Por Esteban Fernández.
No, Esteban Fernández Roig no me dijo que Fidel Castro era “comunista” hasta su primer discurso donde fue cagado por la insigne paloma. Inicialmente sólo me inculcó que era un pandillero de cuarta categoría.
El viejo comenzó su adoctrinamiento anticastrista desde el 30 de julio del 53. Cuatro días después del alevoso ataque al Moncada.
Recuerdo perfectamente sus palabras iniciales que se convirtieron en manantial inagotable de odio contra el futuro tirano, me dijo: “Estebita, no te vayas nunca engañar ESTE TIPO ES UN GÁNSTER”.
Y de ahí en lo adelante me fue sacando detalles -nunca supe donde encontraba tanta información- de su vida pasada.
Una tarde añadió: “Y es un gánster pendejo, no como Policarpo, ni como el Colorado, ni Emilio Tró que eran guapos, este tipejo le tiene terror a Rolando Masferrer y a Eufemio Fernández”.
No me permitió engañarme como millones de mis compatriotas. Pero mi actitud durante el batistasto era tranquila, sosegada, simplemente no simpatizaba con el barbudo que había atacado un cuartel y alzado en los más alto de la Sierra Maestra. Eso era todo.
Durante 1959 subió la parada, me entregó una serie de revistas ‘Selecciones’ que tenían un montón de escritos marcados en amarillo y me dijo: “Mira, Esteban de Jesús, léete todo esto, esto fue lo que pasó detrás de la Cortina de Hierro y es lo que va a pasar en Cuba”.
Pero se puso pálido y sorprendido cuando en febrero de 1959 le dije: “Papá tienes toda la razón, pero ¿Qué vamos a hacer para derrocar a este régimen el cual tú me has enseñado a detestar?”
Como si le hubiera caído un sorpresivo rayo en la cabeza me miró seriamente y me dijo: “Tú nada, déjame eso a mí, ya yo me reuní en La Habana con Lauro Blanco y me puse a sus órdenes para hacer lo que él determinara”.
No le hice caso, una semana más tarde me fui al Central Providencia, donde vivía un joven llamado Gilberto Salgado que me habían dicho era dirigente del MRR en la Provincia.
Me entregó unos bonos del Movimiento de Recuperación Revolucionaria y muy orgulloso se los enseñé a mi padre, el cual puso el grito en el cielo. De pronto se había dado cuenta que había ido demasiado lejos abriéndome los ojos sobre la realidad que se avecinaba en nuestra nación.
Estaba aterrorizado no por la dictadura sino por mis actividades culminado en la amenaza que le hiciera el jefe del G2 Helio Guevara de fusilarme en el parque central.
No me dijo una palabra más en contra de la tiranía, lo único que me decía era: “¡Tienes que salir de aquí, llama a tu amigo Milton que está en Miami, comunícate con las hijas de Waldemar Labastilla!”
Prácticamente a empujones me obligó a salir de Cuba. Sus últimas palabras fueron: “Allá no te metas en nada, estudia, no te preocupes que los Marines van a desembarcar aquí en cualquier momento”.
Posdata: Y, desde luego, aquel valiente dirigente llamado Lauro Blanco, cumplió una larga condena de cárcel.
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