Por Canek Sánchez Guevara.
Guacarnaco Cool salía todas las noches a pistear por Centro Habana. Caminaba bamboleando su flaco cuerpo, castañeando los dedos rítmicamente, con el hombro izquierdo más caído que el derecho, inclinado como cierta torre para él desconocida. La mano zurda colgaba con los dedos extendidos y el otro brazo, marcando un cadencioso tumbao. Al caminar arrastraba ligeramente una de sus larguísimas piernas, y lo hacía con el torso un tanto echado hacia el frente, mirada al piso y cigarro entre los labios. Aparentaba desgano a cada paso, pero sus ojos incansables sondeaban los rincones de la noche.
En una esquina divisó a Yunisleidi -¡có-mó-mé gusta esa jebita, cabaiero!-, una mujer de trece añitos que tenía de cabeza a todos los varones del barrio; y a todas las novias y esposas, a un paso del homicidio. Estaba también Mongo, un friki callado y loco más inofensivo que el pan -siempre en su planeta de jevi métal y pastillitas rosadas-; y también Diablo, un prieto prieto y cuadrado, duro como el concreto y con un serio desbarajuste cerebral (onda de faltarle engranes, tuercas, tornillos y hasta arandelas): en fin, un toro de veintidós abriles. Todos en el barrio recuerdan el día que Diablo salió del tanque -cumplió dos años por disturbios en la vía pública, agresión y resistencia al arresto (cuentan que tumbó a siete guardias antes de que pudieran con él)- y al abrir la puerta de su cuarto, en el solar, y ver la tremenda barriga que su jeba portaba, secamente preguntó Quién y, para cuando ella terminó de pronunciar el nombre de la futura víctima, él ya le había roto cuatro dientes y zafado la mandíbula a ella: Pa'que aprendas que a este negro nadie le pone los tarros; ¿entiendes? Tú, resingá. Y le pateó con tanta fuerza el vientre que el feto, en forma de hemorragia, huyó de la matriz. A continuación fue por el pobre imbécil que tuvo la ocurrencia de singarse, precisamente, a la mujer del matón del solar (un guajiro de Las Tunas que vino a morir a La Habana, dicen que está escrito en su lápida), y lo molió a palos delante de todos, en plena calle, bajo el sol de agosto. Diablo se perdió del mapa antes de que llegara la cana. Desapareció durante meses.
Cada vez que Guacarnaco Cool recuerda ese fatídico día, se le revuelve el estómago. Claro que él estaba ahí, como todo el mundo. Estaba tan ahí, que se quitó las gafas para ver mejor y un chorrito de sangre le salpicó en el ojo, otro en el pulóver nuevo y uno más en el zapato blanco. Estaba tan ahí que cuando llegó la pe-ene-erre fue al primero al que cogieron -se quedó petrificado, ésa es la verdá- y fue, también, el primero en salir: En el solar se murmuró entonces que Guacarnaco había hablado de más...
Esa noche Guacarnaco Cool saludó a Diablo temblando, aunque hacía más calor que de costumbre y ninguna brisa movía las hojas de los escasos arbustos. Guacarnaco cogió aire, siseó profundamente y un breve saludo escapó de sus labios: Aaa-tsssssere.
-Mi ecobio, respondió Diablo, casi azul bajo la lámpara de tungsteno. Yunisleidi le dió un beso de lo más sonoro, y puteó un rato con Guacarnaco, calentándolo con frialdad, jugando con él. Mongo apenas levantó la vista, murmuró algo, y siguió concentrado en el ruido que los audífonos inyectaban en sus tímpanos. Vestía Mongo un tísher negro de Destructorum (post-apocaliptic death metal, aparece escrito en la espalda) y unos pantalones negros entubados. Su cabello de alambrada de campo de concentración resultaba un verdadero peligro para el prójimo, ente absolutamente desconocido para él. Yunisleidi vestía unos shorts de licra de un color entre limón y pollo, y un topecito rosa que parecía desvanecerse en su pecho. Diablo, fiel a su costumbre, llevaba una cochambrosa camisa desabotonada y un pantalón azul oscuro, roto en los bajos eternamente pisoteados por la suela de sus chancletas chinas. Guacarnaco era otra cosa, claro, un mulato fino, aseguraba él. Se paseaba por el barrio con zapatos de dos tonos, o de charol rojo, o boticas brillantes, y con unos pantalones tan ridículos como sólo él podía usarlos. Las camisas eran un mundo aparte: las tenía de bacterias y de palmeras, de paisajes lunares y urbanos, de supermán y de bruce lee, rojas, amarillas, azules, carmelitas y moradas; sin olvidar su colección de gorras, sombreros, pañuelos y demás mariconerías que usaba día tras día. Pero él no es pájaro, no qué va, a él simplemente le gustan las cosas lindas. Al menos eso suele afirmar de tarde en tarde, como para dejar bien claro que juega en el equipo correcto. De vez en cuando, y sobre todo cuando están a solas, Diablo lo mira con unos ojos que parecen poner en duda su hombría y eso a Guacarnaco no le gusta nadita-nadita; inmediatamente siente cómo sus nalgas se contraen y un ronquido expele su garganta: ¡Negro bugarrón! (pero muy bajito para que Diablo no lo oiga). Enseguida saca Guacarnaco de su inseparable bolso sus inseparables revistas porno y se las entrega a Diablo para que éste se concentre en otros culos y no en el suyo: Es el vicio del presidiario, piensa Guacarnaco.
