Las especulaciones sobre el relevo en la primavera que viene alcanzan ahora mismo hasta eventuales controversias en la piña del poder porque -supuestamente- no todos aprueban al designado por el alto mando y se inclinan por el canciller Bruno Rodríguez y otros personajes de línea más dura, más radicales y fieles al castrismo.
Pura algarabía silenciosa que le viene bien al régimen en la medida que le sirve para ocultar o disimular los graves asuntos reales que sufre la población.
Para muchos de los que conocen bien la manera de actuar de los jefes criollos, perciben el filo de sus maniobras y padecen el rigor de su mandato, quienes están allá adentro de cara al proceso, saben que pueden darle el cargo de presidente a cualquiera, incluida algunas de sus mascotas, porque el camino y la gestión diaria se decide en otros sitios y responde únicamente al afán de sobrevivir en el poder y darle confort, lujos y garantías a las descendencias.
No importa quien asuma el cargo. El que sea tendrá que seguir sumiso y obediente a Raúl Castro y, además, agradecerle que lo haya situado en un punto más alto que a sus compañeros de vasallaje. De manera que, como está establecido, los ciudadanos y el país continuarán en la misma situación de miseria, escasez y represión y se llegará a los 60 años de fidelismo con un nuevo presidente en la vieja y caquéctica dictadura.
El próximo jefe del Estado quedará subordinado a su mentor porque es el primer secretario del partido comunista de Cuba. Y será un peón sin tacha y sin sombra del coronel Alejandro Castro Espín, integrante de la junta militar que controla la nación, jefe de los servicios de inteligencia y contrainteligencia y candidato único, sin discusiones ni probabilidades de dudas, a relevar a su padre en la dirección de la fuerza política que instaló la dictadura y la sostiene desde las torretas de los tanques.
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