sábado, 1 de enero de 2011

Del ostracismo a la santificación.

Por Miguel Iturria Savón.

Sospecho que desde algún lugar del firmamento insular el escritor José Lezama Lima (La Habana, 1910-1976), sonríe a sus seguidores o le guiña el ojo al editor que presentó la última edición de sus Obras completas. Nuestro rinoceronte literario debe estar feliz con tantas fiestas innombrables. "Ver para creer", diría en una de las tertulias por su Centenario de vida, a casi cuatro décadas de su muerte, antecedidas por el ostracismo y la sospecha dado su "distanciamiento de la realidad".

La santificación del autor de Muerte de Narciso (1937) y de la controversial Paradiso (1966), representa el triunfo sobre la censura impuesta en aquellos momentos de cambios revolucionarios, mas apropiados para la estética de la violencia y el realismo socialista. La censura sigue en pie, pero los autores muertos ya no asustan a los comisarios de la cultura, quienes reeditan los poemarios, ensayos y novelas de Lezama Lima, además de sus cartas, entrevistas y textos perdidos que renacen en antologías, en coloquios, conferencias, documentales y hasta en películas de ficción.

No les falte razón a quienes piensan que tras la exaltación de Lezama Lima existen segundas intenciones, particularmente en el año de su Centenario, marcado por la crisis y la desesperanza generadas por la misma dictadura que sumergió en el silencio a tantos creadores. El mismo Lezama, décadas atrás, al reconocer las adversas circunstancias históricas expresó que "un país frustrado en lo esencial político puede alcanzar virtudes y expresiones por otros cotos de mayor realeza".

Para él, el arte y la literatura fueron cotos perdurables de mayor realeza; centros de gravidez de su vida y su obra, dedicada a saltar lo inmediato y trascender sobre la rispidez política y el cotilleo diario. Por eso su fertilidad creativa no tomó el camino de la denuncia social, sino la tradición integradora que rescata las esencias cubanas y las fusiona con otros legados mediante un lenguaje siempre artístico.

Al gran Lezama Lima se debe un corpus poético singular y la polémica teoría de la imagen como motor de la historia. Para él, "la poesía es como el sueño de una doctrina". Su enorme talento y erudición confirmaron el acertijo en poemarios de ruptura como Muerte de Narciso (1937), Enemigo rumor (1941), Aventuras sigilosas (1945), La fijeza (1949) y Dador (1960); complementados por ensayos que ofrecen una nueva perspectiva critica, y la novela Paradiso, publicada por la UNEAC en 1966 y reeditada por Letras Cubanas en 1989, con un prólogo indispensable de Cintio Vitier.

Muerte de Narciso y Paradiso representan su boleto a la inmortalidad literaria. El derroche imaginativo, la aportación lingüística y la forma de retomar los mitos del pasado y acercarlos al horizonte insular, hizo que los críticos vieran en Lezama Lima a nuestro Góngora.

Paradiso, calificada de hermética y escandalosa, recrea el entresijo familiar y personal del propio Lezama Lima, quien somete al lector a la geometría de las palabras pero le obsequia su arsenal de parábolas, asociaciones culturales, metáforas, sueños y visiones inesperadas. Debiéramos buscar la obra y recrearnos en ella como en una cátedra de historia, amistad y cultura; ajena al suspense de las novelas melodramáticas y policíacas.

Es posible leer, además, los ensayos Analecta del reloj (1953), La expresión americana (1957), Tratados en La Habana (1958), La cantidad hechizada (1970) y la compilación Imagen y posibilitad, de 1981. Resurgieron en el 2010 estudios sobre la difusión cultural emprendida por Lezama Lima en revistas que identificaron a su generación, integrada por figuras que, junto a él, enriquecieron el legado espiritual cubano. Desde Verbum (1937) hasta Orígenes (1944-1956), pasando por Espuela de Plata (1939-1941), Poeta, Clavileño, Nadie Parecía y Fray Junípero (1943).

Orígenes, con 40 números en un decenio, fue comparada con la Revista de Occidente (España), con la rioplatense Sur y las mexicanas Contemporáneos e Hijo Prodigo. En Orígenes, Lezama y sus colegas vertebraron el primer movimiento literario que hizo de la poesía su forma esencial de conocimiento, goce estético y concepción del mundo. En ella están las voces de nuestro trascendentalismo poético, entre quienes figuraron, además de Lezama, Gastón Baquero,  Eliseo Diego, Cintio Vitier y Fina García Marruz.

A cien años de su nacimiento Lezama Lima sigue siendo más comentado que leído, pero renace como paradigma del creador ajeno a la realidad sociopolítica del país, donde las aguas mansas y la penuria cotidiana estimulan las búsquedas de otros cotos de mayor realeza.
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