Por Jorge A. Pomar.
Cambiando lo que haya que cambiar, enseguida veremos en qué consistiría ese "significado ético" sibilinamente atribuido por el purpurado habanero al último artículo de Gastón Baquero en el Diario de La Marina. Al margen de las segundas intenciones del vicario General de La Habana para desempolvarlo, el texto posee la doble virtud de, además de ser de una crudeza imprescindible para entender el dilema del autor ante la previsible debacle republicana en enero del 59, conservar casi toda su vigencia en la coyuntura actual.
Clarividencia que el ex jefe de redacción del poderoso Diario de La Marina compartía con muy pocos actores de la época. Así de pronto me vienen a la mente tres testimonios de similar lucidez, impacto, voluntad de estilo y fuerza admonitoria: la viril defensa del diálogo con el gobierno de facto hecha en una de las tertulias de la Universidad del Aire por el veterano mambí Cosme de la Torriente en defensa del diálogo con el gobierno de facto; el vibrante alegato de Rafael Díaz-Balart en el Capitolio contra el plan oficial de amnistiar a Fidel Castro y sus secuaces del sangriento asalto al Cuartel Moncada; y el veredicto histórico "Culpables fuimos todos", carta testamento redactada por Miguel Ángel Quevedo, ex propietario y director del influyente semanario Bohemia (en las antípodas del Diario de La Marina) antes de volarse la tapa de los sesos en Caracas en el 69.**
Ya en una categoría menor, dado el mayor grado de involucración y compromiso del autor con el totalitarismo castrista, sin duda por su impacto en mi propia conciencia, se me ocurre traer a colación aquí el poema de Nicolás Guillén "Digo que yo no soy un hombre puro", recitado por este servidor aquí en Renania del Norte-Wesfalia como parte de la campaña en favor de los reos de la Primavera Negra. La mezcla de impotencia, frustración y angustia, a la que el presidente de la UNEAC (muerto en el 89, no a fines de la década de los 70, como afirmo erróneamente en el vídeo) inyecta una fuerte dosis de extracto de rabia criolla en esa suerte de testamento poético, es muy parecida a la de Gastón Baquero.
Si bien Guillén, intelectual de capilla y pendejo como para él solo incluso de cara a la muerte, se cuida de politizar explícitamente su exabrupto lírico, purgando sus airados versos de cualquier alusión abstracta al peligroso tema de los derechos civiles, su énfasis machócrata en los excesos de mesa y alcoba insufla al mensaje un mayor poder de convocatoria plebeya y una demoledora vigencia materialista vulgar en vísperas de la abolición dela cartilla de racionamiento y el inminente despido de medio millón de empleados estatales. Mucho más popular y directo que Baquero, el también "Poeta Nacional" da rienda suelta a su visceral aversión al culto al hombre nuevo (nótese el lapso de lengua cometido por el recitador).
Y aunque a título clandestino, ya con un pie en tumba pero todavía entre temblores y castañeteos de dientes, no es menos cierto que apela tanto a las élites biránicas como a las masas hambrientas y desamparadas desde las entrañas del régimen. A saber, además de gourmet, bohemio y sibarita, el autor de “Tengo lo que tenía que tener”, consciente del engaño y el autoengaño en que había incurrido, seguía siendo el intelectual marxista atrapado en las redes del fatídico mito revolucionario que él mismo había ayudado a tejer con su poesía negrista y social. Por “azar concurrente”, como acotaría su rival torremarfilesco protegé batistiano (Cabrera Infante, Cuerpos divinos, y no ofensa en esto puesto que, a diferencia del Comandante, el mecenas del Palacio Presidencial no exigía culto a su persona y/o idiosincrasia a cambio de los favores concedidos) José Lezama Lima --ahora mismo, con motivo del centenario de su natalicio, de nuevo desnaturalizado a porfía por sus abstrusos exégetas cuyos calamitosos alardes de erudición parnasiana requieren a su vez una labor de decodificación tan ardua como estéril, pues al final del proceso sólo se saca en limpio sus respectivas egolatrías miméticas-- ya en las postrimerías de su buena vida de “rastacueros” a la sombra de guao del Nuevo Régimen, el desencantado mulato estaliniano Nicolás Guillén ratifica con amargura, a cara de perro furtivo desde su machismo pantagruélico, la incontrovertible veracidad del testamento epistolar de su refinado conracial homosexual Gastón Baquero.
Así, pues, al primer golpe de vista, el contraste entre ambos personajes apenas podía ser más craso, pues el modesto e insobornable pero inconsecuente y pusilánime jefe de redacción del conservador Diario de la Marina (foto de al lado, con tirada matutina y vespertina, sin duda el más importante de la Isla a la sazón después de Bohemia) jamás se dejó seducir por los cantos de sirena castrista. Al segundo golpe de vista, ya el lector sagaz se detecta, por encima de las diferencias de credo y temperamento, una nítida semejanza esencial entrambos que da pie al tardío empeño uneacista de ir al rescate de Baquero por el atajo afectivo y gremial.
