Las naciones, cuya historia está preñada de hechos violentos, le restan importancia a las figuras o acontecimientos ajenos a ese tipo de acciones. Si además, la violencia se divulga como paradigma de conducta, esa idea termina arraigándose en la conciencia social hasta establecer una falsa identidad entre guerras e historia, entre revoluciones y patriotismo, solapando otras formas válidas de hacer patria, de hacer historia y de fomentar cultura.
En Cuba, la historia de violencia -conquista, colonización, ataques de piratas y esclavitud; luchas abolicionistas, separatistas, independentistas y anexionistas; guerras civiles, crímenes raciales, golpes de estados, gangsterismo y terrorismo; lucha insurreccional y contrarrevolución armada- ocultan a figuras y acontecimientos, que por sus dimensiones, constituyen cimientos y columnas de la patria y de la nación. El Coronel Francisco de Albear y Fernández de Lara, gigante de la ingeniería cubana nacido en La Habana el 11 de enero de 1816, es uno de esos ejemplos.
En 1835 embarcó hacia España para ingresar a la Academia de Ingenieros y regresó a la Isla en 1845, cargado de cultura y de prestigio que le sirvieron para ser nombrado Ingeniero de la Real Junta de Fomento de Agricultura y Comercio de la Isla de Cuba, desde la cual emprendió una copiosa labor constructiva.
Entre la reparación del Convento de San Agustín en La Habana -su primera obra-, pasando por la construcción del acueducto Isabel II, se encuentra todo lo destacado en materia constructiva de la época. Basta mencionar el Cuartel de Caballería de Trinidad, el reconocimiento del río Zaza para su canalización, el estudio para ampliar los muelles de Cienfuegos, la Lonja del Comercio, el Jardín Botánico y la Escuela de Agronomía, los muelles, tinglados y grúas del litoral habanero, cuantas calzadas partían de la capital hacia las regiones circundantes, la instalación de las primeras líneas telegráficas de Cuba, el levantamiento del plano de La Habana, los proyectos del ferrocarril y la carretera central, entre otros.
En materia hidráulica, a pesar de la Zanja Real construida entre las décadas del 60 y del 90 del siglo XVI para trasladar las aguas desde el río La Chorrera; del acueducto Fernando VII construido entre 1832 y 1835 para conducir el agua mediante tuberías de hierro; además de los 895 aljibes y 2.976 pozos existentes, el abasto de agua potable a la villa de San Cristóbal de La Habana resultaba insuficiente en la primera mitad del siglo XIX.
Ante la crisis, el General Concha, Capitán General de la Isla, encomendó a una comisión pra solucionarel problema encabezada por Albear. Fue así como se le presentó al ilustre ingeniero la oportunidad de desarrollar su obra cumbre, consistente en dotar a la capital de un moderno acueducto que tomara el líquido del manto freático y lo trasladaba por tuberías soterradas para solucionar la insuficiencia e insalubridad de las aguas contaminadas procedentes de pozos, aljibes y de los acueductos precedentes.
Una vez concluido los estudios previos, por lo factible de la captación, conducción, cantidad, calidad de las aguas, y por su altura, situada a más de 41 metros sobre el nivel del mar, de entre las posibles fuentes Albear eligió los manantiales de Vento. A continuación investigó todo lo relacionado con el traslado del vital líquido hasta los depósitos de Palatino, demostró la influencia negativa de la luz solar sobre las aguas depositadas, modificó la geología de los terrenos para adaptarlos a la protección del canal, y dotado de precarios medios mecánicos lo hizo desplazarse por debajo del río Almendares.
Un proyecto similar no pudo ser repetido hasta mediados del siglo XX, cuando se construyó el túnel de la bahía habanera: ambas obras, integrantes de las siete maravillas de la ingeniería cubana de todos los tiempos.
Por el conjunto de tan magistral labor Francisco de Albear fue premiado, primero en Filadelfia y luego en París con Medalla de Oro y una mención honorífica que reza: Como premio a su trabajo, digno de estudio hasta en sus menores detalles y que puede ser considerada como una Obra Maestra. Mientras la Real Junta de Fomento lo calificó como el más famoso de los ingenieros cubanos. A esa destacada eminencia de la ingeniería, Enrique José Varona le dedicó estos bellos versos:
Fundar la fe donde la duda sobra,Al morir, Albear poseía merecidamente los títulos de Marqués de San Félix, Brigadier del Real Cuerpo de Ingenieros, Gran Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo y la Orden de Mérito Militar, Caballero de la Real y Militar Orden de San Fernando, Profesor de la Academia Especial de Ingenieros, Miembro Corresponsal de la Real Academia de Ciencias de Madrid, Socio de Número y de Mérito de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, Socio de Mérito de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, Honorario y Corresponsal de la Sociedad Británica de Fomento de Arte e Industria, Socio Fundador de la Sociedad Geográfica de España, Miembro de la Sociedad Científica de Bruselas y Miembro de la Sociedad de las Clases Productoras de México.
En medio de la noche hacer la luz,
Tomar la nada y fundar la obra,
Eso, Albear, es ser grande… ¡Así eres tu!
Como reconocimiento, el acueducto que inicialmente llevó el nombre de Isabel II se rebautizó con el de Francisco de Albear y el ayuntamiento de La Habana edificó la estatua ubicada en la calle Monserrate, entre Obispo y O’ Reilly, en la Habana Vieja. Sin embargo aún está pendiente que tan eminente ingeniero sea reconocido como un patriota de la construcción y uno de los forjadores de la cultura cubana, cuya obra cumbre sigue aportando una considerable parte del agua que se consume hoy en nuestra querida Habana.
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