Por Alfredo M. Cepero.
En los cuatro años que transcurrieron entre 1861 y 1865 la entonces incipiente nación americana estuvo enfrascada en la más sangrienta guerra de toda su historia. Una guerra civil en la cual entre 620,000 y 750,000 americanos dieron su vida por erradicar del territorio de esta nación la odiosa institución de la esclavitud de los hombres y mujeres de raza negra. Por desgracia, ese bautismo de sangre no fue capaz de hacer realidad la igualdad total de derechos y oportunidades entre americanos de todas las razas.
En realidad, los negros continuaron siendo objeto de humillaciones y discriminaciones. El logro de esa igualdad fue el incentivo que dio contenido y vida al movimiento de derechos civiles encabezado por el Reverendo Martin Luther King en la segunda mitad del siglo pasado. Gracias al talento político y organizativo de King, los progresos fueron tales que, a principios de este siglo, los Estados Unidos eligieron a su primer presidente negro. Todo indicaba que este país había logrado una relativa justicia racial.
Pero, como sabemos quienes hemos vivido largo tiempo, la vida de los pueblos puede estar llena de sorpresas. Los sucesores de King, ya fuera por incapacidad o por maldad, han hecho de la lucha por los derechos civiles de los negros un lucrativo negocio personal. Al Sharpton y Jesse Jackson son únicamente los más notorios entre otros muchos fabricantes de víctimas negras y explotadores del sentimiento de culpa de muchos blancos cargados de resabios y complejos.
Todo este entramado facilita la comprensión de los acontecimientos de las últimas semanas, pero no los explica en su totalidad. Los blancos de extrema izquierda se han abrazado a la bandera de la lucha por la igualdad racial de los negros como estrategia para ganar fuerza e influencia. Lo que antes fue una lucha por la redención de la raza negra ha pasado a ser una guerra solapada por la transformación radical de los Estados Unidos.
Sin lugar a dudas, esta es una alianza entre racistas negros y comunistas blancos para cambiar radicalmente las instituciones que nos legaron los fundadores de la nación americana. La única en el mundo que ha logrado la gran hazaña de sobrevivir los retos de 244 años de democracia. Para comprobar lo que digo basta con observar la desproporcionada cantidad de agitadores blancos en los videos de los disturbios de las recientes semanas.
Ahora bien, los más peligrosos son los racistas de "BLACK LIFE MATTER" y los fascistas de "ANTIFA" que irónicamente se proclaman anti fascistas. En el curso de una conferencia de prensa, el Secretario de Justicia, William Barr se refirió a ellos diciendo: "Tenemos pruebas irrefutables de que ANTIFA y otros grupos extremistas similares, al igual que otros actores de diversas tendencias políticas han instigado y participado en actividades violentas".
Con su característica sinceridad, William Barr los ha retratado y se prepara a conjurar el peligro que esta gentuza representa. Porque ANTIFA está promoviendo estos disturbios raciales como medio de lograr sus verdaderos objetivos, que no son otros que el derrocamiento del gobierno federal. Para ANTIFA esto no es cuestión de blanco y negro porque no tienen el más mínimo interés en la igualdad racial. Es cuestión de acumular poder a expensas del resto de la ciudadanía.
Por otra parte, quizás lo más lamentable por estos días haya sido la conducta y las declaraciones de ex militares y de políticos de extrema izquierda. Tal es el caso de un militar con una amplia hoja de servicios a su patria como el General James Mattis. Este hombre ha ignorado los hechos y se ha dejado llevar por su antipatía al presidente. Mattis ha dicho que Donald Trump ha dividido al pueblo americano. Y, en el colmo de la maledicencia, llegó a compararlo con Adolfo Hitler. No hay dudas de que Mattis es mejor militar que analista político.
Algo muy similar ha ocurrido con alcaldes demócratas de varias ciudades americanas. Por ejemplo, Eric Garcetti, Alcalde de Los Ángeles, segunda ciudad en número de habitantes de este país, se sometió a la indignidad de arrodillarse ante los amotinados y pedir perdón por sus privilegios como hombre blanco. Para ir más lejos, Garcetti está dando pasos para reducir en 100 millones de dólares el presupuesto destinado a la policía en Los Ángeles y dedicar esos fondos a proyectos destinados a las organizaciones negras.
