Por Pedro Pablo Bilbao.
Al cabo de 376 Reflexiones en casi 4 años, Castro el Viejo retorna al tema con que comenzó (marzo 28, 2007): la crisis mundial de alimentos, con el apremio de que "es hora ya de hacer algo". En la estela del peor romanticismo de izquierda, el viejo Castro se muestra casi tan titánico, al arrogarse el papel de consejero mundial, como lo fue en su función ejecutiva de la revolución sin fronteras, que fracasó. Luego de haber planteado "una reforma agraria mucho más radical" (Biografía a dos voces, 2006, página 224), su gestión ha desembocado en la situación que el barón Alexander von Humboldt describió en su Cuadro estadístico de la Isla de Cuba (1825-1829): "Nos encontramos con una importación anual de comestibles [que] exige anualmente el comercio exterior una población (…) colocada sobre el suelo más fértil, y el más capaz, por su extensión, de alimentar a una población por lo menos seis veces más considerable".
Sin embargo, la reflexión se torna más interesante por presentar Castro la amalgama historiográfica de que "la URSS no tuvo absolutamente nada que ver con el triunfo de la Revolución Cubana. Esta no asumió el carácter socialista por el apoyo de la URSS, fue a la inversa: el apoyo de la URSS se produjo por el carácter socialista de la Revolución".
Lo primero es cierto. De vez en cuando aparece recalentado el manjar que urdió Salvador Díaz-Versón al conectar a Castro con el Kremlin antes de matricular en la Universidad de La Habana, pero la clave sería dada (abril 26 de 1948) por el embajador interino de los EE. UU. en Cuba Lester Mallory: "Si bien no hay pruebas de que sea comunista, hay más que suficientes de que es un personaje indeseable y gangster en potencia".
Lo segundo es discutible. Antes de que Castro triunfara, Jruschov había aprobado (diciembre 27, 1958) suministrarle armas a través de Checoslovaquia. A la hora del triunfo, el KGBoso Nikolai Leonov se acordó de que había viajado con Raúl Castro en 1953 y conocido en México a Fidel Castro en 1956. No causó mucha impresión en Lubianka, pero Castro haría algo impresionante: hacia julio de 1959 mandaba al ya seguroso Ramiro Valdés a Ciudad México, con la misión secreta de contactar al embajador soviético y al jefe de la estación KGB. Todavía la CIA no había esbozado el plan de invasión con exiliados.
Para octubre de 1959, el KGBoso Alexander Alekseyev estaba en La Habana con vodka, caviar y fotos de Moscú. Tras confesarle Castro que Marx y Lenin se hallaban entre sus guías intelectuales, Alekseyev se quedó aún más sorprendido al proponerle aquel que Mikoyan visitara la Isla. En esa visita Castro le tumbaría a los bolos un contrato comercial de venta de la quinta parte de las exportaciones cubanas de azúcar y compra de petróleo soviético a precio por debajo del mercado mundial, así como un crédito blando de $100 millones. Al regreso de Mikoyan a Moscú, Jruschov envió (marzo 15, 1960) su primer mensaje personal a Castro a través de Alekseyev: ya podía comprar cualesquiera armas en Checoslovaquia e incluso en la URSS, si fuere necesario.
A tal efecto Raúl Castro viajó a Praga y de allí voló (julio 17, 1960) con Leonov a Moscú. Al mes siguiente, la KGB asignaba a Cuba el nombre en clave AVANPOST. Por obra y gracia de Castro y la KGB, el comunismo soviético tenía su primer enclave en el hemisferio occidental.
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