Por Emilio Ichikawa.
Las factorías ideológicas tienen dos líneas bien diferenciadas para el mercado relacionado con Cuba. La que produce discurso utópico y la que produce discurso apocalíptico. No son discursos opuestos, solo diferentes. Este fin de semana, con tiempo extra, ha salido en oferta especial una interpretación tremendista del discurso de Raúl Castro ante la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba. Sin embargo, puede demostrarse fácilmente que el "desespero" del cual se habla, si acaso, asoma en ciertas partes de la intervención. Y aquí aclaro algo urgente.
Tratar de moderar el sentido de inminencia del fin del castrismo que proponen algunos medios, específicamente en Miami, no es deseo de incordiar con otras interpretaciones ni de defender un gobierno. Es sencillamente un intento de ajustar la percepción de lo que sucede en Cuba y, a partir de eso, estimular el planteamiento de (micro) políticas personales, familiares y locales realistas, que no paralicen la salida práctica con la exigencia de esta premisa: "hasta que no se acabe el castrismo". Porque el castrismo, en su sentido más concreto, ni está desesperado, ni está a punto de desaparecer, ni tiene un sustituto visible en la oposición interna o en la externa (sabemos de la española y no de la de Miami porque, como dice el chiste, en la Calle 8 no hay Embajada Norteamericana que filtre WikiLeaks).
Mantener el discurso del fin inminente solo es entendible en el caso de la conservación de cierto estado de cosas que se nutre específicamente de esa tensión. Un existir en el límite y la posibilidad que, igual que no contempla la eternización, tampoco puede trabajar con el fin real del sistema instaurado en Cuba.
En el referido discurso de Raúl Castro, contra lo que se ha dicho, predomina el tono futurista. Llega incluso a confiscar el tiempo: cuando proyecta la Conferencia del Partido para después del Congreso de abril del 2011, o cuando dice que "El año 2011 es el primero de los cinco (ya está en el 2015-EI) incluidos en la proyección a mediano plazo de nuestra economía…"; sin contar que hace poco advirtió que el convenio actualizado con Venezuela llegaba hasta… el 2020. Es cierto que Raúl Castro enunció la frase -esta sí- tremendista de que el VI Congreso podía ser el último de "la mayoría" de los miembros de la generación histórica de la Revolución; pero… ¿cuándo se hizo el V Congreso? Pues entre el 8-10 de octubre de 1997: hace 13 años; así que estaríamos pensando en un VII Congreso que pudiera realizarse en el 2023. Con una "minoría" de históricos aún vivos.
Los llamados de Raúl Castro al control, a la sinceridad, a la exigencia, a la aplicación de sanciones a cualquier dirigente que viole la ley, etc., no son reclamos caóticos. Son ingredientes probados de un discurso populista que se ha adjudicado Raúl Castro a lo largo de la historia ideológica de la Revolución; y cuyo antecedente más notable fue el "Llamamiento al IV Congreso del PCC" (1991), en vísperas de otro "ambiente reformista" que culminó después en la legalización del dólar. La sanción o "truene" al burócrata es el cheque de bonficación con que el líder socialista resarce al obrero. Y esto no es improvisación sino la más pura ortodoxia leninista.
Por demás, en sus palabras a la Asamblea Nacional Raúl Castro descubre con claridad la que será fuente doctrinal y autoridad textual bajo la que los (primeros) "herederos" o "sucesores" legitimen sus actos: los discursos, escritos y demás pronunciamientos de Fidel Castro. Sin descontar que Raúl se anima ocasionalmente a citarse a sí mismo. Por último, hace un elogio de la juventud y presenta un diagnóstico de la política norteamericana hacia Cuba; resumiendo en un programa mínimo la forma de encararla.
Es lo que hay. Ante esto se impone diseñar una reacción útil, sana, conveniente; una mirada sincera de la situación creada, de lo que es: en lo político general y en lo político personal.
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