Por Marta Darby.
Nací en la Habana, Cuba. Mi familia abandonó Cuba en el Día de San Valentín, el 14 de febrero de 1961. Me sé la fecha de memoria porque está grabado en mi pasaporte y para siempre está grabado en mi memoria.
El costo para que los niños hicieran el vuelo de 90 millas desde La Habana a Miami era de 21.60 dólares.
Nunca dejo de pensar que yo fácilmente me gasto más que eso en la comida de la familia en algún McDonald’s y que esas 90 millas son aproximadamente la misma distancia entre aquí y San Diego.
En Cuba no le dijimos a nadie que nos íbamos. No hubo adioses. Mi madre nunca volvió a ver a su madre de nuevo.
Mi padre había salido de Cuba meses antes y estaba esperando que mi madre pudiera obtener visas para sus cinco hijas.
Mi hermano había dejado Cuba como un menor sin acompañante el 26 de diciembre de 1960, fue uno de los primeros niños de Pedro Pan, una operación creada entre el Gobierno de Estados Unidos, personas exiliadas de Cuba y la Iglesia católica para sacar a niños de Cuba y llevarlos a Estados Unidos.
Así que fuimos sólo mi mamá, nosotras las niñas y 13 maletas las únicas que tomamos el vuelo esa medianoche.
Entonces, a principios de 1961, los cubanos aún podían ir al aeropuerto a recoger a sus familiares exiliados.
Recuerdo que me sentía muy muy cansada y muy feliz cuando aterrizamos. Recuerdo que podía ver a mi papá al otro lado de la ventanilla de la aduana y que no me permitían llegar hasta él. Recuerdo que él y mi hermano le gritaban instrucciones a mi madre. "¡Pídeles tres! ¡Pídeles tres!". Después supe que era el tiempo de las visas. Recuerdo los aplausos y ovaciones cuando finalmente logramos pasar la aduana.
Recuerdo que le deseé a mi padre un feliz cumpleaños y lo viejo que me parecía a los 50 años. Sólo me puedo imaginar el alivio que sintió en su corazón ese día cuando finalmente los ocho estábamos reunidos de nuevo.
Eso fue hace 48 años. Todos los recuerdos de mi familia antes de Castro son recuerdos felices. Aún mantenemos muchas de nuestras tradiciones cubanas y amamos todo lo cubano, en particular la música y la comida.
Yo soy la más chica de seis.
Mis padres, Luz y Rodolfo Verdés, estuvieron casados por 60 años. Mi padre, mi papi, falleció en diciembre de 1999. Antes de morir me pidió que llevara sus cenizas a su pueblo natal de Pinar del Río.
"Espera", dijo, "hasta que Cuba sea libre". Algún día cumpliré mi promesa. Pero hasta el día de hoy, aún estoy esperando.
No sé si sea porque nos pasamos los años después de nuestro exilio hablando del día en el que podríamos regresar a nuestra casa en Cuba. No sé si sea porque dejamos nuestro hogar, nuestra familia y nuestros lugares más queridos sin tan siquiera un aviso y sin planearlo. Pero no existe un día en que no sea consciente de mis deseos de volver a la tierra de mi nacimiento. Lleno esos deseos con la música, la comida y claro un libro de recuerdos. Y escribo.
Estoy feliz de estar tan conectada a una comunidad cubana genial por medio de Internet. Antes de todo lo que soy, primero soy una cubana. Y celebro eso todos los días. Desde entonces mi familia directa se ha expandido a más de 40 personas, todos se consideran cubanoamericanos. Mis hijos, mis sobrinas y sobrinos, que nacieron aquí en Estados Unidos, también se sienten orgullosos de su cultura cubana.
Mis hermanas Miriam, Alina y yo comenzamos a asistir a la escuela en el otoño de 1961. Hablábamos un poquito de inglés que habíamos aprendido en Cuba. Durante ese tiempo, había muchos exiliados de Cuba en Miami.
Pero el tiempo pasó y nos dimos cuenta de que ya no regresaríamos a Cuba. Así que nos asimilamos. Nos mudamos a California. Crecimos. Nos casamos. Y tuvimos familias propias.
Nuestros hogares son simbólicos de nuestra herencia. Tomamos café cubano. Prestamos mucha atención a todo lo que tenga que ver con Cuba en las noticias. Prácticamente lo primero que le decimos a la gente cuando nos conoce es que somos cubanoamericanos. Lo decimos a manera de explicación. Esta parte no la decimos, pero la decimos indirectamente, "es por eso que somos diferentes".
Somos diferentes.
Somos orgullosos ciudadanos americanos. Valoramos nuestra libertad de la misma manera que las personas que nacieron aquí lo hacen. Valoramos la familia de una manera en que las personas que nunca han estado separados de su familia no saben hacerlo. Amamos nuestra cultura. Amamos Estados Unidos.
Ya no soñamos con el día en que regresaremos a Cuba.
Y aún así, aún tenemos un intenso deseo de que nuestra tierra sea libre.
Hasta hoy en día, cuando nos encontramos a otros cubanos, en cualquier lugar, siempre hay un dulce reconocimiento. Luego viene la entrevista:
"¿De dónde son? ¿Cuánto tiempo llevan aquí? ¿Aún tienen familia allá?".
"La Habana. 48 años. Sí".
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