lunes, 8 de junio de 2020

Langosta, la única cola prohibida en Cuba.

Por Jesús Arencibia.


Lo primero que impresiona al entrar al poblado costero de La Coloma, a 26 kilómetros de la ciudad de Pinar del Río, es una langosta gigante que da la bienvenida. Bromeando con ese símbolo inicio mi charla con William, quien lleva sus más de 40 años de vida residiendo en esta comunidad y relacionado -por familiares, amigos y conocidos- con las labores del Combinado, como popularmente nombran a la Empresa Pesquera Industrial La Coloma (EPICOL).

“La cosa aquí con la langosta es solo la escultura que está en la carretera. Casi una escultura fantasma, porque ese animal no es para el pueblo. Es una especie ‘especial’, que se supone sea para el desarrollo económico del país, pero no para la gente. Esa es la verdad cruda, que te la pueden decir todos los colomeros”, sostiene William.

Y quienes la capturan, ¿tampoco pueden probarla?, inquiero. Ni los patrones de barco langostero y sus tripulaciones la pueden comer en alta mar, responde el entrevistado. Seguidamente me explica que toda la que se captura debe entregarse a los centros de acopio existentes mar afuera, cercanos a la cayería:

“Son unas instalaciones con muelles y casillas, dotados de tanques grandes en el agua, donde se echan las langostas por pesos y medidas. Ahí todos los barcos ‘matan’ (finalizan) la captura del día, antes de que sea de noche. Ninguna embarcación, bajo ninguna circunstancia, puede dormir con langostas en su interior. Las que capturan, utilizando las artes de pesca necesarias -por lo general jaulones o jaulas levables-, van a los centros de acopio, las pesan, entregan, dan el parte diario y se retiran. Periódicamente, del Combinado salen barcas conocidas como ‘enviadas’ y recogen todo lo que hay en esos lugares de almacenamiento.. Una vez allí, la barca ‘enviada’ entra por un espacio aparte del resto de los barcos pesqueros. Es un sitio cerrado y protegido donde se descarga la langosta y pasa a su procesamiento industrial o a su acumulación viva. Dentro de la industria, y en todos los puntos de acceso, hay cámaras de seguridad para velar que no se ‘fugue’ ningún animalito”.

La EPICOL es la entidad líder en la producción de langosta en Cuba “y responsable de más del 30 por ciento de las exportaciones del Grupo Empresarial de la Industria Alimentaria”, afirmaba el pasado 21 de febrero el periódico Guerrillero. Solo por concepto de exportaciones de langosta y camarón -informaba el diario Granma en marzo de 2019-, el país recibe 63 millones de dólares anuales. Sin embargo, un artículo de científicos cubanos publicado en 2018, difiere un tanto de esa cifra, al indicar que, solamente la langosta espinosa (Panulirus argus) genera ingresos netos al país de alrededor de 70 millones de dólares anuales.

Con una carrera universitaria y una maestría en su haber, mi entrevistado se duele a veces de pensar demasiado. “Sí, chico, porque pensando mucho hay cosas que tú no te explicas”, afirma con ironía. “¿Cómo es posible que el pueblo de La Coloma, cuyo Combinado procesa diariamente decenas de toneladas de langosta no pueda comer langosta sin sobresalto? Y si de verdad toda se exporta y el dinero es para bienestar de la población, ¿por qué no hay ni tractor para recoger basura? ¿Por qué muchas veces no hay ni ambulancia en el policlínico?

Pero la gente la come, ¿no?, pregunto. «Claro que la come, y la vende, pero de manera irregular (ilegal). El paquete, según la temporada, te lo puedes encontrar, por la izquierda, entre 20 y 30 pesos la libra. O sea, un nailon con diez, quince o veinte colas medianas de langosta puede costar entre 150 y 300 pesos”. Recientemente, cuatro pescadores furtivos de la provincia de Matanzas fueron sorprendidos al este de la Isla de la Juventud por Tropas Guardafronteras con veinte sacos de colas y masa de langosta que aproximadamente pesaban una tonelada y media, reportó el semanario local Victoria.