Pero esta noche Diablo está de buen humor. Todos fuman populares y una botella de chispaetrén circula de mano en mano y de garganta en garganta. Cada cierto tiempo alguien se acerca sigilosamente a ellos, y sigilosamente secretea con Guacarnaco, y sigilosamente le entrega un billete. Entonces Guacarnaco, siempre sigilosamente, le entrega a su vez un bultico de nosequé envuelto en papel de estraza.
-Aya, Guacarnaco. Estás hecho un lince pal bisne. Todo un don Corleone , le dice Yunisleidi tras el cuarto o quinto cliente.
-¿Y tú? ¿Hoy no trabaja, o qué?
-No seas fresco que yo sí te bajo tremendo piano, pa-ra-qué-lo-sepas.
-Tú lo único que me va a bajar son los calzoncillos, chica. Y después me va a mamar el pingón, tú. Anda, échate pa'llá que viene otro cliente.
-Oye Guacarnaco, interviene Diablo, déjame un fori ahí pa'mí, asere, que estoy estrallao.
-Déjame hacer un negocito aquí, mi socio, y a ver si te puedo tocar con algo. Aguanta, mi hermano, que esto va pa'lante.
-¡Qué pa'lante ni qué pinga, consorte! Yo lo quiero es un fori, ningún pa'lante, ni ná.
-Shhh, asere, que me asusta a la clientela. Compórtate, compadre que esto no es prescolar.
-Ay, ya basta ustedes dos, cojones, todo es una singá discutidera en este país de mierda...
-Oye, asere, pero ¿qué pinga le pasa a ésta? —pregunta Diablo bebiendo otro trago.
-Shhh, compadre... —y le hace Guacarnaco una seña pa que se calle.
Guacarnaco Cool, en efecto, atiende su bisnecito como todo un don Corleone tropical, mafioso cul y con estáil, asegura él mirándose en la vidriera de la shopping: O yea, béib. Gesticula como si bailara un suave break dance, dislocándose lentamente, sin rigidez ni tensión... Negocia ahora con un turista alemán y logra tumbarle quince fulas por unas miserables migajas de mariguana.
-Ñó, yo sí que soy un mostro, asere. Quince fulitas así na'má. Gesticula como si tuviera un filo en la diestra, y remata: -A la yugular, consorte.
-¡Caballero!, exclama Diablo sonriendo de buena ley.
-Pipo, dice Yunisleidi empalagosa y puta pero reputa, llévame a bailar, papito. Vamo a gozal tú y yo, mulato...
Diablo miró al piso, Yunisleidi sonrió maliciosamente y hasta Mongo, que de ninguna manera se había interesado en la conversación, se quitó los audífonos y abrió los ojos como platos (como muñequito japonés, vaya) y se hizo un silencio más espeso que el potaje de chícharos. Todos en el barrio saben —o intuyen, y en estos casos es lo mismo— que Guacarnaco padece la más innombrable de las discapacidades masculinas, y una especie de pacto jamás pactado ha mantenido las bocas cerradas, al menos frente a él. Ahora Yunisleidi mira a Guacarnaco con tremenda burla, y éste, rojo, empieza a gaguear:
-Co-co-co-coño, chica, no jodas más, cojo-jones. Vete pa'llá con tu putería, repinga, que estoy bisneando. Ya no interrumpas más.
