Por Arnaldo M. Fernández.
Anastas Mikoyan tachó de estúpido al mariscal Sergei Biryuzov, jefe de las tropas coheteriles estratégicas, por pensar que los misiles soviéticos podían emplazarse en Cuba de manera rápida y secreta, pero el camarada Sharaf Rashidov arguyó que se podían enmascarar con las palmas. Así, la ocurrencia de Jrushchov pasó a la historia como Operación ANADYR.
Para mantenerla en secreto, los bolos recurrieron a la técnica rusa denominada maskirovka: engañar al adversario sobre los propósitos de determinadas acciones y echar con la cara si aquel consigue vislumbrarlos. Luego de cargarse por la noche bajo estrictas medidas de camuflaje y aun de prevención contra fotografía infrarroja, los barcos soviéticos empezaron a enrumbar hacia Cuba desde cuatro puertos del norte (Constad, Liepaya, Baltiysk y Múrmansk) y cuatro del Mar Negro (Sebastopol, Feodosiya, Nikolayev y Poti).
Las cubiertas se llenaban con autos y camiones ordinarios, tractores y cosechadoras, pero la Agencia de Seguridad Nacional (EE.UU.) advirtió ya en agosto de 1962 que en un solo mes los barcos soviéticos habían dado 57 viajes a Cuba y algunos barcos fueron al re-enganche. Sobre todo los grandes cargueros Poltava y Omsk llamaron la atención: eran idóneos para transportar misiles. Los barcos arribaban a once puertos: Habana, Cabañas, Matanzas, Isabela de Sagua, Nuevitas, Nicaro, Cienfuegos, Santiago de Cuba, Bahía Honda, Mariel y Casilda. Por los tres últimos entró lo gordo. Los primeros misiles SS-4 de alcance medio (2.500 kms) llegaron a Mariel (septiembre 8) en el Omsk y el polvorín más grande del mundo (99 ojivas) se embarcó (octubre 4) en el Indigirka.
Radio Moscú se desgañitaba con la maquinaria agrícola, fertilizantes, herramientas y granos que la URSS suministraba a Cuba, mientras la KGB y la DGI filtraban información cierta sobre los emplazamientos de misiles a través de las organizaciones anti-castristas. Así lograron nada menos que la CIA no prestara debida atención. Sus analistas comentaban que el ruido procedente de la Isla era ensordecedor y no podía ser menos. En la estación de Opa-Locka, por ejemplo, sus oficiales escuchaban testimonios kubishes sobre tropas africanas con narigones y hasta soldados chinos o mongoles. Así, los reportes de hangares subterráneos, búnkeres y cohetes se desacreditaban por igual, aunque la gente jurara por su madre que demasiados hombres y equipos bolos se trasladaban desde los puertos a diversos lugares del interior.
Entretanto Jrushchov seguía dándole a la maskirovka. Su embajador en Washington, Anatoli Dobrynin, notificó (septiembre 4) a Bob Kennedy que no había intención de desplegar armas ofensivas en Cuba. Enseguida (septiembre 6) recalcó al asesor especial de JFK, Theodore Sorenson, que la ayuda militar soviética tenía carácter exclusivamente defensivo. TASS fue autorizada a informar (septiembre 11) en idénticos términos y Jrushchov mismo se fue de gira por Turkmenistán y Uzbekistán para disertar sobre agricultura.
Incluso después de que el avión U-2 de Richard Heyser tomara (octubre 14) las fotos sobre San Cristóbal (Pinar del Río), el coronel de la inteligencia militar soviética (GRU) Georgi Bolshakov, destacado en Washington, entregó (octubre 17) a Bob Kennedy otro mensaje personal de Jrushchov: «bajo ninguna circunstancia se enviarán a Cuba misiles tierra-a-tierra». Al día siguiente, el canciller Andrei Gromyko aseveró a JFK que el único propósito del Kremlin en Cuba era mejorar su capacidad defensiva y contribuir al desarrollo de su economía. Ese mismo día se redobló el montaje de rampas de lanzamiento: en 72 horas pasarían de 8 a 20.
JFK terminó por denunciar (octubre 22) la presencia de misiles soviéticos en Cuba, al tiempo que la KGB arrestaba en Moscú a Oleg Vladimirovich Penkovsky. Este coronel de la GRU venía espiando para los EE.UU. y Gran Bretaña desde abril de 1961. Amén de unas 140 horas de debriefing con oficiales de la CIA y el MI-6, que arrojaron 1 200 páginas de transcripciones, pasó fotografías de documentos secretos y rollos de película. Su clave más aguda fue demostrar la inferioridad nuclear de la URSS y abundar en detalles de los misiles en Cuba. JFK sabía que, luego de anunciar la cuarentena a Castro, tenía al menos tres días para negociar con Jrushchov.
La maskirovka se volvió entonces contra Castro. Jrushchov mandó a mejorar el camuflaje de los emplazamientos, pactó con JFK y mandó a Mikoyan a que apaciguara a Castro, pero el intérprete metió la pata. Castro preguntó a Mikoyan por qué no le avisaron y la respuesta fue: «No tuvimos tiempo», pero el intérprete dijo: «No tuvimos necesidad» y Castro se marchó echando espuma por la boca. Mikoyan no pudo verlo más durante su estancia en La Habana y Jrushchov tuvo que invitar a Castro a la URSS (Foto Novosti).
Al regreso de la URSS (junio 4, 1963) Castro estaba más calmado, pero cuando Ignacio Ramonet preguntó acerca de la disposición de los soviéticos a consultar asuntos que también atañen a Cuba, Castro respondió: ¡Qué van a consultar! Ellos nunca consultan (Biografía a dos voces, 2006, página 253).
Nota: No se sabe bien cómo la KGB dio con él, pero se atribuye a informe de George Blake. Penkovsky fue ejecutado (mayo 16, 1963) en la prisión de Lubyanka. El oficial (GRU) Vladimir Rezun dice haber visto la filmación ejemplarizante de Penkovksy atado a una tabla y empujado lentamente dentro de un horno crematorio. Las cenizas habrían sido esparcidas en fosa común del cementerio moscovita adjunto al monasterio Donskoi.
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