Digámosle Augusto. Un campesino de barriga prominente y amante de las rancheras mexicanas. Es dueño de una finca en la provincia Artemisa, 60 kilómetros al oeste de La Habana, donde siembra cebollas, ajos y hortalizas.
Después de la comida, juega dominó y bebe ron añejo con sus tres hijos y un par de amigos. Esperan que caiga la noche para robar varios sacos de cebollas y hortalizas de su propia cosecha.
¿Y es negocio robarse a sí mismo?, le pregunto. “Acopio (empresa estatal perteneciente al Ministerio de la Agricultura) te aprieta tanto con los ridículos precios de compra que los finqueros (campesinos privados) nos vemos obligados a robarnos para tener mayores ganancias. Por ejemplo, una libra de cebolla blanca Acopio la paga a 5 pesos, pero en los agromercados habaneros cuesta 25 pesos. Los intermediarios particulares que comercializan productos agrícolas te la compran entre 11 y 13 pesos la libra. Además, compran toda la cosecha y te la pagan de antemano. Ya me dirás tú con quien es mejor hacer negocios”, responde Augusto.
Antes que Fidel Castro obtuviera el poder a punta de carabina, los campesinos y empresas agrícolas privadas abastecían de frutas, vegetales, granos y viandas a todo el país. La oferta superaba a la demanda. Gran parte de renglones como el café, con una producción de 50 a 60 mil toneladas al año y del azúcar, con 5 a 7 millones de toneladas anuales, entre otros cultivos, se exportaban a Estados Unidos y otros países. Durante la Segunda Guerra Mundial, el 60 por ciento del azúcar que consumieron las tropas aliadas era cubana. Cuba llegó a ser la azucarera del mundo.
Antes de 1959, no era difícil encontrar en el mercado local una amplia variedad de frutas, verduras, pescados y mariscos. En las zonas urbanas se consumía más carne de res que de cerdo, pollo o carnero. Había seis millones de cabezas de ganado vacuno, una por habitante. En el consumo de carne de res, los cubanos ocupaban el tercer lugar en Latinoamérica, detrás de Argentina y Uruguay. Al cierre de 2010, el economista y disidente Oscar Espinosa Chepe, ya fallecido, reportaba que en Cuba había 3.999,500 cabezas de ganado vacuno. La cifra, para una población de 11.2 millones, arrojaba cerca de 0.36 cabeza de ganado por habitante, la peor en los últimos cien años.
Fidel Castro intentó industrializar el país y diversificar la agricultura. No funcionó lo uno ni lo otro. Ni proponiéndoselo, un gobernante pudo causar mayores destrozos. Los terrenos donde puso en marcha mesiánicos planes agrícolas, citrícolas o ganaderos, hoy son campos infestados de marabú o vaquerías destartaladas y oscuras que apenas producen leche. Si usted recorre el Valle de Picadura o cualquier antiguo batey de un central azucarero, encontrará pueblos fantasmas. La gente sobrevive vendiendo barras de dulce de guayaba, racimos de plátanos verdes y ve pasar las horas bebiendo como cosacos ron de tercera categoría.
Jacinto, ex vaquero jubilado, asegura que “hace cuarenta años, las vaquerías del Valle de Picadura estaban climatizadas, utilizaban el ordeño mecanizado y cada vaca producía entre 25 y 30 litros de leche diarios. Les ponían música clásica, para que el ganado estuviera relajado y diera más leche. Ahora, como promedio, en cualquier vaquería, un bovino produce solo 7 u 8 litros de leche. El gobierno ha acabado con la ganadería. Se mueren más vacas de hambre y sed que las sacrificadas en los mataderos”.
En febrero de 2014, el periódico Granma informaba que en 2013, entre vacas y terneros, en Villa Clara murieron un total de 18,407 reses, unas 1,142 más que en 2012, a lo que que se suma el robo de más de 4,600 animales en los dos últimos años, a pesar de que ese delito es severamente castigado por las leyes cubanas. Según Granma, en abril de 2014, algo más de 3,300 vacas murieron en los tres primeros meses de ese año en Holguín y 69 mil estaban desnutridas.
Las muertes de reses, por sequía, desnutrición o accidentes, no han ocurrido solo en Villa Clara y Holguín, también en otras provincias. Ningún alto directivo fue juzgado por esa debacle. Leandro, trabajador de una vaquería en las afueras de La Habana, opina que “por el contrario, en vez de ir a la cárcel, a los funcionarios agrícolas y ganaderos el gobierno los asciende en sus cargos. Si Cuba es incapaz de producir leche, carne y alimentos, es por culpa del Estado”.
Hilda, economista, dice que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. “Cualquier persona que conozca de agricultura sabe que Acopio debe desaparecer. Al igual que hizo China y Vietnam, el Estado debe entregarle la tierra a los campesinos y privatizar la comercialización. Que los agricultores siembren lo que ellos entiendan. Los precios se regularían por la oferta y demanda. El campesino privado es dueño del 20 por ciento de la tierra en Cuba y produce casi el 70 por ciento de las viandas, frutas y hortalizas que consume el país”.
Lo que Augusto, el dueño de una finca en Artemisa, contaba sobre Acopio en 2019, diez años atrás lo escribía el periodista independiente Alberto Méndez Castelló en el artículo Producir a precios de Acopio, publicado en marzo de 2009 en Cubaencuentro: «En un país con pastos y agua abundante, no hay carne de res, ni leche, ni mantequilla y mucho menos quesos. En Camagüey, la provincia ganadera por excelencia, autoridades del Ministerio de la Agricultura, advirtieron a los vaqueros que a quienes sorprendieran fabricando quesos destinados al mercado negro, le confiscarían las vacas. Pero el personaje más temido por los campesinos es el visitador de Acopio, la entidad estatal a la que están obligados a vender sus productos y es la que establece los planes de siembra y fija los precios. Durante décadas, Acopio ha pagado precios miserables a los productores rurales. La fama de mala paga del Estado cubano es ampliamente conocida, lo que ha traído nefastas consecuencias tanto para el campo como para la ciudad».
Los grandes planes de desarrollo citrícolas, como Ceiba del Agua o Jagüey Grande, diseñados para producir más de 200 mil toneladas anuales de naranjas, limones, mandarines y toronjas, actualmente apenas facturan 20 mil. En La Habana un limón cuesta cinco o seis pesos. Y la naranja se ha convertido en una fruta en extinción.
A las puertas de una crisis de grandes proporciones en la Isla, con la Venezuela de Maduro, que proporciona petróleo a precio de saldo, pero que está a punto de estallar, los gobernantes cubanos recurren al recurso de atrincherarse como remedio para capear el temporal. Esa estrategia no va solucionar el problema. Los discursos optimistas no van elevar los deprimidos salarios ni rebosar las estanterías vacías de los mercados.
Una nueva crisis económica pudiera traer hambruna y enfermedades en Cuba. Hay soluciones. Decirle adiós a la economía planificada y apostar por una economía de mercado. Permitir las inversiones de los cubanos residentes en el exterior y realizar amplias reformas económicas, jurídicas e impositivas que faciliten los negocios privados.
Lo ideal sería que vinieran acompañadas de reformas políticas. El neo castrismo no debe recurrir a las consignas, falsas promesas y el inmovilismo. Tampoco a la narrativa numantina de la patria asediada.
Aislarse y regresar a la epopeya nos conducirá irremediablemente al desastre. Aún queda tiempo para cambiar de estrategia. Pero, ojo, no queda mucho.
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