Para no ser menos, la Alcaldesa de la ciudad de Washington, Muriel Bowser, decidió llegar al punto de la provocación al mismo presidente Trump. En la propia capital del país, a sólo unos metros y en la calle que conduce a la Casa Blanca, Bowser ordenó pintar un letrero diciendo "LAS VIDAS NEGRAS SON IMPORTANTES". Una indicación inequívoca de que, para Muriel Bowser, las vidas blancas valen muy poco. Además, con esta conducta, Eric Garcetti y Muriel Bowser están siguiendo una filosofía de la cobardía y una estrategia del apaciguamiento cuyo resultado es envalentonar a unas turbas que solo entienden el mensaje de la fuerza.
Para entender mejor lo que proponen estos fanáticos, imaginemos por un momento una ciudad sin policías. ¿A quién va a llamar el ciudadano cuya casa ha sido asaltada por ladrones? ¿Quién va a detener a los vendedores de drogas frente a la escuelas? ¿Quién va a proteger a la mujer abusada por su marido? ¿Quién va a proteger a los niños abusados por sus mayores? ¿Quién va a mantener el orden en ciudades devastadas por desastres naturales? Estas preguntas me parecen suficientes para engavetar esta alucinante proposición de unos vándalos que no quieren policías porque ellos quieren imponer su régimen de terror y muerte.
Por otra parte, la respuesta a estas preguntas y el mensaje de fuerza al que he hecho referencia, sólo pueden ser dados por cuerpos de policías bien entrenados y debidamente supervisados. De hecho, los Estados Unidos cuentan hoy con 800,000 policías de los cuales el 99 por ciento son profesionales honestos y respetuosos de los derechos constitucionales de los ciudadanos. El otro uno por ciento son las 8,000 manzanas podridas de policías corruptos y abusadores. La forma más idónea de aplicarles su justo castigo y mantener el prestigio de la institución es acabando con las comisiones de policías que se investigan a sí mismos y creando comisiones independientes que investiguen las quejas de los ciudadanos contra los uniformados.
Mientras tanto, Barack Obama se ha sumado con júbilo a este circo de intimidación y desorden. Sus declaraciones reflejan su desdén hacia Donald Trump y su frustración de haber fracasado como presidente. No dejó espacio para las dudas cuando dijo:"En cierto modo, por muy trágicas que hayan sido estas últimas semanas, ha sido una increíble oportunidad para que la gente se despierte a algunas de estas tendencias subyacentes. Y nos ofrecen la oportunidad de trabajar todos juntos para cambiar a América y hacerla vivir a la altura de sus más altos ideales". Este advenedizo no pudo cambiarla en sus ocho años en la Casa Blanca por eso ahora se pone su traje tradicional de Organizador Comunitario para seguir agitando a los inconformes.
Al mismo tiempo, si analizamos el tema sin miedos ni complejos, Barack Obama, Eric Holder, Susan Rice, Valerie Jarrett, Loretta Lynch, Al Sharpton, Jesse Jackson, Maxime Waters, Alexandria Ocasio Cortez, Rashida Tlaib y la comparsa de resentidos que los acompaña en este asalto a la identidad americana no quieren igualdad, quieren superioridad. No quieren reivindicación, quieren venganza. Quieren blancos y negros de rodillas como los alcaldes Eric Garcetti, Bill de Blasio, Muriel Bowser y Jacob Frey.
Pero quienes amamos a esta nación y defendemos sus instituciones sostenemos que tanto la esclavitud como el racismo son inmorales. Que no importa el color de los esclavos. Que en 1861 se libro una gran guerra para libertar a los americanos de piel negra. Que hoy tenemos que asegurarnos de que los nuevos esclavos no sean los americanos conservadores de todos los colores y pieles. Que si Obama y sus apandillados quieren una nación donde todos los gobernantes sean comunistas y negros bien pueden mudarse a la cautivadora y misteriosa Kenia, tierra ancestral del padre que nunca lo tomó en cuenta.
En conclusión y para dejar bien claro mis principios y sentimientos cito a José Martí: "Yo sé de un pesar profundo/entre las penas sin nombres/¡la esclavitud de los hombres/es la gran pena del mundo!"
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