Al cabo de 35 años, Orlando Jiménez Leal y Néstor Almendros siguen sacando excelentes notas con su Conducta impropia. El aclamado documental sobre la represión contra los homosexuales en Cuba ha adquirido la perdurable dimensión de un imprescindible documento histórico sin perder su actualidad testimonial. Ya es memoria sin dejar de ser noticia.
Recién restaurado, el documental se exhibió el pasado domingo 24 de marzo en Coral Gables Cinema. Las entradas se agotaron antes de la función y una larga fila esperaba por un accidental asiento. Fue un raro momento de reunión de varias generaciones de cubanos (ya no me atrevo a identificar a todos bajo la categoría de exiliados) ante la convocatoria de una obra con credenciales a menudo incompatibles: la calidad estética y la inequívoca denuncia a la dictadura.
Conducta impropia es el primer alegato intelectual contrario a Fidel Castro con una inmediata y demoledora resonancia en EEUU y Europa. Sobre todo, en un tema tan sensible para la izquierda occidental como la persecución a los homosexuales. El acierto de Jiménez Leal y Almendros estuvo en hallar el punto ciego del distorsionador espejo de la propaganda castrista. Fidel pregonaba que había convertido a las prostitutas en trabajadoras. Más problemático era jactarse de que estaba convirtiendo a los homosexuales en machos.
Así como la oruga provoca un giro en el viaje de Alicia en el País de las Maravillas, los gusanos Jiménez Leal y Almendros condujeron hacia el lado oscuro del espejo a los progresistas, los defensores de los derechos de los gay y aquellos que fueron capaces de someter sus simpatías castristas al examen de los hechos. "¡Cuba Sí, Macho No!" era el título del artículo de The Village Voice, firmado por Richard Goldstein en julio de 1984, que rompió el hielo entre la progresía de Nueva York, por entonces la capital gay del mundo. Goldstein, uno de los gurús de la contracultura norteamericana, dijo que Conducta impropia era el primer film en presentar a los homosexuales como víctimas sociales y, por tanto, un gigantesco paso hacia la legitimización de esta minoría en el mundo.
"Mientras nosotros bailábamos con la cabeza adornada de flores, ellos estaban recogiendo a las locas para encerrarlas en campos de concentración junto a drogadictos, miembros de sectas religiosas (principalmente Testigos de Jehová), hippies y artistas sospechosos de actividades subversivas." Directo en la diana. Invita a jugar con las palabras la casualidad de que Conducta impropia comience con la deserción en Francia de diez miembros del Ballet Nacional de Cuba. La troupe de Alicia que escapa del castrismo en el París de las Maravillas.
Al frente de la contraofensiva de la dictadura avanzó impetuoso el director Tomás Gutiérrez Alea. Amigo de Jiménez Leal y Almendros en su juventud, Alea prefigura al CENESEX para desmentir los horrores de la heterosexualidad obligatoria y exaltar el escenografiado espacio de la homosexualidad subyugada. Insatisfecho con una entrevista que le hace Goldstein, en octubre envía al Village una larga coletilla titulada "¡Cuba Sí, Almendros No!". Amén de las descalificaciones ad hominem y las estadísticas sobre los índices de mortalidad infantil y expectativa de vida en la Cuba de Fidel (según las cifras de Fidel), finalmente reduce Conducta impropia a una pieza de propaganda contrarrevolucionaria, promovida por la administración de Ronald Reagan y la prensa oficial norteamericana (sic: the official media). Diez años más tarde, dirigirá Fresa y Chocolate, película banal y mezquina que intenta absolver mediante la anécdota de la tradición machista una tragedia originada por la supresión del Estado de derecho. Puede que el protagonista no haya ido a parar al Combinado del Este, pero acaba encerrado en el campo de concentración de la conformidad totalitaria. La alambrada ya va por dentro.
En estos tiempos, cuando la dictadura empeña por igual a reguetoneros y novelistas en borrar la memoria del dolor, Conducta impropia sostiene la frontera ética. Todavía duele.
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