masas. Si la Revolución constituyó un intento de eliminar la escisión entre la cultura de elite y la cultura popular, al imponer un modelo de estética, de etiqueta y de lenguaje común, la Nueva Trova fue ese modelo, al vulgarizar los procedimientos de la poesía culta para un público ilustrado y militante. Las canciones poéticas, literarias, ingeniosas, de Silvio Rodríguez, son un ejemplo de lo que el sociólogo norteamericano Dwight Macdonald llamó midcult. Oírlas implicaba consumir "cultura", tanto como "revolución".
Muchos son los ejemplos de la correlación del bolero y el modernismo. Recordemos, por poner sólo uno, que 'Contigo-Besos salvajes', el cual en la voz de Ñico Membiela se convirtió en el tema musical más popular de Cuba en 1960, mezclaba un bolero del mexicano Claudio Estrada con versos de un conocido poema de Gabriela Mistral. El bolero, dominado por los temas del amor y el desamor, conforma un espacio al margen de la política, donde se desenvuelve el drama íntimo de la pasión, la traición y los celos. Es la música como "paraíso artificial" o consuelo espiritual, como compensación de las miserias de la vida; como encantamiento de los sentidos "la música saliendo de las vitrolas como las serpientes del cesto del encantador", que decía Piñera en un artículo de 1959.
La venganza de las vitrolas.
La Nueva Trova, banda sonora de la nueva época (no es un azar que las vitrolas sean recogidas en 1968, año en que despega el movimiento), consistirá justo en la integración del tema amoroso con el tema político, y aquí, desde luego, el antecedente es la "nueva poesía cubana". "Te doy una canción con mis dos manos, / con las mismas de matar. / Te doy una canción, y digo Patria / y sigo hablando para ti. / Te doy una canción como un disparo, / como un libro, una palabra, una guerrilla: / como doy el amor" (Te doy una canción, 1970), versiona el motivo central de Con las mismas manos (1961), de Fernández Retamar. Que en vez del trabajo productivo hable del combate guerrillero no marca una diferencia significativa, pues ambas actividades estaban identificadas en el ideario guevarista. De hecho, la Nueva Trova no sólo confunde los dos temas, el amor y el combate, sino que proyecta uno en el otro: el amor está politizado, pues, como dijera por entonces Vitier en un conocido poema, "la política está llegando a la raíz del mundo", sino que también la empresa revolucionaria es vista como romance: "Sé que el pasado me odia / y que no va a perdonarme / mi amor con el porvenir". (Nunca he creído que alguien me odia, 1972). El nuevo estilo consistirá, entonces, en cantarle al porvenir como a la amada, y al presente como preámbulo de futuras nupcias.
Noel Nicola.
El otro tema fundamental de la Nueva Trova, la estetización de la revolución, estaba ya desde luego en la poesía escrita a partir de 1959. "No habrá poema sin la violenta música de la libertad", había proclamado Fayad Jamís, porque esa violenta música, esa "gran sinfonía" o "himno de la historia", para decirlo en palabras de Manuel Díaz Martínez en su Carta al futuro, era el poema por excelencia. "Poetizar, poetizar; / ahora es poner junto a Viet Nam / clara la acción. / Movilizar, movilizar / es la obra cumbre, el arte de hoy". (Viet Nam, arte poética, 1979). De hecho, el "Hay que dejar la casa y el sillón" de La era está pariendo un corazón no hacía sino repetir la recomendación de Jamís a los insomnes: "Levántate y ayuda al mundo a despertar".
¿Qué ocurre, sin embargo, cuando el futuro que se creía a la vuelta de la esquina no acaba de llegar, los jóvenes se hacen viejos, la utopía se trueca en melancolía? Pareciera que la Nueva Trova "regresa" al bolero, como los niños civilizados de El señor de las moscas a la horda primitiva. La amada, el Porvenir, se revela gótico fantasma, vana ilusión, mujer fatal; se bebe pues en la copa rota de la revolución. "Lo que yo tanto pretendí / demorará", dice Silvio en Hacia el porvenir (1993); el desencanto ya era visible en el conjuro de Venga la esperanza (1989). Más recientemente, la borradura de la mayúscula inicial de la palabra totémica viene a marcar, simbólicamente, el final de todo un ciclo. De cierto modo, la venganza de las vitrolas.
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