martes, 16 de junio de 2020

La delación como arma de desunión.

Por Gladys Linares.

Los CDR en Cuba.

Los cubanos de a pie atravesamos momentos difíciles. A la escasez, el recrudecimiento del racionamiento a niveles inusitados y la pandemia de la COVID-19 se unen las medidas coercitivas aplicadas por el gobierno, puesto que para mantenerse en el poder la dictadura no está dispuesta a permitir que desarrollemos nuestras iniciativas independientes. Casi desde el reconocimiento público de la presencia del nuevo coronavirus, en Cuba hemos visto en cada emisión estelar del Noticiero Nacional de Televisión casos de allanamientos y confiscación de bienes a ciudadanos que además son tildados, entre otros oprobios, de delincuentes, receptadores, revendedores o, cuando menos, acaparadores. Invariablemente se recalca de manera significativa que las actividades de estas personas se han podido detectar gracias a las denuncias de la población (delación), y se ofrece un número telefónico para tal fin.

Me comentaba un conocido: “Ahora se aparecen con estos show por la televisión, pero… y durante estos años, ¿dónde estaban metidos los que tienen que ver con eso? Además, no entiendo eso de ‘dudosa procedencia’ o ‘procedencia ilícita’, si la mayoría de las cosas que han expuesto se estuvieron vendiendo sin problema en las tiendas estatales hasta el año pasado”.

Y es que la dictadura necesita implantar la desconfianza mutua entre la población para contrarrestar que nos unamos como consecuencia de que el descontento y la desesperanza aumenten cada vez más, como también de la convicción de una gran mayoría de que el país está destruido y en bancarrota. Por eso apelan a atemorizar a través de esas medidas ejemplarizantes a la vez que enaltecen la chivatería. Al fin y al cabo, a través de todos estos años ha sido esa un arma eficaz para sus propósitos, fomentada principalmente a través de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), aunque al parecer en estos tiempos ya no son tan efectivos.

Me resulta inevitable establecer una comparación entre estos excesos policiacos y otros similares que en determinadas épocas de crisis ha ejecutado el gobierno en el país - generalmente contra los emprendedores- . Desde los primeros años en que Fidel Castro llegó al poder comenzó a aplicar una serie de leyes y medidas no sólo para dominar y aterrorizar a la población, sino también para socavar valores imprescindibles en una sociedad sana. Para lograr sus objetivos nacionalizó todas las instituciones educativas - sector que necesitaba controlar para ejecutar sus diabólicos propósitos- , expulsó de las aulas a los maestros que se opusieron a estas manipulaciones para corroer la moral de nuestros niños y jóvenes y promover valores negativos en nuestra sociedad, tales como la envidia, la delación (chivatería), la mentira y la falta de decoro.

Con el propósito de establecer un estado de opinión generalizado de que la educación era un derecho del pueblo y uno de los grandes “logros” de la revolución, a la vez que se remodelaban viejas escuelas y se modernizaron los mobiliarios, se crearon internados en el campo a todo lo largo del país (las llamadas becas, donde los escolares alternaban las clases con las faenas agrícolas), así como la escuela al campo: cuarenta y cinco días de duro trabajo no remunerado en medio del curso escolar, con el objetivo de separar a los niños de su familia. Asimismo se implantaron nuevos programas enfocados en el adoctrinamiento político para formar al “hombre nuevo”.

Uno de los primeros métodos utilizados es el análisis de grupo (que perdura hasta nuestros días), donde el estudiante es humillado por el colectivo con imputaciones sobre cualquier falta, por pequeña que sea, a la doctrina imperante - como la apatía ante las actividades- . Al incitar a los niños a acusarse mutuamente, se les va inclinando a convertirse en delatores o en espías. Esa clase de comportamientos, practicados desde la llegada del régimen al poder en centros de trabajo, en los barrios, cuadra por cuadra a través de los CDR, han pasado de padres a hijos y contribuido a la pérdida de valores en nuestra sociedad.

Esa cruel fiscalización la han aplicado los comunistas en todas las facetas de la vida del cubano. ¿Quién no ha sido víctima de las reuniones de méritos y deméritos, o participado en una tenebrosa asamblea para discutir a quien se le otorgará el derecho a comprar algún electrodoméstico, una casa, un auto, a alquilar en algún centro turístico, o un viaje al extranjero? Ahí sí los participantes demuestran que lo que se aprende desde los primeros años en la escuela, no se olvida.

Toda forma de delación es catalogada por los comunistas como comportamiento cívico, patriótico, representativo de los logros de la revolución, y forman parte del día a día del cubano.
Share:

0 comments:

Publicar un comentario