lunes, 29 de enero de 2018

Emigración en Cuba no se detiene.

Por Iván García.

Cuando parece que se cierran todas las puertas para emigrar a una nación del Primer Mundo, que el pasaporte cubano de color azul no es bienvenido en la mayoría de las fronteras o tirarse en una balsa rumbo a Estados Unidos es un acto más suicida que inútil, Mayra, estudiante universitaria, fragua su estrategia migratoria navegando muchas horas por diferentes sitios de internet en busca de un boquete de salida.
Emigración en Cuba no se detiene
Desde 1962 a 1994, la forma más tradicional de los cubanos que querían irse ilegalmente de Cuba, era construir una precaria embarcación de madera capaz de soportar la poderosa corriente del Estrecho de la Florida y anclar o ser rescatado por algún guardacosta estadounidense, lo que automáticamente le concedía el estatus de residencia en los Estados Unidos.

Después del verano de 1994, tras los acuerdos migratorios firmados por Bill Clinton y Fidel Castro, se intentó poner orden y seguridad a la emigración marítima ilegal. Se acordó autorizar 20 mil visas anuales por concepto de reunificación familiar. Y, para frenar el éxodo de los balseros -aún se desconoce el número de muertos que yacen en el fondo del Estrecho de la Florida- funcionarios de Washington idearon la llamada “ley pies secos, pies mojados”, una versión bastante cínica de la benevolencia americana.

Si un balsero era atrapado en altamar, se devolvía a Cuba con el compromiso que no iba a ser encarcelado. Si de alguna manera pisaba territorio estadounidense, bingo, se le abría la puerta giratoria de entrada al paraíso.

En enero de 2017, Barack Obama derogó los pies secos, pies mojados. Tras la flexibilización migratoria de las autoridades comunistas de la Isla, a partir del invierno de 2013, además de por mar o tierra (cruzando fronteras), a Estados Unidos comenzaron a llegar cubanos por vía aérea.

Entre 2013 y 2017, si a los 80 mil cubanos que emigraron por reunificación familiar (20 mil por cada año), sumamos los que recorrieron miles de kilómetros desde Ecuador o Centroamérica hasta la frontera sur de Estados Unidos, alrededor de 800 mil cubanos emigraron de su país en los últimos cuatro años.

En las redes sociales comenzaron a aparecer instrucciones de cómo evadir ciertos trayectos peligrosos y decenas de trucos para esconder el dinero. Todo comenzaba en una sala de internet o parque con wifi en cualquier provincia de la Isla. Los futuros emigrantes contactaban con coyotes o cubanos que los asesoraban en la travesía.

Las personas empezaron a quemar sus naves. Conseguían el dinero vendiendo sus casas, automóviles, motos, electrodomésticos o ahorrando las ganancias obtenidas en pequeños negocios privados. A no pocos, sus parientes en Miami les giraban los dólares por la Western Union.

Pero después del 12 de enero de 2017 se detuvo el maratón terrestre hacia Estados Unidos. Donald Trump, un presidente que bate récords enviando twitters, por los supuestos ataques acústicos a diplomáticos estadounidenses radicados en La Habana, retiró al sesenta por ciento de los funcionarios consulares.

Ahora, los que pueden emigrar por reunificación familiar, tienen que viajar a Colombia, disparando enormemente los costos. En un año, el ingreso de cubanos a Estados Unidos ha caído dramáticamente. Más de 50 mil cubanos ingresaron a Estados Unidos en el año fiscal 2016 y según el Departamento de Estado, en 2017, la nueva política redujo la inmigración irregular procedente de Cuba en un 64 por ciento con respecto a 2016.

Pero el deseo de emigrar de miles de cubanos no se detiene. Tres veces a la semana, la universitaria Mayra rastrea por internet, a ver si encuentra “una beca estudiantil o un curso de verano, cualquier cosa que me permita viajar al extranjero, preferentemente a una nación del primer mundo, y luego allí, valorar la posibilidad de radicarme temporal o definitivamente”.

El mundo académico cubano es lo más parecido al hundimiento del Titanic. Al compás de las canciones laudatorias a Fidel Castro, mientras el barco naufraga, cientos de profesores, másters, doctores y científicos, intentan conseguir por cuenta propia una pasantía o asistir a una conferencia organizada por una institución de altos estudios.

“Es el sálvese quien pueda. De una forma u otra, todos aquellos que tienen contactos, los activan para obtener una beca o un trabajo en una universidad foránea. Lo ideal es el circuito académico estadounidense, de primerísimo nivel. Pero tampoco está mal una plaza en una universidad alemana, suiza o de los países nórdicos. Incluso en Chile, que está de moda Chile, por su estabilidad económica. Y México, con todo sus problemas de violencia, durante muchos años ha sido el destino de numerosos intelectuales y profesores universitarios cubanos”, comenta un académico.

Especialistas en informática, cibernética, software y control automatizado también por su cuenta gestionan oportunidades de superación y contratos laborales a distancia. Los que no poseen títulos universitarios igualmente buscan atajos. Es el caso de Luis Mario, mecánico automotor. En su opinión, “aunque la caña se ha puesto a tres trozos, y emigrar a Estados Unidos es casi una quimera, hay que seguir buscando en el mapamundi otras opciones viables y largarse de Cuba. Yo estoy explorando cuatro opciones: un contrato de trabajo por dos años en Uruguay, en República Dominicana o en Chile, porque las autoridades chilenas son bastante permisivas con los cubanos. Y si ninguna de esas tres se me dan, la cuarta opción sería un posible matrimonio con una yuma que vive en Kansas”.

El cubano promedio no se encasilla con un destino específico. Desde luego que Miami o Madrid es lo ideal. “Pero si no se puede entrar a Estados Unidos se buscan variantes. España no es un mal destino, pues aunque los cubanos que estamos llegando somos ilegales, la policía migratoria española anda tras los africanos y árabes. A España se puede llegar a través de Italia. En Cuba compras un paquete turístico de una semana en Italia, cuya embajada te concede una visa europea por un mes y luego, en tren, viajas a Madrid o Barcelona. España está que arde, pero es diez veces mejor que Cuba”, indica Silvio, un pinareño que lleva un año residiendo con su esposa en la localidad madrileña de Valdedebas.

Yeni, ex prostituta, de vacaciones en La Habana, asegura que “el sueño de cualquier jinetera es marcharse de Cuba. Gracias a mi novio chileno, hace seis meses me establecí en Valparaíso”.

En lugares tan distantes como Canberra, la capital de Australia, o un kibutz israelí, usted puede ubicar a un cubano. “El problema es adaptarse a los idiomas, comidas y tradiciones. Llevo siete años viviendo en Qatar, y te digo que no lo cambio por ningún país del mundo”, asegura César, oriundo de Bayamo.

Aunque, si pudieran escoger un destino, los miles de cubanos con planes de emigrar prefieren Estados Unidos. Y una ciudad, Miami. La misma cultura, el mismo clima y dos millones y medio de compatriotas hablando en voz alta en los Publix. Y si te paras en el Faro de Key West, afirman algunos, percibes hasta el olor de La Habana.
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