El asombro inicial va cimentando una ira creciente que le hace perder los estribos. Sentado en una butaca de cuero negro en la sala de su casa, Armando, 43 años, licenciado en educación física, primero mueve la cabeza de un lado a otro, luego sonríe de manera cínica, hasta que la mecha explota y en voz alta, con tono descompuesto, dice: “Que cara de tranca tiene el Marino Murillo ese. Con esa caterva de funcionarios sinvergüenzas Cuba no tiene arreglo”.
Armando miraba en la tele un resumen editado de la Octava Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular efectuado el 21 de diciembre y que pasada la seis de la tarde el canal Cubavisión, en su espacio la Mesa Redonda, trasmite de manera diferida a todo el territorio nacional.
En una de las intervenciones, Marino Murillo, ex ministro de Economía y Planificación y conocido como ‘zar económico’ explicaba lo complicado que resulta derogar la doble moneda y examinaba futuras disposiciones sobre el trabajo privado y cooperativas no agropecuarias, además de avizorar nuevas normativas aduanales para frenar lo que el régimen considera ‘comercio ilegal’. Armando no se podía contener mientras escuchaba a Murillo.
“Que HP es ese gordo. Mírale la cara y el cuello de toro que tiene. Más controles pa’ los negocios particulares, las mulas que comercian pacotillas y las cooperativas no agropecuarias. Descaradamente contó que un día el General (Raúl Castro) le dijo que cuando iniciaron el proceso de reformas no sabían lo complicado que resultaba. ¿Bueno y quién paga por su ineficiencia y desconocimiento?, se pregunta Armando y él mismo se responde: Nadie. Y siguen con la muela de que la reunificación monetaria es un proceso lento, que la prosperidad y los salarios decentes tendrán que esperar. Se ve que ningún funcionario del Consejo de Estado tiene problemas de vivienda ni de comida. No les preocupa cuánto se demore la solución a la doble moneda”.
Habaneros como Armando son una excepción: ninguna de las diez personas consultadas vieron ni leyeron las intervenciones de los diputados del monocorde Parlamento. Es más, ni siquiera les interesa.
“Soy hipertenso y ¿tú crees que voy a coger lucha con esta gente (régimen) mientras allá arriba buscan la manera de joder al pueblo? Por eso los cubanos buscamos la manera de joder al Estado. Es una guerra no declarada. Tú me robas pagando salarios de mierda y yo le robo a los clientes en la pesa. Si me quitan la licencia de vendedor de productos agrícolas, entonces vendo por la izquierda. No cojo lucha con esos vejestorios. Ellos tienen los bolsillos llenos. Yo busco la manera de hacer dinero y mantener a mi familia”, expresa Disney, dependiente de un agro particular.
Las estrategias económicas, sociales y políticas decretadas por la casta uniformada de verde olivo no suele ser motivo de debate entre los cubanos de a pie. La pasividad ciudadana es alarmante.
Zulema, quien viaja de ocho a diez veces al año a México o la zona del Canal en Panamá, a comprar ropas y teléfonos inteligentes que luego revende en Cuba, aconseja no prestar atención a los dirigentes cubanos. “Si te conectas con su muela te funden. No se les puede seguir la rima. A mí estos ancianos que llevan más de cincuenta años en el poder no me van a matar del corazón. Cada vez te cierran más y uno tiene que ver por qué hueco te cuelas”.
En tono más mesurado, Carlos, sociólogo, explica que resulta alarmante la desconexión que existe entre gobierno y pueblo. “Ellos hablan un idioma y los ciudadanos otro. Se ha perdido la confianza en los dirigentes. La gente los ve como un estorbo, un bando de funcionarios que solo quieren crearles problemas, impedirles desarrollarse, salir adelante, mejorar sus vidas. Desde hace tiempo, un segmento importante de la población se las agencia como puede, a su manera, por su cuenta y riesgo. Los ucases gubernamentales caen en saco roto. Nadie les hace caso”.
La Isla parece un barco a la deriva. La percepción es que lo mandarines que rigen los destinos del país están desorientados. Se ven cansados y sin iniciativa. No saben cómo conectar con la gente. Han perdido la brújula.
Por eso Yanet, su marido y sus tres hijos mayores de 18 años, solo piensan en beber cerveza a granel comprada en un hediondo bar estatal y ron de tercera categoría adquirido a 20 pesos la botella en cualquier bodega. Mientras beben en su casa apuntalada, un reguetón suena a toda mecha en la radio. En una mesa destartalada, cuatro amigos juegan dominó y una pareja, pasada de tragos, baila dando tumbos.
En un caldero abollado preparan una caldosa con viandas y huesos de cerdo. “No hay más na. Hoy, fiesta y pachanga, mañana ya veremos. ¿Qué espero pa’l 2018? Lo mismo que en el 2017, nada. Con esta gente (gobierno) hay que pasarse con ficha. Tienen su frigidaire repleto de jama y el año que viene, y el otro y el otro, será igual o peor para nosotros. En Cuba siempre se empeora. Este país es una desgracia”, indica Yanet, mientras mueve sus caderas al ritmo del reguetón.
Quienes nada tienen que perder viven flotando. En el día a día. Sin coger lucha pensando en el futuro. Ni un huracán o un misil norcoreano les va hacer cambiar su brutal indiferencia. “En Cuba está sucediendo algo muy peculiar. Como en algunas regiones de África, a mucha gente solo le interesa su familia, sus bienes personales, su entorno. La narrativa patriótica y la conciencia política se ha ido esfumando en gran parte de la ciudadanía”, explica el sociólogo Carlos.
Damián, estudiante universitario, espera emigrar de una forma u otra. “Si no es el año que viene, será el próximo. Pero mi meta final es pirarme de esta locura”. Infinidad de cubanos también desean irse y no pocos actúan y se comportan como auténticos zombis. Si su objetivo en 2017 era poder hacer dos comidas diarias y tener cuatro pesos en el bolsillo, para 2018, el objetivo sigue siendo el mismo.
Y les da igual que gobierne Raúl Castro, su hijo Alejandro, Miguel Díaz-Canel, Bruno Rodríguez o cualquier otro. Hace rato que perdieron la fe y la esperanza.
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