Cuenta el entrevistado que los violadores suelen hacer jaulas rústicas con fragmentos de fibras de asbesto cemento, pencas de guano y otros materiales, las colocan no muy lejos de la orilla en los fondos marinos alejados de las zonas de pesca comercial y allí hacen su ‘agosto’. Lo triste del asunto, desde el punto de vista biológico, es que muchas veces las que caen son langostas que no tienen ni la edad ni la talla mínima para ser capturadas. “Pero si te cogen en el brinco, no solo te pegan altísimas multas, sino que además te procesan por actividad económica ilícita, y vas preso. A lo largo de los años hay historias de trabajadores del Combinado que han sido sorprendidos con dos colas de langosta y despedidos sin miramientos. Y barcadas (la tripulación completa de una nave), sancionadas y algunos en prisión por desviarlas”.

Averiguo por los pagos a las tripulaciones langosteras, que se pasan veinte de los treinta días del mes en el mar. William me argumenta que los salarios dependen de lo que capturen, de las toneladas que entreguen. En época regular pueden oscilar entre 150 y 300 cuc (más de 2 o 3 mil pesos mensuales para cada trabajador). «Eso es mucho más de lo que gana cualquier empleado promedio cubano», le digo. «Sí, pero durante los cuatro meses de veda (marzo a junio), los pescadores no ganan nada, están como en el tiempo muerto de la zafra».

Transcurría la noche del 13 de mayo de 1985. En su despacho del Palacio de la Revolución, en La Habana, el presidente Fidel Castro conversaba con un grupo de brasileños entre los que se encontraban el teólogo y escritor Frei Betto y sus padres. Cuenta Betto: “Mi madre elogia la cocina cubana, especialmente los productos del mar. El cocinero que era Fidel concuerda: «Lo mejor es no cocer ni los camarones ni la langosta, pues el hervor del agua reduce la sustancia y el sabor y endurece un poco la carne. Prefiero asarlos en el horno o en un pincho (barbecue). Para el camarón bastan cinco minutos al pincho. La langosta, once minutos si es al horno, seis minutos al pincho sobre brasa. De aliño solo mantequilla, ajo y limón. La buena comida es una comida sencilla”.

El único detalle discordante de la escena es que a esa sencillez culinaria los compatriotas comunes del también primer secretario del Partido Comunista de Cuba no podían llegar legalmente. El Decreto No. 103, Reglamento para la Pesca no Comercial, firmado en abril de 1982 por el presidente del Consejo de Ministros (Fidel Castro) y por el entonces ministro de la Industria Pesquera (Jorge Fernández Cuervo) prohibía “la captura, desembarque y transporte, así como el consumo o tenencia a bordo de embarcaciones o por pescadores que efectúen la pesca deportiva” de “la langosta, el camarón, el langostino, el cangrejo moro” entre otro reducido grupo de especies. Quien lo hiciera, incurría ien infracción que podía ser sancionada con multa administrativa entre 50 y 100 pesos.

Con el tiempo, el costo legal por pescar o traficar con la espinosa Reina del Caribe, fue in crescendo. El Decreto-Ley No. 164, Reglamento de Pesca de 1996, consignaba que a quien “capture, desembarque o comercialice” “langosta, langostino, cangrejo moro”, podía aplicársele multas “desde 500, hasta 5 000 pesos”. Veinticuatro años más tarde, en el Decreto No. 1, Reglamento de la Ley 129 Ley de Pesca, publicado junto a la propia ley en la Gaceta Oficial no. 11, del 7 de febrero de 2020, no solo se ratifica la prohibición, sino que se amplía su espectro. Así, a quien ose “capturar, extraer, desembarcar, transportar, procesar o comercializar, sin la correspondiente autorización, especies destinadas exclusivamente a la pesca comercial estatal”, empezando por la langosta, le cabe una multa que establece una sola cifra: 5 000 pesos. Con la singularidad de que “en atención a la importancia y gravedad de la infracción detectada también pueden aplicarse como medidas accesorias la obligación de hacer o no hacer, la suspensión o cancelación de la licencia y el decomiso del producto, las artes y avíos de pesca, incluyendo los buques, embarcaciones y artefactos navales y cualquier otro medio utilizado para cometer la infracción o directamente vinculado a esta”.