Yunisleidi se rió pero ya no dijo más ná, y Diablo, contra toda costumbre intentó contemporizar:
-Oye, pero la putica ésta tiene razón, compadre. Ya hiciste unos faos, asere, eso hay que celebrarlo. Vamo, vamo pal solal que yo tengo ahí guardadito un pomo de aguardiente macho. Vamo, compadre. Anima ese féis, que acabas de hacer tremendo bisne.
Guacarnaco poco a poco recobra lo Cool, y sonriendo con todos los dientes, afirma: -¡Qué pinga! Tenemos fulas, tenemos fori y tenemos alcohol... Vamo pa'llá.
Están los cuatro en la pequeña escalinata del solar. Frente a ellos, un inmenso charco de aguas pútridas sirve de escenario al combate naval que los niños de la cuadra entablan con barquitos de papel, y una rata gorda y peluda corre entre sus pies. Guacarnaco enrolla la hierba con la estraza, y al fumarla, la garganta se le hace tiritas. Bebe aguardiente para cauterizar la herida y fuma otra vez. Yunisleidi se pone de pie y avanza hacia un tipo que la mira con insistencia desde la esquina.
-Ésta ya encontró cliente , afirma Diablo alargando el brazo en busca del fori.
-Y tú, asere ¿ya no pinchas?, le pregunta Guacarnaco sin mirarlo. Diablo aspira con fuerza el humo y lo retiene casi un minuto, inundándose de cannabis y empalideciendo.
-Na. Estaba de estibador en el puerto pero qué va, asere, eso es pincha de esclavo.
-¿Y el Turco?
-Ne. La última vez que pinché pa' él, todo salió mal. Teníamos que cobrarle unos pesitos a un sapingo ahí que le debía, pero se me fue la mano en la calentaíta y fue a parar a emergencia. El Turco se puso de lo más bruto y me dijo que si el fiera ése se moría, a mí me iban a encontrar tó descojonao flotando en el almendares. Más nunca, muchacho, más nunca me acerco al tipo ése. Está quimbao, pa' que lo sepas. Quím-Bao. Y hace el inconfundible gesto del índice girando en la sien.
Lo que más sorprendió a Guacarnaco, sin embargo, fue la mirada de terror de Diablo ante la mención de el Turco, un jabao capirro de dos metros y docientitantas libras, capaz de poner en órbita a cualquiera de un sólo manazo. -Ese tipo es malo de verdá. Cuidaíto. Y Guacarnaco sintió un temblor bajo su piel.
Yunisleidi desapareció con su cliente por espacio de quince minutos y al regresar se detuvo ante una pila casi a ras del suelo para enjuagarse la boca, el rostro y sí, también ahí, encima de las teticas.
-¡Aya mamaora!, grita Diablo jubiloso. Ven acá putica, dame una mamaíta ahí, anda.
-Cállate so-puerco, que yo namá estoy resolviendo, y zarandea frente a la risueña jeta de Diablo un breve fajo de estilla.
Guacarnaco, ya medio curda comenzó a murmurar con insistencia:
-¡País de pinga éste!
-¿Qué te pasa compadre? ¿Por qué tan patriota ahora, asere?, intervino Mongo sin desconectarse de su ruido.
-Na, es que esto es una pinga, y pensándolo bien agrega: Si al menos volviera a ser como antes...
-Como antes de qué, compadre.
-Como Antes, cojones, como Antes.
-¿Y cómo era Antes según tú, Guacarnaco?, interroga Yunisleidi pintándose los labios de rojo bandera.
-Ñó, pila de incultos. Antes uno hacía lo que le daba la gana, ¿no lo saben? Los extranjeros venían aquí con una tonga de faos y se la gastaban toa en el bollito de Yunisleidi o en el fori que yo vendo, y después se iban toa la noche a pistear, a beber y a singar... Si esto era antes el paraíso, chico. Tremendísimo güiro tó el tiempo. Y toos con fulas y pasándola de lo más bien. Tremenda fiesta, pa'que lo sepan...
