Por Arnaldo M. Fernández.
El pimpante ideólogo del "socialismo del siglo XXI", Heinz Dieterich Steffan dejó claro a que se refería cuando abordó el fusilamiento (abril 11, 2003) de tres autores del secuestro incruento de la lancha Baraguá (abril 2, 2003). Según este sociólogo alemán aplatanado en México, "el microdrama del crimen [id est, el secuestro de la lancha] ya estaba indisolublemente vinculado a los preparativos propagandísticos de la agresión militar estadounidense contra Cuba. De hecho, no importa si los secuestradores tenían conciencia del papel que estaban jugando en la política mundial o si involuntariamente habían entrado en una trama mayor fuera de su control y competencia, al modo de la tragedia griega; objetivamente se habían convertido en (…) una base avanzada de operaciones de los preparativos bélicos de Washington contra Cuba".
Así, el doctor Steffan enredó a tres negritos del barrio habanero de Cayo Hueso en cierta urdimbre sobrehumana, que castra la posibilidad misma del individuo. A Steffan no le importó que Castro dispusiera de la vida de Lorenzo Enrique Copeyo, Bárbaro Leodán Sevilla y Jorge Luis Martínez para dar este recadito a "los neofascistas en la Casa Blanca y en La Florida: Ustedes han declarado la guerra y los primeros de sus soldados han caído. Si siguen la guerra de agresión, sus tropas de intervención pagarán un alto precio en vidas humanas. Párenla, antes de que sea demasiado tarde".
Juzgar el secuestro incruento de la lancha Baraguá como indicio de otra intervención americana en Cuba es genuflexión que sobrepasa la calistenia legitimadora con que algunos círculos intelectuales de la nueva izquierda suelen decorar los desatinos políticos de Castro. Ningún sospecha racional podía abrigarse sobre la "idea siniestra" endilgada por Castro a la Casa Blanca: provocar un "éxodo masivo -como ocurrió con los hechos del 5 de agosto de 1994- que sirv[ier]a de pretexto para una agresión militar a Cuba".
Todo el mundo sabía que la cumbre de Azores (marzo 16, 2003) de George W. Bush con Tony Blair y José María Aznar apuntaba a la "guerra larga y difícil" contra Irak. No había siquiera un marine borracho por Cayo Hueso y así la pose intelectual de Steffan se reduce a someterse ciegamente a la autoridad de Castro, con el ardid de que hay cierta razón allá afuera, por encima de los contextos vitales, que reclama la ofrenda de individuos que se consideran involucrados en una conspiración sin haber visto a los demás complotados (el jefe de la Oficina de Intereses de los EE. UU. en Cuba y la mafia terrorista de Miami) ni siquiera por fotografía.
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