Según la FAO, en el período 1978-1989, Cuba mantenía 11,565 toneladas como promedio de captura de langosta. Esa cantidad ha ido disminuyendo notablemente en las décadas posteriores. En su tesis de maestría, la investigadora Ofelia Morales Fadragas apunta que entre 2000 y 2009, el país promedió 6 000 toneladas. Pero según datos de la ONEI (Oficina Nacional de Estadísticas e Información), en el lapso 2013-2018 este indicador fue de 4,391.4 toneladas. Varios estudios y reportes de prensa señalan el adecuado manejo de la pesca del crustáceo por parte de las autoridades cubanas, con temporadas de veda para la reproducción bien delimitadas y aumento del tamaño mínimo de cada ejemplar para su captura, entre otras medidas.

No obstante, no se puede descartar la acción antropogénica (efecto ambiental provocado por la acción del hombre), tanto en la Isla como el resto de la zona caribeña, como factor importante en su disminución. El desarrollo de asentamientos humanos en áreas costeras, con sus consecuencias, es un foco encendido a nivel internacional. A esto se suman los cambios de temperatura y el impacto creciente de los huracanes. En el caso de la langosta “esperamos que el recurso descanse y se renueve; estamos hablando de medio siglo que lo hemos aprovechado de forma inadecuada”, denunciaba en 2010 el salvadoreño Mario González, director de la Organización del Sector Pesquero de Centroamérica.

“Una pesquería, básicamente, lo que hace es quitar de la población a los individuos más aptos. Cuando pasa un período relativamente largo, quedan los genotipos más ‘raros’: los menos adaptables, más débiles, los que se han reproducido menos… Todo eso atenta contra el tamaño de la población al año siguiente”, explicaba en 2018 a Progreso Semanal el investigador Amílcar Mitjans Sánchez, del Centro de Investigaciones Pesqueras de Cuba. En cualquier caso, si bien se justifican las razones biológicas para el celo gubernamental con las capturas langosteras; lo que resulta incongruente es que las miles de toneladas que se siguen atrapando estén “vedadas” para la mayoría de los cubanos.

En la red de mercados Ideal de Pinar del Río hace meses aparecieron unas latas de “jugo de langosta”. El precio, 6 pesos en moneda nacional (0.24 cuc), ya “olía” sospechoso. Se trata, ni más ni menos, que del agua de la hervidura del crustáceo, aderezada con algún sazón y un ligero rastro de puré de tomate. El sabor recuerda remotamente lo que podría ser la carne de la langosta. En muchas menos ocasiones, se han comercializado bolsitas de rejos (masa de cabeza, patas y antenas) nadando en un abundante salsa de tomate, a 15 pesos (0.60 cuc). Incluso es esta la opción langostera que brinda el restaurante El Marino, centro gastronómico estatal de mayor tradición en pescados y mariscos de la occidental provincia. Le pregunto a una de las dependientas si alguna vez ofrecen colas en el menú. Me mira, retuerce los ojos y “fríe un huevo” con desgano.

Sin embargo, basta poner “comida cubana” o “restaurantes cubanos” más “mariscos” en internet para que salgan las promociones de lujosos restaurantes, estatales y privados, casi todos habaneros, que tienen al animal prohibido en su carta de ofertas. Pero esa opción, la mayoría de las veces a más de 10 cuc el plato, no está al alcance del bolsillo de Liborio. ¿Qué les queda entonces a los de a pie? Una nota publicada el 7 de febrero de 2020 en el diario digital La Demajagua, provincia Granma, quizá sin pretenderlo, ilustra una respuesta posible a la interrogante: “Delineado por las orientaciones del presidente de la República de Cuba, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, los integrantes de las siete unidades de base de Pescagram, empresa con asiento en Manzanillo, potencian la pesca de la langosta de agua dulce y la anguila para el turismo y la exportación, incrementan los niveles de tilapias y clarias para esos mercados y para el nacional».

A quien no le baste, que relea entonces un reportaje del periódico Trabajadores del año 2013 que concluía: “El mercado negro coge alas y pasa por encima del esfuerzo de hombres como Toti, Gervasio o Michel (pescadores langosteros camagüeyanos) quienes solo saben amar el mar y vivir de él, pescando un ejemplar muy cotizado en el mundo que se perderá en las aguas internacionales sin llegar nunca al plato cubano”.
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