Por Sergio López Rivero.
El libro de Miguel Barroso 'Un asunto sensible'. Tres historias cubanas de crimen y traición, (Mondadori, Barcelona, 2009) es de los que atrapan al lector. De esos que, como se dice habitualmente, se leen de un tirón. No es para menos. Al ritmo de algo parecido a la novela negra, con ambientes oscuros y violencia por doquier, el autor se adentra en los entresijos de la sociedad cubana tras la huida de Fulgencio Batista. Resulta especialmente atractivo para quienes estudien el reacomodo del poder en el año 1959, pues narra episodios de la historia del totalitarismo cubano, que involucra a los líderes del Movimiento Revolucionario 26 de Julio, el Directorio Revolucionario 13 de Marzo y el Partido Socialista Popular. Los tres grupos políticos que, a las órdenes de Fidel Castro, asumieron la administración de la isla en aquel momento histórico.
Enmarcada especialmente entre el 14 de marzo y el 16 de noviembre de 1964, esta obra trata de incidir en la vida de individuos derrotados. Por una parte, incluye el juicio contra Marcos Rodríguez (Marquitos) por la delación (tras el ataque a Palacio) de los miembros del Directorio Revolucionario Fructuoso Rodríguez, Juan Pedro Carbó, José Machado y Joe Westbrook, asesinados en Humbolt 7. Por otra, la detención del miembro de la cúpula comunista Joaquin Ordoqui, a quien se acusó de colaboración con la Agencia Central de Inteligancia (CIA). Junto a Marcos Rodriguez y Joaquín Ordoqui, en esta historia asistiremos también al declive de Edith García Buchaca, Guillermo Jimenez, Jorge Valls, Dysis Guira, Dora Rosales, Segundo Cazalis o Faure Chomón. Este último, uno de los grandes perdedores en esta historia de odio y venganza, quien dilapidó su ajada credibilidad en el mundo revolucionario con su discurso laudatorio del protagonismo de los comunistas cubanos en el affaire antibatistiano.
El libro recrea un ambiente marcado por el miedo, la inseguridad y la injusticia. "Desearía poder dar toda mi vida por la Revolución", afirmó con el miedo en el cuerpo Marcos Rodríguez ante el tribunal que lo juzgó, para enseguida entonar un 'mea culpa' que sonaba a solicitud de clemencia: "pero al mismo tiempo comprendo que no se me debe dar ninguna oportunidad, porque por mi culpa murieron cuatro compañeros, por mi mentalidad sectarea y mil veces despreciable". Y no era para menos. Las palabras de Fidel Castro que le anteceden, le debieron dejar sin aliento. Con el reo delante y sin una sentencia firme que lo justificara, Fidel Castro había explicado detalles de su interrogatorio personal a Marcos Rodríguez el 21 de marzo de 1964, en estos términos: "Yo le hablé para que después de muerto no siguiera haciendo daño".
Como en una novela negra, en la obra de Barroso encontraremos un lenguaje crudo, intrigas, ansias de poder y avaricia. Sin embargo, cualquier lector algo empapado de la realidad de ese fenómeno histórico conocido como Revolución cubana no disfrutará del suspense. Lo del "caso Marquitos", es un hecho bien conocido. Asímismo, que el comunista Joaquín Ordoqui nunca fue un hombre de Washington sino de Moscú, aparece desde siempre en todas las quinielas. Que al fin y al cabo, todo aquello puede resumirse en un nuevo episodio hegemónico del grupo político de Fidel Castro, es un secreto a voces. En este sentido es que me gustaría hacer una precisión histórica. Aún cuando no puede exigírsele al autor una inmersión profunda en la historia del totalitarismo cubano, para explicar los performances alrededor de Marcos Rodríguez y Joaquín Ordoqui, el desalojo del Presidente del Gobierno Provisional Manuel Urrutia el 17 de julio de 1959 no puede quedar referido como un simple "movimiento popular masivo" en cualquier trabajo sobre la época. Sencillamente, porque esa es la fecha que marca el "punto sin retorno" en el camino hacia el totalitarismo en la isla. Si no lo entendemos así, al edificio narrativo que construimos le faltarían los cimientos. Y, como cualquier edificación sin cimientos, sería simplemente insostenible.
0 comments:
Publicar un comentario