Por Raúl Rivero.
El interés que ha despertado el anuncio de que Raúl Castro renunciará a la presidencia de Cuba en el venidero mes de abril, las esperanzas de cambios que se perciben en ciertos grupos y el debate sobre la línea que asumirá Miguel Díaz Canel, su sucesor oficial, tienen la consistencia de los fuegos artificiales y el vuelo raso de la ilusión porque, como se sabe, la dictadura impone su poder con los tanques y desde la estructura del partido comunista. Lo demuestra la realidad diaria y está escrito en la constitución que redactó Fidel Castro con un bolígrafo chino.
Las especulaciones sobre el relevo en la primavera que viene alcanzan ahora mismo hasta eventuales controversias en la piña del poder porque -supuestamente- no todos aprueban al designado por el alto mando y se inclinan por el canciller Bruno Rodríguez y otros personajes de línea más dura, más radicales y fieles al castrismo.
Pura algarabía silenciosa que le viene bien al régimen en la medida que le sirve para ocultar o disimular los graves asuntos reales que sufre la población.
Para muchos de los que conocen bien la manera de actuar de los jefes criollos, perciben el filo de sus maniobras y padecen el rigor de su mandato, quienes están allá adentro de cara al proceso, saben que pueden darle el cargo de presidente a cualquiera, incluida algunas de sus mascotas, porque el camino y la gestión diaria se decide en otros sitios y responde únicamente al afán de sobrevivir en el poder y darle confort, lujos y garantías a las descendencias.
No importa quien asuma el cargo. El que sea tendrá que seguir sumiso y obediente a Raúl Castro y, además, agradecerle que lo haya situado en un punto más alto que a sus compañeros de vasallaje. De manera que, como está establecido, los ciudadanos y el país continuarán en la misma situación de miseria, escasez y represión y se llegará a los 60 años de fidelismo con un nuevo presidente en la vieja y caquéctica dictadura.
El próximo jefe del Estado quedará subordinado a su mentor porque es el primer secretario del partido comunista de Cuba. Y será un peón sin tacha y sin sombra del coronel Alejandro Castro Espín, integrante de la junta militar que controla la nación, jefe de los servicios de inteligencia y contrainteligencia y candidato único, sin discusiones ni probabilidades de dudas, a relevar a su padre en la dirección de la fuerza política que instaló la dictadura y la sostiene desde las torretas de los tanques.
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