Por Zoé Valdés.
Lo había pronosticado a finales del siglo pasado el filósofo francés Alain Finkielkraut, dijo algo parecido a lo siguiente: el siglo XXI será el siglo de la religión y del racismo.
No se equivocó, y al mismo tiempo era fácil predecirlo. El terrorismo islamista lo anunciaba desde hacía décadas, el extremismo de lo vengativo de una raza por encima de otras derribaría mucho más que monumentos. Sólo estamos viviendo el inicio de la catástrofe.
El mundo será islamista o no será, el mundo será negro o no será, el mundo será marxista o no será.
Sólo unos pocos nos enfrentamos a todo tipo de extremismos, el resto tiene miedo, o sencillamente no nos cree porque no lo han vivido. "Los cubanos venimos del futuro", también algo semejante escribió Reinaldo Arenas. Venir del futuro resulta una ventaja, aunque lo considero más bien un fastidio. No nos creyeron entonces, no nos creen ahora ni nos creerán nunca. Nos toman por excesivos alucinados. La prueba son los venezolanos y, en el mismo trayecto, aplaudiendo en la cola con el rabo entre las piernas, los españoles.
HBO ha retirado la película Lo que el viento se llevó de su plataforma. Estamos hablando de un clásico de la cinematografía mundial. Sin embargo, ¿a quién le importa? A unos pocos. La ignorancia no conoce el ridículo. La ignorancia es eso: pura suficiencia encima de una vastedad soberbia, o de la soberbia como vastedad desértica. ¿No irán también a prohibir Espartaco? Ah, no, que Espartaco era un esclavo tracio, por tanto, blanco.
La película más antirracista y la más feminista fue realizada por un hombre blanco, republicano. La película es Million Dollar Baby. El cineasta es Clint Eastwood. Tampoco le importará a nadie. Con el tiempo lo olvidarán, si es que no lo han hecho ya. Nadie querrá colocar a Clint Eastwood en un pedestal cuando muera, ojalá nos dure mucho.
Al contrario, llenarán los pedestales con Kunta Kinte, el Rey León y Nelson Mandela, cuidado no sea con Obama y su mujer. Ignorando de tal modo también que los primeros esclavos en Norteamérica fueron blancos irlandeses. Las mujeres valían menos que tres vacas. A los esclavos irlandeses los trataron muchísimo peor que a los esclavos negros, porque para los esclavistas valían menos que nada. Hoy serían los llamados rednecks o la white trash, a los que los negros, dicho sea de paso, desprecian de manera tóxica. Pero chitón, eso no se menciona.
Me comenta una amiga: "Lo más parecido a un idiota es un liberal norteamericano". Ahí en Londres hay una de esas idiotas letradas, acaba de regalar la receta de cómo destruir para siempre una estatua en bronce. Confirmo: no hay nada más parecido a una idiota que una liberal norteamericana feminista.
Ahí los tienen, blancos besando pies, rubios lavando costras; arrodillados, la frente inclinada, pelirrojos encadenados y siendo arrastrados como bestias por una mujer de raza negra. Suplican perdón por algo que no cometieron, igualmente tampoco lo hicieron sus antepasados. Tal vez ellos, descendientes de irlandeses, debieran exigir el doble de perdones a otros. Pero la ignominia, la obediencia y la soberbia triunfan en este siglo dominado por los tecnócratas.
Hemos visto de todo tras el asesinato de George Floyd por un policía que fue detenido de inmediato y que será juzgado. Floyd no era un santo, pero sólo falta que el papa Francisco lo canonice, tras desde luego de haberle lamido los pies a toda su parentela. Canonizar a un delincuente no será difícil para un Papa argentino. Floyd tuvo más servicios fúnebres que cualquier jefe de Estado, lo enterraron en un sarcófago dorado. Su familia consiguió más de 13 millones de dólares a través de un crowdfunding, sin contar las donaciones millonarias de deportistas y de la panda de subnormales de Hollywood. Las jóvenes generaciones se preguntarán si vale más tener un padre médico, abogado, que un delincuente que amenazó a una mujer embarazada con una pistola, que paga con un billete falso, que se droga… Al menos, la lectura está servida.
Pero lo peor que estamos viendo es la bifurcación de la sociedad hacia dos de los mayores frenos, la religión y el racismo, envueltos en el celofán de la ideología izquierdista. Apartando, desde luego, el clasismo. Y alejándose lo más que pueden del conocimiento, de la cultura, de la razón, de la paz perdurable.
Esto no es más que otra guerra civil moderna, ubicada en cada país occidental, en medio de la guerra mundial que nos ha declarado la China comunista. Esto no es más que un vergonzoso retroceso, tal como lo ha dejado claro el gran Morgan Freeman: "No me llame hombre negro si no quiere que yo lo llame hombre blanco".
Ahí lo dejo. Entre tanto, me largo a preparar el cepo en el que me deberé introducir voluntariamente, mientras organizo en mi cabeza si después sigo con la tanda de latigazos o me iré a recoger algodón a un campo soleado y lejano. Del cañaveral ya se encargó el castro-comunismo, cuando yo contaba apenas doce años.
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