Sutil rejuego cultural donde el difunto Jesús Díaz --probablemente de buena fe pero fiel a misión original de la dudosa Asociación Encuentro de la Cultura Cubana (AECC) se anota un primer éxito que ahora trata de capitalizar el obispo. Pero entendámonos, a buen seguro la razón arzobispal que explica esta al parecer incongruente y hasta desafiante reivindicación diferida en Palabra Nueva guarda mucho menos relación con el conservadurismo inherente a la Iglesia y al poeta que con la evidencia confesa de que el propio Gastón Baquero no se atuvo del todo a esos principios tan diáfana, magistralmente enunciados en su carta.
Veamos. En efecto, además de mentir consciente o inconscientemente al atribuirle la iniciativa de la violencia y el terror al Batistato --secuencia que, como sabe a día de hoy todo el que quiera saberlo, ocurrió al revés, constancia documental sobra--, el poeta optó por el silencio, por el laissez-faire a sabiendas de lo que ineludiblemente vendría tras la evitable apoteosis biránica. En cambio, una vez cerradas a cal y canto las puertas del diálogo y la vía electoral precisamente por la intransigencia de los rebeldes, la complicidad suicida de las mal llamadas "clases vivas" y la escandalosa parcialidad de la prensa republicana, elegir in extremis el mal menor en consonancia con su propia filosofía evolucionista.
Y si se tiene en cuenta el dato cronológico de que el terror revolucionario que, a raíz del Pacto de Caracas entre todas las facciones antibatistianas, reorientó al formidable movimiento cívico de la época por el camino de la lucha armada y silenció a Baquero había partido del bando opositor, el mal menor era el gobierno de facto, la "dictablanda" de Fulgencio Batista y Saldívar. Tanto más que --sin contar que, al igual que Guillén, a buen seguro él mismo debía en parte su ascenso al estrellato mediático a aquella Revolución del 33-40 protagonizada por el sargento oriental, por afinidad de origen (ambos oriundos de Banes), extracción social (de bien abajo), raza (mulatos), condición de hombre hecho a sí mismo y hasta temperamento dialogante, el poeta debió haberse decantado por el "tirano", cuyos "sicarios" no perseguían a nadie por delitos de conciencia sino de sangre y extorsión a mano armada. Y de hecho, había sido investido a todos los efectos como él único garante fiable de la continuidad republicana precisamente por los petardos y amenazas del M-26-7 y el Directorio Estudiantil que le obligaron a callar a la vista de la catástrofe en ciernes.
Por otro lado, el periodista Baquero no podía ignorar el expediente homicida del abogado Fidel Castro, notorio pistolero profesional del "Bonche" universitario. Sólo que, aunque probablemente ya inútil a mediados del 58, a Baquero le faltó desde el principio el mismo cromosoma de coraje cívico que hoy se echa de menos en casi toda la intelectualidad "de ambas orillas", que sabe tan bien como la curia católica que su opción por la paz, el diálogo y la concordia social frente al continuismo raulista conduce en línea recta a la prórroga sine die del actual cataclismo nacional.
Así las cosas, los móviles cubaencuentrosos, léase criptorraulistas, de Monseñor Carlos Manuel de Céspedes para exhumar en la Revista de la Arquidiócesis de La Habana, justo en pleno contubernio clerical con el Raulato, su tan celosamente guardado plaidoyer conservador de Gastón Baquero se caen literalmente de la mata. A saber, si mi suspicaz Alter Ego no yerra, consistirían en: (1) Legitimar bajo el rótulo de política realista los actuales conciliábulos entre el General y su Cardenal como el único remedio eficaz ante una situación aparentemente sin salida. (2) Inducir a creyentes, laicos, agnósticos y ateos, revolucionarios, contrarrevolucionarios, desafectos y apolíticos, periodistas, intelectuales y académicos de una y otra orilla, a asumir como máximo similares actitudes equidistantes ante la mezquina, ruinosa "actualización del modelo socialista" en curso. (3) Conjurar cualquier conato de rebelión cívico-militar por medio del anatema religioso-literario contra una "revolución en la revolución" que, valga la sutileza subliminal, cómo no, conduciría por analogía a una imaginaria crisis del mismo signo retrógrado que aquel triunfo castrista pasivamente temido por el resignado director del Diario de la Marina.
Hasta ahí las plausibles conjeturas abicueriles. Juzgue el lector. Al perderse para siempre de Morro rumbo al exilio español tan pronto como en abril del 59 (presteza que, a diferencia del redactor-jefe José Ignacio Rivero, le ahorró al atemorizado poeta la ordalía de presenciar el aparatoso asalto armado por milicianos y agentes del G2 al imponente edificio del diario en la Manzana de Gómez), dejaría a sus obnubilados colegas, y a toda la desquiciada Cubanidad, un vaticinio con el que coincidiría 30 años después Guillén "el Malo" (según el sambenito que le endilgara el despechado apparatchik Pablo Neruda, otro vividor mestizo) del Kremlin in articulo mortis. Dos esfuerzos baldíos: agotado el siguiente ventenio, el (para no pecar de absolutismo demoscópico) grueso largo del gremio intelectual "de ambas orillas de la cultura cubana" sigue haciendo caso omiso no sólo de ambos alegatos sino incluso de la imperiosa necesidad intelectual de al menos hablar claro en tiempos de indolencia, egolatría, materialismo vulgar, doble moral, sicofancia, delación, traición intelectual y eclesiástica, simonía disidencial, oscurantismo general y, sobre todo, agonía existencial de "nuestro pueblo" de a pie de cara a otro futuro repleto de penurias, genuflexiones, éxodos...
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