lunes, 29 de enero de 2018

El cálido amparo de las botas de la dictadura.

Por Ángel Santiesteban.

Se cuenta que Stalin, para probar la fidelidad que cada miembro de las repúblicas soviéticas le dedicaba, desplumó alguna vez a un ave a la que lanzó al aire nevado; la pobrecita no tuvo como mantenerse en el helado vacío y cayó al suelo, justo a los pies del dictador, quien no dudo en usar la vuelta de la desplumada y friolenta criatura a su favor. Si aquel animal alado volvía con él, buscando el calor que precisaba, entonces él no era tan malo. Y eso es lo que debían hacer todos, volver a los pies de Stalin.

En Cuba las cosas no fueron diferentes. Cada gesto de miedo fue entendido como “fidelidad”. Eso pasa en Cuba y en su mundo de letras, y quien no lo crea que piense en el escritor Rogelio Riverón, quien por cierto se educó en Rusia en la era comunista. Allí leyó muy bien a los rusos, y volvió. Volvió, y consiguió un puesto de director en la editorial Letras Cubanas, la más importante de la isla comunista. Y debe ser por agradecimiento a sus empleadores que ahora se atreve a decir en la televisión nacional que el realismo socialista, tan dañino al arte en Cuba, no fue impuesto por el Ministerio de Cultura. Me encantaría que Riverón explicara de qué lugar salió entonces ese engendro.

Él intenta salvar al Ministerio de Cultura diciendo que la decisión sale de otro lugar, de uno que ni menciona ni sugiere. Y está claro que el Ministerio de Cultura no existía en esos “años duros”, y también que cada detalle de la política cultural salía desde arriba, que las decisiones eran todas del “jefe”; pero eso no lo dice Riverón, como tampoco dice que la creación de ese Ministerio de Cultura vino después que el mal estaba hecho, y esa fue su función: hacer creer que el Gobierno, en la figura de su Ministerio, limpiaría las manchas del propio Gobierno culpando a otros, a figurillas que ellos mismos habían creado. Así fue zanjado el asunto.

Hay que tener poca vergüenza para, a esta altura del campeonato, decir públicamente tales sandeces, cuando ya es más que conocida la verdad de esos años, incluso cuando son tantos los dañados escritores y artistas que dieron sus testimonios. Y es que esto es lo que hacen esos “artistas revolucionarios”, que se prostituyen con tal de mantener un cargo oficial, queriendo que sus viajes continúen, que sus autos se muevan por la ciudad, por el país. Este escritor, Rogelio Riverón, sin dudas talentoso, sabe que aquí no se puede vivir amparado solo en su obra, y por eso calla, por eso finge ser un crédulo estúpido, porque la indisciplina no le traerá prebendas.

De ahí sale el silencio ante tanta mediocridad, el mismo silencio que se le otorgó a los mediocres que vivieron del realismo socialista. Todo era entonces muy fácil, no hacía falta calidad ni vocación, con solo ensalzar a la dictadura y a sus “logros” se conseguía un título de escritor, una nota de contracubierta llena de elogios que también ensalzaba la fidelidad a la revolución y al jefe. Fueron esos días en los que muchos ideólogos del Partido Comunista, terminaron siendo “escritores” y publicaron sus bodrios, mientras los escritores de verdad eran perseguidos, castigados, llevados incluso a los muy famosos campos de concentración, esos que se crearon al mejor estilo estalinista, aquellas Unidades Militares de Apoyo a la Producción (UMAP). Y a quienes allí estuvieron presos nos les quedó otra opción que no fuera el exilio.

Riverón mentía en la televisión y yo miraba sus ojos, intentaba encontrar algún resquicio por donde apareciera un poco de honestidad, pero no la encontré. Bien sabemos que este hombre se ha prestado, desde su cargo, a censurar. Eso son ellos, escritores, pero son también funcionarios que apuestan por el día a día sin interesarle cómo los recogerá la historia cuando toda esta angustia haya pasado.

Otro escritor actúa de manera idéntica y se llama Víctor Fowler, el mismo que provocó con algún comentario la ira del hoy ministro de Cultura y entonces presidente de la UNEAC. “¿Y qué le pasa a Víctor Fowler? ¿Ya se le olvidó que le dimos una casa?”, así preguntó Abel Prieto después que Víctor dijera algo sin mucha trascendencia, una tonta crítica que provocó la ira del ministro. Y Victor respondió disciplinado, tanto que le dieron otra casa mejor y nueva de paquete, en Cojímar, cerquita de Sigfredo Ariel, otro privilegiado y silenciado, escritor.

Así son las cosas. Víctor se molestó alguna vez porque supuso que era un racista quien no lo dejaba acceder tranquilamente a lo más alto de la “Lonja del comercio” en el elevador, pero luego se molesta cuando sus colegas escritores de piel negra denuncian el verdadero racismo cubano. Él sabe ahora lo que el ministro dirá si es que deja de acatar las reglas que le impusieron. “¿Y qué le pasa a Víctor Fowler, si le acabamos de dar otra casa?” Así responden muchos al chantaje, así responde Víctor, a quien le dieron casa pero también un puesto como director del Centro Dulce María Loynaz, con oficina climatizada, un auto y un chofer. Debe ser por eso que ya se sale, incluso, de la política cultural y hasta elogia las buenas maneras del secretario del Partido en Santiago de Cuba, quien lo recibió en una visita a la ciudad… y así gana Víctor un punto más.

También he visto, recientemente, una entrevista a Eduardo del Llano, el mismo que hace un par de meses hizo pública una carta en la que denunciaba la censura de algunos de sus guiones para un programa humorístico de la televisión. En ese programa le preguntaron a del Llano por su último libro publicado en Cuba, y él se explicó. Ahí está la verdad. Son muchos los que reciben patadas en el trasero pero luego aceptan alguna prebenda que los vuelve a situar bien, y así esperan la próxima patada.

Todo tiene que ver con el temor a vivir sin los “favores” del régimen, un temor que los paraliza. El miedo a la roña de la dictadura los amilana. Pensar que sin las dádivas de los sicarios no podrán subsistir, les enferma. Prefieren esa vida cínica de recibir los agasajos de cualquier lugar que vengan. Ya no les interesa que la vida sea sin vergüenzas. Estos, cada día están dispuestos a ser el “pajarraco” que Stalin desplumó y lanzó al aire helado, sobre todo si en la caída caen junto a la bota del dictador que los “calienta”. Así son de helados, de fríos, estos “artistas”. Así sobreviven hasta hoy, “¡congelados!”
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