En el discurso del 13 de marzo de 1969 (y sobre el que le agradezco a mi amigo Ernesto Fumero haberme alertado sobre él) Fidel Castro declara.
"La consigna de la reforma agraria se puede considerar una consigna dentro de una revolución que debe ser reformada, a más claramente: dentro de una sociedad que debe ser revolucionada. Y cuando la sociedad es realmente revolucionaria, entonces todas aquellas ideas que podían considerarse reformas, concebidas en un momento determinado, quedan absolutamente anticuadas para las necesidades reales que una sociedad revolucionada presenta".
Era su manera naturalmente discreta de reconocer que su reforma agraria había sido un perfecto desastre. El Estado había conseguido reunir toda la tierra posible pero ahora no tenía mano de obra. Me repito a la confesión del propio culpable: "lógicamente, las filas de macheteros no se han ido nutriendo estos años”. ¿Cómo iba a resolver el problema?
Primero lo intentó usando el trabajo agrícola como castigo.
Y creó las UMAP.
Pero vio que no era bueno.
Nunca en la historia de ese país debió haber gente peor dispuesta a cortar caña, desyerbar surcos. Y pese al celo con que se los recogía por todo el país no había homosexuales o testigos de Jehová suficientes para cultivar tanta tierra.
Y encima estaba el escándalo internacional agravado por los aviones espías yankis invadiendo la privacidad de la agricultura revolucionaria y tirando fotos de los campamentos de reclusos. Y hubo que desmantelar las UMAP.
Hubo que intentar otro acercamiento al problema. ¿Y si se presentaba el trabajo agrícola como un honor y un deber en vez de como castigo? ¿como una de esas contradicciones con las que el marxismo de manual le gustaba tanto lidiar? ¿Y si en vez de a lo peor de la sociedad socialista se le encargaba como misión a su mejor parte? ¿No se habían creado inmensos planes educativos? Pues nada más lógico que fueran los propios estudiantes los que corrieran con los gastos pagándolo con su esfuerzo productivo. "La contradicción entre las necesidades del subdesarrollo y la del estudio -dijo Fidel Castro en el discurso antes citado- se va resolviendo en la misma medida en que se va introduciendo el trabajo combinado con el estudio”. Y una vez descubierta esa solución que prometía autofinanciarse el Comandante desató su imaginación, tan audaz como la de la lechera de la fábula. “Hoy existe la escuela al campo, y en el futuro existirá la escuela en el campo. Las secundarias rurales estarán en el campo, y pronto comenzaremos a construir las primeras secundarias rurales en el campo. Ello contribuirá a resolver esa contradicción, de manera que la enorme masa de cientos de miles de jóvenes que realicen los estudios secundarios, lo harán en instituciones donde combinarán el estudio con un tipo de actividades productivas posible a esa edad".
¿No era eso maravilloso?
Pero no todo podía reducirse a un cálculo puramente económico como haría un sucio capitalista. Y porque era consustancial a la naturaleza del estratega buscar concebir muchos beneficios al mismo tiempo para cada uno de sus planes. El trabajo en sí mismo sería un instrumento educativo pero además ayudaría a eliminar las diferencias entre el trabajo manual y el intelectual. Los estudiantes trabajarían por las mismas razones por las que los obreros debían estudiar: para que en la sociedad socialista se fueran eliminando las diferencias entre unos y otros. Y hasta marxista se sentía el Comandante cumpliendo con “esas ideas que fueron esencia del pensamiento marxista: la combinación del estudio y del trabajo, la combinación del trabajo intelectual y el trabajo manual, no son simples frases: son ideas que contienen la esencia de la sociedad del futuro”. Solo faltaba encontrar una frase de Martí que calzara todo el tinglado y por supuesto se encontró: “Escuela no debía decirse sino talleres. Y la pluma debía manejarse por la tarde en las escuelas; pero por la mañana, la azada”.
Y cuando veinte años después, en lo peor de la crisis de los 90, el Estado se vio obligado a algo que había evitado hasta entonces por todos los medios: alquilar tierras a los campesinos. Fue entonces que fue todavía más evidente lo improductivo que había sido el experimento agroeducativo. Y a partir de entonces han ido desmontándose con discreción. Las escuelas al campo se han eliminado sin que nadie haya protestado porque a sus hijos los priven del acceso a las virtudes pedagógicas del desyerbe manual o la siempre de bejucos.
P.D.: Al parecer la bonita tradición de las escuelas al campo se conservaban al menos hasta el 2015 en Camaguey al punto que algún periodista nostálgico se quejara de que comparada con la que le tocó en sus tiempos aquello parece más bien “un campismo en Shanghái”.
0 comments:
Publicar un comentario