Por Airel Pérez Lazo.
Cuál es el significado de la posible transición en Cuba? Ya parece un tema pasado de moda, un hecho obvio, sin embargo, el pensamiento mientras más profundo logra ser y esto lo saben bien los cultivadores de la filosofia, ha de volver a lo obvio, a lo presupuesto y elemental.
Todo el mundo está de acuerdo en que Cuba tiene que reformar profundamente su sistema económico y político. La unanimidad de este clamor ha llegado a tal punto que hasta Raúl Castro ha tenido que prometer reiteradamente la "actualización del modelo socialista cubano". En otro contexto pero con evidente relación, el controvertido Hugo Chavez ha hablado de construir el socialismo del siglo XXI como forma de atraer a un todavía vacilante electorado de izquierda, lo que implicaría que el sistema estalinista cubano está condenado a quedar sin seguidores. Que Venezuela se esté pareciendo cada día más a la Cuba totalitaria no quita importancia a este previo distanciamiento retórico. La izquierda tradicional, en cualquier otra área geográfica, cada día tiene menos argumentos para defender el inmovilismo gubernamental cubano.
Sin embargo, el sentido del cambio se reparte en una pluralidad de opiniones que lo convierte en un problema. No es la primera vez que esto sucede en la historia de Cuba: había ocurrido durante la revolución de los años 30, en la que mediacionistas e insurreccionalistas se enfrentaron con tanta pasión entre sí como contra el régimen de Machado y nuevamente durante el segundo período dictatorial de Batista. Estamos condenados a no aprender de los errores pasados?
En Cuba existe un nutrido grupo de profesores, escritores, artistas, periodistas que al menos desde la llamada "guerra de los e-mails" en 2007 se han pronunciado a favor de algunos cambios económicos y políticos en Cuba. El más reciente congreso de la U.N.E.A.C fue muestra de ello ya que una parte de los delegados solicitó el libre acceso a internet, una petición que aún no ha sido respondida.
En este sentido, esta importante fuente de información continúa siendo privilegio de un reducido sector sin contar la considerable cantidad de espacios bloqueados al acceso de los usuarios cubanos. En la Universidad de La Habana donde trabajé hasta hace pocos meses, tenía acceso a la red de redes pero todos los profesores estábamos sometidos a las reglas de la "seguridad informática": quien difundiese un artículo acentuadamente crítico de la prensa extranjera podía verse sometido al menos al castigo de perder el derecho a la navegación en el ciberespacio.
Pedir el libre acceso a internet casi equivale a solicitar el derecho la libertad de prensa, algo sistemáticamente negado desde que fuera silenciada apenas dos años después del triunfo revolucionario. De hecho, el argumento que tiene el regimen para interferir Radio y TV Martí, así como bloquear los sitios en internet de la oposición cubana, radica en que se trata de propaganda en favor de la subversion, no en ideas que puedan ser discutidas. Lo que implica que la petición de los miembros de la U.N.E.A.C va más allá de un simple deseo de avance tecnológico.
Sin embargo, lo que en la más alta esfera del poder político y económico en Cuba es entendido por cambio está en todo caso limitado al terreno económico, sin contemplar tampoco una economía de mercado. Nunca, desde el ascenso de Raúl Castro a la presidencia del Consejos de Estado se ha hecho referencia alguna a discutir la posibilidad de acudir a elecciones pluripartidistas, ni siquiera ha habido alguna a reformar la impopular Ley Electoral de 1992 a fin de intentar un sistema político semi-democrático, a la manera del realizado por Gorbachov en la primavera de 1989.
En contraste con el oficialismo, sin criterio independiente, esta intelectualidad tímida pide reformas dentro del rígido control de toda la vida pública cubana: como por ejemplo el profesor y poeta Guillermo Rodríguez Rivera quien recientemente se pronunció a favor del restablecimiento de la pequeña empresa privada en Cuba, liquidada tras la Ofensiva Revolucionaria, o el grupo de profesores universitarios, artistas, periodistas ( hasta sumar 82 firmas ) que pidieron en un manifiesto el cese del hostigamiento a artistas y profesionales con criterios contestatarios ( recordemos la exclusión de Yoani Sánchez, Claudia Cadelo y otros profesionales y aficionados al periodismo digital independiente del espacio Último Jueves de la revista Temas y del derecho a ser espectadores de la Muestra de Jóvenes Realizadores así como las detenciones, golpizas y otras prácticas represivas contra los que acudieron a la Marcha contra la violencia escenificada en La Habana, en noviembre pasado ).
Todos estos hechos apuntan a un distanciamiento de la intelectualidad ( no ya como iniciativa de personalidades aisladas) de las prácticas tradicionalmente asumidas desde el establecimiento del régimen actual: ya no desean ser ser vistas como entendía Lenin a los sindatos dentro del "socialismo", como "correas de transmisión" de las instrucciones del Partido Comunista o apologistas de los abusos contra los derechos civiles ni figuras ajenas a la realidad social sino sujetos con opinión sobre su devenir.
