jueves, 3 de junio de 2010

Miguel Bonasso trata de defender lo indefendible.

Por Jorge Olivera Castillo.

El intelectual argentino Miguel Bonasso asegura que "Cuba no está sola". Así titula un artículo suyo publicado en el diario Granma. Otra vez se confunden los términos en aras de consolidar los principales resortes de un diseño mediático fraguado en La Habana y distribuido, para su propagación, entre la profusa nómina de voceros y cómplices repartidos por el orbe.

El eje de esos mensajes solidarios que buscan legitimar a una dictadura con todos los atributos para no apartarse ni un milímetro de tal calificación, consiste en identificar a la patria con un partido, a la soberanía nacional con los intereses de la élite de poder.

El señor Bonasso y otros paladines de la izquierda más ortodoxa salen en defensa de la mítica revolución cubana, en el instante que afloran señales de un posible naufragio. En el artículo son evidentes las matrices de opinión que tratan de desvirtuar los señalamientos críticos a los arbitrariedades cometidas por el gobierno en los últimos meses, legitimando un orden de cosas que en sentido general no responden a las expectativas de un modelo socialista, como lo definen sus máximos representantes y sus colaboradores de dentro y fuera del país.

La trivialización de la muerte del preso de conciencia Orlando Zapata Tamayo, a consecuencias de una huelga de hambre por mejoras en sus condiciones carcelarias, los cuestionamientos a las instituciones que condenaron el crimen, como el Parlamento Europeo, y la codificación del argumento de que se trata de una conjura internacional con el fin de desacreditar al sistema político cubano, ponen sobre el tapete las credenciales de un fiel colaborador del régimen, que abjura de la imparcialidad y de un sentido mínimamente responsable en cuanto a poner sobre la mesa la realidad con sus luces y sombras.

Según Bonasso, Zapata Tamayo fue "convertido en disidente y mártir político por los grandes trusts de la comunicación". Este segmento del texto publicado en el periódico Granma, muestra los trazos de una personalidad que no reconoce o malinterpreta los códigos de la conmiseración ante el dolor humano. ¿Estará pagando Bonasso alguna deuda contraída con la envejecida jerarquía comunista de la Isla? ¿Es ético denigrar a un cubano muerto en tan terribles circunstancias desde un cómodo apartamento en Argentina? ¿Por qué esa desfachatada e inmoral intromisión en los asuntos internos de Cuba?

Miguel Bonasso no va a reconocer nunca que se ha equivocado.

Desafortunadamente, vuelve a demostrar su fidelidad ideológica a un sistema de valores y creencias que pudieron ser paradigmáticas desde el punto de vista humano, pero que en esencia repiten el legado de Jorge Rafael Videla en Argentina, François Duvalier en Haití, Augusto Pinochet en Chile y Marcos Pérez Jiménez en Venezuela.

No importa si de derecha o izquierda, las dictaduras tienen patrones comunes.

Unas menos crueles que otras, pero todas regidas por el abuso contra sus adversarios, el control de los medios de prensa, la anulación de los derechos constitucionales, y en el caso de las totalitarias, el racionamiento, la delación en sus niveles más degradantes, el mayor énfasis en las torturas psicológicas y todo un arsenal que suelen ocultar tras la sostenida exportación de gestos humanitarios hacia países pobres, y el otorgamiento de ciertas facilidades en cuanto el acceso a los servicios de educación y salud a los residentes en el territorio nacional.

Es oportuno recordar que Cuba no es solo Fidel, ni Raúl Castro, ni el pésimo sistema que han jurado defender a sangre y fuego. Cuba también es el pueblo que simula serle fiel a la nomenclatura para no caer en desgracia; los más de 200 presos políticos y de conciencia y los cubanos que han tenido que refugiarse en otras naciones por motivos políticos o económicos.

El partido comunista se ha apropiado del país de manera ilegítima. Sus principales rectores no se atreven a organizar unas elecciones limpias y sin exclusiones. Los motivos reales para rehuir de ese compromiso están claros, al margen de los pretextos que Bonasso y otros se encargan de reciclar constantemente.

Las brigadas que decoran la fachada del infierno insular se reducen, con la salvedad de que en este caso no hay despidos, sino deserciones irrevocables.

Parece que el intelectual argentino no tiene intenciones de abandonar sus posturas. Razones tendrá para seguir encaramado en los andamios, tapando los huecos dejados por medio siglo de chapucerías y perversiones.
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