Tres extranjeros apareciecieron en la esquina y cometieron el error de preguntarle al Múpet algo incomprensible para él; éste, luego de muchos malentendidos, señaló hacia donde estaban los cuatro sentados. Guacarnaco se puso de pie con elegancia, midió a sus potenciales clientes y le susurró a Diablo que subiera a bañarse pero en fa; a Yunisleidi lo mismo (¡y no te pongas blúmer, que no hace falta!) y a Mongo nada porque de todas formas no lo habría oído. Diablo intentó protestar pero cuando alzó el brazo, un fuerte olor a podrido escapó de su sobaco.
-Ñó, mijo. A la verdá que usté es un puerco —informó Yunisleidi sin piedad.
-Ya, ya. Pero no entiendo pa' qué tanta cosa, consorte.
-Pa' que te gane unos fulita esta noche, asere. Pa' eso, cerró Guacarnaco la conversación al tiempo que echaba a andar rumbo a la esquina. Y ahí estaban los turistas, de pie, sin saber qué hacer y con toda la cara del marciano que por error, ha aterrizado en Centro Habana. Los tres parecían recién salidos de unos muñequitos rusos: una chica regordeta, rubia y nada fea que al parecer se había robado cada prenda de su atuendo de una tendedera distinta; un tipo con aspecto de bulldog vestido con un mono azul y un sobretodo verde, y otra mujer con cara de tonta que nunca habló y que vestía como señorita de colegio inglés. Tremendos elementos, resumió Guacarnaco.
-Gud nái, mái frens. Mái néim is Guacarnaco Cool an am yor local díler jiir, pronunció pastosamente y los otros parecieron entender. So if du yu uan pinga ai jaf pinga for yu, if du yu uan bollo ai jaf bollo for yu, an if du yu uan drogas ai jaf a lor of drogas for yu. Du yu onderstén? So, uarever yu uan, an nou márer uat yu nid, áif gáret, an áif gáret ráig foquin náu an ráig foquin jiir ,y señala su estrecho territorio con orgullo y provocación. So, uat du yu uan, aseres?
La gordita no se hizo del rogar y se llevó a Diablo por módicos cien faos -pagados al instante a Guacarnaco, claro está- más los gastos de manutención del negrón durante toda la noche. El bulldog se volvió loco y comenzó a babear cuando Guacarnaco Cool le puso enfrente a Yunisleidi, ya bañadita y perfumadita, con un vestidito negro que le marcaba la pendejera y los pezones; y le dijo: Shis viryin, pal, is tru, an shi jas de táigtes pusi in dis foquin táun, mái fren. Ai can garantí, tros mi, dijo Guacarnaco al tiempo que solicitaba ciento cincuenta fulas por la compañía de la señorita. Además, pagaron otros cien faítos por una libra de una mariguana de mierda, infumable, capaz de provocar cáncer de garganta a la primera calada. La gorda y el bulldog ya se iban, la mar de contentos con sus improvisadas parejas, cuando notaron que faltaba la caretonta por situar.
Caretonta miró a Guacarnaco con ojos infantiles y suplicantes y éste tragó en seco recordando su último ridículo en una situación semejante (y lo peor fue tener que devolverle el dinero íntegro a la puta oficinista española ésa que tanto se burlaba de él); pero siempre queda una carta escondida, y Guacarnaco, jugador experimentado, sacó a Mongo al baile:
-Ji uil roc yu ol náit, mái darlin. Ol náit long, bilivmi, dijo, guiñándole un ojo. Long, repitió insinuante Guacarnaco.
Mongo no entendió ni pinga, pero dopado como vive, se puso de pie, se rascó los cojones y se alisó los cables esos que lleva adheridos al cráneo. Fue alquilado en ochenta dólares, más gastos.
Guacarnaco Cool sigue sentado en el portal del solar y de vez en cuando un cliente del barrio se le acerca en busca de fori; y después de atenderlo, Guacarnaco lo apura:
-Agila, agila que me estropeas el bisnecito.
-¿Cómo que agila, compadre? Agila se le dice a los perros.
-Vamos, fuera, shú... ¿Tú no ves que afeas el ornato público, negro? Vamos, muévete anda...
Y cuando por fin se queda solo, Guacarnaco Cool saca el altero de billetes que carga en el bolsillo, y contándolos y recontándolos, murmura dulcemente:
-Ah, si todo fuera otra vez como era antes. ¡Si tan sólo volviera a ser como Antes!
Y se ve a sí mismo en un descapotable rojo lleno de jebitas, y se sueña como todo un don Corleone tropical... Así, muy cul y con estáil.
Oaxaca, 17 de diciembre de 2004.
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