Sin embargo, la function crítica de la intelectualidad que solo lo es cuando su ejercicio es definir lo que puede aparecer confuso en la mente colectiva es aún ejercida bajo el prisma de lo que ha sido la ideología del Partido Comunista y del Estado desde que ambas estructuras fueran fusionadas a comienzos de los años sesenta.
Todavía una parte de la intelectualidad cubana acude al marxismo-leninismo a la hora de pedir reformas. Es un mecanismo defensive que trata de oponer el proyecto colectivista de Marx a su concreción en la mayor de las Antillas. Quedaría por ver si puede hacerse una separación total entre la doctrina marxista y su concreción totalitaria pero esta aún es intentada. Sin embargo, podría decirse en favor de dicho intento que bien poco tiene que ver el proyectado socialismo decimonónico de Marx, donde el salario de los funcionarios debía ser reducido al nivel de la clase obrera – como en la Comuna de París- con la historia de corrupción de la clase administrativa cubana.
En tal sentido y según revelaciones del periodista cubano Daniel Salas en su bitácora digital; el escándalo que condujo a la expulsion de un grupo de miembros del Consejo de Ministros estuvo en haber lucrado a costa del erario publico en favor de empresarios extranjeros que tienen inversiones en Cuba: que la supuesta "vanguardia de la nación cubana" permita a una compañía extranjera convertirse en un monopolio en el país es un hecho que parece extraído de los libros de textos escolares de historia cubana, donde se hace referencia a los escándalos de Zayas y Machado a comienzos del siglo XX.
Un sector importante de la intelectualidad entiende que si no se señalan los males presentes pronto Cuba tendrá una transición no hacia una economía con reglas transparentes para asegurar una competencia con igualdad de oportunidades sino a una controlada por monopolios extranjeros y una oligarquía nacional corrupta. Es quizás por eso también que el trotskismo está tan extendido en los medios universitarios; así como que en la sección de Cartas al Director del periódico Granma se comience a afirmar que la cooperativización es mejor opción que la de un Estado-administrador y que la corrupción creciente equivale a un proceso de privatización de las economía.
El diálogo como imperativo.
En este nuevo escenario, favorable como nunca a antes, aparece el viejo peligro entre los sectores que propugnan el cambio. La izquierda se parapetra en el marxismo y la derecha se niega al diálogo con ésta.
En esta circunstancia adquiere relevancia el exámen histórico. En este sentido, autores como Nicolai Berdiaiev y Ortega y Gasset recomendaron ante el fenómeno totalitario un tipo de práctica política diferente a la que la que la oposición tradicional ha hecho uso durante las varias décadas del fenómeno revolucionario cubano.
Ortega y Gasset expuso este principio en su temprana obra Mirabeau o el político, donde considera que como toda revolución provoca una contrarrevolución, en el sentido de oponer la violencia restauradora a la violencia revolucionaria, la segunda está destinada al fracaso. Se imponía una superacion del fenómeno revolucionario basada en una politica auténticamente conservadora que uniera el nuevo fenómeno revolucionario manteniendo lo heredado del pasado pre-revolucionario. Una política conservadora, por tanto, busca la evolución y no la restauración revolucionaria (o contra-revolucionaria).
Ortega no llego a desglosar esta política pero fue claramente definida por Berdiaiev en Una nueva Edad Media. Dicho filósofo afirmó allí que solo quien haya llevado la revolución adentro ( hacía referencia a la rusa ) podría derrocarla, en referencia a la temprana oposición al fenómeno bolchevique durante la guerra civil rusa: solo quien haya creído en las promesas de los líderes revolucionarios podrá sentirse decepcionado de ellas y oponer el proyecto revolucionario a su desfiguración totalitaria.
Asimismo Vaclac Havel en El poder de los sin poder sostuvo que la única lucha posible bajo el totalitarismo estaba en asumir una postura ingenua: creer en las leyes reconocidas por el estado totalitario y oponerlas a su práctica. Esta ingenuidad conscientemente ejercida obligaba al sistema totalitario a violar sus propias normas ejerciendo la represión directa: fue lo sucedido en Cuba en marzo de 2003: ya no fueron suficientes los actos de repudio y el hostigamiento – la típica solucion totalitaria – sino acudir a una practica pre o post-totalitaria: el encarcelamiento de varias decenas de opositores.
No pretendo aquí hacer un análisis de lo que ha sido la practica opositora cubana durante estas cinco décadas. Tengo la impresión, sin embargo, que la alternativa planteada por Berdiaiev, Ortega y Havel no ha sido la mas favorecida a la hora de establecer una estrategia en torno a la crisis cubana. La ingenuidad consciente propuesta por Hável en El poder de los sin poder, por Berdiaiev en Una nueva Edad Media y por Ortega en varias de sus obras pudiera ser el camino de la futura transición en Cuba.
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