Por Iván García.
José Lezama Lima (1910-1976) aún no se ha ido. Esa es la vibración personal que se siente cuando usted visita la casa museo del maestro de la prosa cubana en la calle Trocadero, en el centro de La Habana.
No hace falta ser médium para notar la respiración asmática y cansina del gordo Lezama mientras se recorre la vivienda de uno de los más grandes escritores de este verde caimán.
El intelectual cubano nació el 19 de diciembre de 1910. Y como casi todos los genios, fue un tipo incomprendido por su tiempo. Su padre, José Lezama Rodda, de ascendencia vasca, fundó y perdió en Cuba sus negocios en la producción de azúcar.
Rosa Lima Rosado, la madre, formaba parte de una familia de pensamiento independentista. A fines del siglo 19 se vio obligada a partir de la isla. Conoció y colaboró con el prócer humanista José Martí en su exilio de la Florida.
Lezama Lima tuvo dos hermanas: Rosa y Eloísa, ya fallecidas. De chico, como todo buen habanero, jugó béisbol y formó piquetes encendidos con sus amigos del barrio. Era ‘infielder’ (jugador defensivo) y no tenía malas manos.
Pero un día, siendo adolescente, sus amigos fueron a buscarlo para un partido y Lezama les dijo: "Hoy no salgo, me voy a quedar leyendo". Había comenzado la lectura del Banquete de Platón. Tenía 15 años y desde los 8 leía con avidez a Salgari y Dumas. También a Cervantes y su Quijote.
Luego se hizo abogado. Y comienza a trabajar en un simple puesto de secretario del Consejo Superior de Defensa Social, en la cárcel del Castillo del Príncipe, la principal de La Habana de entonces. Ya por esa fecha era un grande de las letras.
En 1937 se publica el poemario La Muerte de Narciso, escrito en 1931. En su día, otro gigante, Cintio Vitier, afirmó: "Toda la poesía de Mariano Brull, Emilio Ballagas, Eugenio Florit, como brujas montadas en escobas, salieron disparadas por una ventana cuando yo leía Dánae teje el tiempo dorado por el Nilo, el verso inicial de La Muerte de Narciso. La poesía cubana había cambiado en una sola noche".
Después vino su andar por revistas culturales de altos vuelos, editadas en Cuba en las décadas de 1940-50. Fue en Orígenes, quizás, donde Lezama Lima dejó su impronta de escritor.
En 1959 llega el comandante Fidel Castro y su huracán de reformas radicales.Tanto machismo y testosteronas inquietas; el estilo caudillista y un desprecio olímpico a los libre pensadores, causó más de un problema al descomunal José Lezama.
A pesar de estar casado desde 1964 con María Luisa Bautista, destacada profesora de literatura, el gordo Lezama era un gay discreto. Sin salir del armario. Ya se sabe cómo el gobierno de Castro se las gastaba por esa época con los homosexuales.
Eran tiempos turbulentos. Quienes tuvieran orientaciones sexuales diferentes podían a prisión o a especie de campos de concentración denominados UMAP (unidades militares de apoyo a la producción). Y aunque Lezama nunca llegó a recibir un castigo severo, sufrió lo suyo. El escándalo mayúsculo llegó en 1966.
El nombre de ese escándalo fue la novela suprema de la literatura cubana: Paradiso. Tuvo una edición limitada. Y puso en jaque a la férrea censura estatal, que siempre la tuvo como literatura sospechosa, burguesa y contrarrevolucionaria. Las aventuras sexuales de José Cemí inquietaron a los jerarcas criollos, que veían en los maricones y la sodomia, un peligro latente al hombre nuevo soñado por el Che.
Pese a todo, el Maestro jamás quiso abandonar su patria. En ella estaba su musa. Su casa de Trocadero era su "cogollito", como solía decir. Y allí se enclaustró entre lecturas. A cal y canto.
Años duros. Las penurias económicas afectaban a la población. Y Lezama, un sibarita incurable, sufría de hambre real. Se desquitaba con creces cuando algún amigo foráneo lo invitaba a cenar. Cuentan que en recepciones en embajadas occidentales, ciertas noches de apetito feroz, Lezama devoraba un ejército de croquetas y canapés.
Murió en agosto de 1976, con una fama apagada por la censura y un reconocimiento oficial de bajo perfil. Después convirtieron en exquisito su cadáver. Una norma del gobierno de Fidel Castro con las figuras de intelectuales críticos o poco leales al régimen. Una vez enterrados, claro.
Cien años cumple el gordo que vivió y murió en la casa número 162 de la calle Trocadero. Su gruesa anatomía anda suelta por el hogar reconvertido en museo. Si mientras recorre el recinto siente la tos y el resuello asmático del Maestro, no se asuste. Es Lezama que quiere darle su saludo.
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