«Negocios son negocios», dice Sheyla. «Incluso en tiempos de pandemia y cuarentena, a la hora de hacer caja, el deber me llama», comenta con una sonrisa franca. Desde hace cinco años es jinetera. “De clase media alta», proclama con orgullo. Y subraya: «Tocando a la puerta de las prostitutas exclusivas”.
En Cuba, la prostitución es ilegal. Pero a veces hay tanta impunidad, que pareciera que las autoridades miran hacia otro lado. Existen varias categorías. Las más baratas son denominadas ‘matadoras de jugadas’. Suelen ser muchachas de barrios humildes en las afueras de La Habana que se prostituyen por cinco pesos cuc la media hora. Por lo general, sus clientes son de lo peor de la fauna marginal. Hombres que beben alcohol a pulso, se alimentan poco y mal, viven en condiciones precarias y escapa del tedio, la pobreza y la falta de futuro comprando sexo barato.
En otro grupo se clasifican las chicas que cobran diez pesos cuc la noche. Más aseadas y atractivas, pero igualmente pobres, con historias de padres que no conocieron y parientes que abusaron de ellas. Le siguen las jineteras de más nivel. Jóvenes entre 18 y 30 años con una instrucción aceptable, suelen hablar inglés o italiano. Cobran de 50 a 100 dólares la noche. Dólares, léase bien, pues solo van a la cama con extranjeros o cubanos residentes en el exterior.
Las más instruídas pudieran ser médicas, ingenieras u otra profesión. Pero los salarios deprimidos y el deseo intenso de emigrar las lleva a prostituirse. Dentro del mundo del sexo tarifado, las jineteras cubanas se distinguen de sus homólogas occidentales porque no cobran por horas y porque el cliente es un objetivo a cazar sentimentalmente.
Las jineteras de clase media alta, como Sheyla, no tienen chulos que las exploten y suelen tener varios ‘novios’ extranjeros o cubanos radicados en otros países que mensualmente les giran dinero. De ese grupo selecto, explica Sheyla, “uno escoge al que más te cuadre para intentar casarse o vivir con él en un futuro. Hay que ser cuidadosa, muchos tipos te caen a mentiras. Tengo planes de emigrar a Estados Unidos y casarme con un cubano que está muy enamorado de mí. Si me sale bien, me retiro del bisne. Si no, me pongo a bailar gogo en Miami Beach”.
Con la llegada del Covid-19 las cosas cambiaron para muchas jineteras. El turismo se esfumó y cerraron bares, clubes y centros nocturnos. Las que tienen ‘novios’ fuera de Cuba y les envían giros internacionales están ‘escapando’ (resolviendo). También las que pueden vivir de sus ahorros o concertar citas con clientes privilegiados. Sheyla confiesa que “llevaba treinta y dos días sin estar con nadie ni salir pa’l fuego. Pero el dinero se va como agua. Entonces decidí contactar a un cliente de hace tiempo. Me paga cien dólares la noche y me trata como si fuera una princesa”.
Yordanka, adicta al gimnasio, tuvo más suerte. Estaba de ‘faena’ con un enamorado canadiense en un hotel en Cayo Coco, en la costa norte de la isla, cuando el gobierno cubano cerró las fronteras. Lo que parecía una semana de juerga terminó convirtiéndose en una relación formal. “Ha gastado cantidad de dinero. Lo traje para mi casa. Llevamos casi cuarenta días sin salir a la calle. Le pagamos a un vecino para que nos traiga la comida”, cuenta Yordanka.
Abdiel, listero de la lotería ilegal conocida en Cuba como la bolita, señala que al principio de la cuarentana el negocio se vio afectado. “Imagínate, la mayoría de los centros de trabajo cerraron y en la calle había poca gente. Teníamos que visitar una por una las casas de los principales apostadores y decidimos dejar de recogerle a los que juegan menos dinero. Desde que creamos un grupo de WhatsApp, las recogidas han subido, aunque no al nivel de tiempos normales, cuando recogía cuatro mil pesos diarios en cada una de las dos tandas. Ahora tengo días de recoger tres mil y pico”.
Abdiel aclara que no tienen problemas con los que tienen tarjeta Transfermóvil de Etecsa. «Ellos ponen el dinero jugado en el número de mi cuenta. Los que no lo tienen, hacen sus apuestas, le tomo una captura de pantalla y después paso a recoger el dinero en efectivo o a pagarle el premio si ganaron algo. Claro, son gente de confianza”.
Según personas consultadas por Diario Las Américas, a los vendedores clandestinos de ron, sicotrópicos y drogas las cosas les están yendo mejor de lo previsto. “El alcohol no cree en coronavirus ni situación coyuntural. Donde quiera venden ron, pero los precios son muy caros. Yo tengo ron del bueno, sacado de la fábrica, a 50 pesos la botella. Y me vuela. Supongo que la gente encerrada entre cuatro paredes y sin comida, opta por darse unos tragos para olvidar los problemas. El pitcheo está durísimo y el alcohol relaja”, precisa una fuente.
Un vendedor de marihuana y melca asegura que al detenerse la vida nocturna, «los precios del polvo y la yerba bajaron. Un gramo de coca estaba entre 100 y 130 cuc, en estos momentos se vende a 90 cuc. Y el cigarro de marihuana yuma (foráneo) costaba a cinco cañas, ahora cuesta cuatro. El cambolo sigue al mismo precio, 2 cuc pesos cada piedra. Y las pastillas entre 20 pesos y un cuc. El negocio no está pa’hacer una fiesta, pero no me quejo”.
Sheyla, jinetera de clase media alta, confiesa que está harta de la cuarentena. Extraña los tragos de caipirinha y el reguetón a toda mecha en las discotecas habaneras. “La pincha de nosotras es de contacto directo. Sin nasobuco ni nada. Ahora hay con andar con cautela, no vaya que ser que un cliente tenga el coronavirus. Estoy a punto de volverme loca encerrada en mi casa. Y eso que, gracias a Dios, tengo comida y ciertas comodidades”.
La que se sacó la lotería fue Yordanka. “Quien lo iba a decir. Que conocería a mi futuro esposo en plena pandemia del Covid-19”. Dentro de unos meses, Yordanka se ve vestida de blanco y del brazo de su pareja. No le importa si la boda la celebran La Habana, Cayo Coco o Varadero. Pero la idea de seguir viviendo en Cuba se le antoja difícil.
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