Para los laboratorios de propaganda del Partido Comunista de Cuba es muy grave que un grupo de ciudadanos le hayan gritado “descarado” a Miguel Díaz Canel y lo hayan obligado a marcharse a toda velocidad durante una visita de médico que hizo, al devastado poblado de Regla con motivo del paso del meteoro, el domingo 27 de enero.
Pero una cosa peor y significativa es que enseguida hayan hecho publicar un artículo para desmentir el episodio que, por otra parte, le ha dado la vuelta al mundo como un símbolo de agobio y rebeldía de los cubanos.
Tratar de presentar esa escena como un montaje y una manipulación de los medios digitales es una muestra de debilidad tan grande como el mensaje que transmite el abucheo al designado presidente cubano. Y es, entre otras cosas, la reafirmación del hecho, de volver a escuchar el rechazo de la gente a Díaz Canel en un medio oficial y, además, la certeza de que el sistema, con todos sus recursos, no puede ocultar ya la verdad que comienza a brotar libre y por encima de los panfletos en cualquier punto del país.
El artículo, que se propone negar la realidad contiene un párrafo que podría estar incluido en la más exigente antología del realismo socialista. La autora reseña de esta manera los recorridos demagógicos del hombre nombrado a dedo por Raúl Castro: “Por meses lo que hemos visto donde quiera que Díaz Canel llega o por donde pasa es entusiasmo, afecto, reconocimiento, manos hacia sus manos, identificación mutua. Y el desvelo de un político atento a la gente, que pregunta y escucha, pero, sobre todo, que lleva la sensibilidad a flor de piel y la exige constantemente a sus subordinados.”
La verdad es que el mismo Díaz Canel, quien vivió la experiencia del desprecio de los cubanos y escuchó en persona los gritos de “propaganda nada más, descarados”, tuvo que montarse rápido en su Mercedes Benz, reconoció de manera discreta la “irritación” del grupo y aseguró que hay que tener comprensión “con la gente que está muy dolida.”
De modo que el objetivo de los ataques verbales los asume el personaje, quien debió sentir en directo, en carne propia, la rabia de los hombres y mujeres humildes, y reconoce y se hace eco del suceso. Pero los propagandistas están rabiosos en sus oficinas, la mafia enmascarada que controla cada letra, cada signo y cada imagen de la prensa castrista, ordena de inmediato que salga un ganapán a borrar la verdad del escenario.
La verdad del episodio de Regla es dura para el gobierno. Y más duro, siniestro y humillante el intento de negarla.
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