El pasado 18 de octubre se cumplieron 40 años de la muerte de Virgilio Piñera, acaecida en La Habana en 1979. Las autoridades culturales cubanas pasaron por alto tan redondo aniversario. Y aunque Piñera es una de las más grandes figuras de la literatura cubana del siglo XX, no asombra que lo hayan soslayado. Autor incómodo, los decisores de la cultura oficial lo han ignorado siempre que han podido.
A Virgilio Piñera, por su homosexualidad y su atrevida proyección artística, lo persiguió siempre la marginación, sobre todo en sus últimos años de vida, que coincidieron con el llamado Decenio Gris.
En 1971, a partir del Congreso de Educación y Cultura, que inició aquel funesto periodo, y hasta su muerte, Piñera fue excluido del mundo intelectual, silenciado y condenado al ostracismo. Como único medio de subsistencia, tuvo que resignarse a traducir del francés libros de autores africanos y vietnamitas. Fue el modo que hallaron de castigarlo por sus ideas y por su actitud irreverente y desprejuiciada.
Pero Piñera era mal visto por las autoridades desde antes del Decenio Gris. Durante las reuniones de Fidel Castro con los intelectuales, en la Biblioteca Nacional en junio de 1961, se atrevió a decir que sentía miedo ante la política cultural que se anunciaba y que no concedía ningún derecho “fuera de la revolución”.
La obra literaria de Virgilio Piñera, que se inició en 1941 con el cuaderno de poesía Las furias, se vio interrumpida tan pronto se inició la década de los 70. La última obra que se editó de Piñera en vida fue el libro de cuentos El que vino a salvarme, impreso por la Editora Sudamericana, de Buenos Aires, en 1970.
En Cuba no volvieron a editar los libros de Virgilio Piñera hasta más de ocho años después de su muerte. Y tuvieron que transcurrir varios más para que volvieran a las tablas sus obras teatrales.
Los libros de Piñera que se publicaron póstumamente son nueve, y van desde Un fogonazo, publicado por la Editorial Letras Cubanas en 1987, hasta Cuentos Completos, que publicó la editorial española Alfaguara en 1998. Cuatro años después, Cuentos completos fue publicado en Cuba, por la Editorial Ateneo.
La presentación de la edición cubana de Cuentos Completos tuvo lugar en el año 2002, en la librería El Ateneo, en El Vedado, donde trabajé como librero durante tres años.
En la solapa del libro explicaban que faltaban algunos cuentos. El que era el director de la librería entonces me confirmó algo que era un secreto a voces: que los cuentos no hallados fueron porque los había confiscado el Departamento Seguridad del Estado (DSE), y estaban en el expediente sobre Virgilio Piñera que tiene ese órgano policial.
¡Hasta después de muerto temían tanto a Virgilio Piñera, lo consideraban tan peligroso, que no vacilaron para censurar y profanar su obra!
Entre los años 40 y 60 Piñera había tenido una activa vida en publicaciones culturales periódicas. En algunas de ellas se desempeñó como director o redactor. Junto a José Rodríguez Feo dirigió Ciclón, y en Lunes de Revolución, que dirigía Guillermo Cabrera Infante, fue miembro del consejo de redacción. Piñera dirigió también Ediciones R, a inicios de los 60.
Solo en Lunes de Revolución pudo Piñera insertar sus escritos sin limitaciones. Pero fue solo un par de años: la publicación fue clausurada por orden del gobierno en 1961, poco después de la reunión de Fidel Castro con los intelectuales, donde el autor de Electra Garrigó confesó que sentía miedo.
Durante el tiempo en que fue condenado al ostracismo Piñera acudía asiduamente a la cafetería que estaba ubicada frente al Hotel Capri, adonde iba a comer y a reunirse con algunos de los pocos amigos que todavía se atrevían a tratarlo. Este hecho dio origen, años después, a una obra teatral de José Millán titulada Si vas a comer, espera por Virgilio.
Otro de los sitios a los que acudía Piñera para eludir el aislamiento al que lo condenaron era las tertulias literarias de la Ciudad Celeste, celebradas por el pintor Johnny Ibáñez en su casa de Mantilla, que había sido la residencia de su abuelo Juan Gualberto Gómez. Pero aquellas tertulias organizadas espontáneamente por Johnny Ibáñez fueron prohibidas por Seguridad del Estado, que las consideró “una actividad subversiva y contrarrevolucionaria”.
Luego de estos apuntes, con los que he querido rendir un modesto tributo a Piñera, entenderán por qué decía que no me asombraba que los que rigen la cultura oficial hayan ignorado el aniversario de su muerte. Le siguen teniendo a Virgilio el mismo pánico que sintieron los represores en su entierro, hace 40 años, cuando ordenaron al chofer del carro fúnebre que acelerara y no esperara por los pocos que se atrevieron a asistir al entierro del escritor maldito.
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