“No puedes poner un horario como si fuera un campamento militar. Mis hijos nunca habían dormido tanto y es lógico que de madrugada no tengan sueño. Mi madre, que vive con nosotros, a veces se desvela y se pone a jugar al solitario o al dominó con los nietos hasta las tres de la mañana. Este encierro es duro para todos, incluso para el perro”.
La familia acordó que la anciana de 83 años, su esposa asmática e hipertensa y los tres hijos permanezcan en la casa. Roberto es el encargado de salir a comprar en la calle. «Antes que el virus llegara a Cuba, mi hermano desde Miami me mandó 300 dólares y adquirí productos cárnicos, embutidos, queso y medio saco de arroz. También frutas, que picamos en trozos y guardamos en el congelador y después hacemos jugos. Cada tres días salgo a comprar pan y las viandas que encuentre. Pero no se sabe cuándo acabará la cuarentena. Y la comida comienza a escasear”.
Cuando Roberto vio las monumentales colas en las tiendas que vendían pollo y salchichas, decidió no hacerlas, por los riesgos de contagio, el tiempo que se pierde y las discusiones que siempre ocurren en las colas. Con sus amigos, por las redes sociales, averiguó cómo conseguir alimentos en el mercado negro. Los elevados precios estuvieron a punto de provocarle un infarto. Tome nota. Un queso gouda que costaba entre 25 y 27 cuc en las tiendas por divisas, y en el mercado negro se ofertaba en 20 cuc, ahora cuesta 40 cuc.
Antes del coronavirus, la libra de carne de cerdo deshuesada que estaba a 60 pesos, subió a 75 y 80 pesos. Una caja con 15 kilogramos de pollo que valía 24 cuc, ahora en el mercado subterráneo, si la encuentras, cuesta 50 cuc. La libra de arroz de 4 pesos subió a 10. La carne de res, los pescados y mariscos hace tiempo están desaparecidos en combate.
“Lo peor es que el gobierno no tiene soluciones para paliar el déficit de alimentos. Y lo que ha hecho es culpar a la gente: por irresponsables al salir a la calle y hacer colas en medio de la pandemia, por despilfarrar combustible al no ahorrar electricidad en sus domicilios, por no ponerse los nasobucos (mascarillas) o por tirar fotos con el móvil a las broncas y molotes que se arman todos los días en La Habana para comprar cualquier cosa”, apunta Roberto.
Pasada la una de la madrugada del domingo, Roberto sacó a su perro a orinar. “No había un alma en la calle. Cuando llegué a la esquina, un carro patrullero se detuvo y me puso una multa de 300 pesos por no tener puesto el nasobuco. Le dije al policía que en veinte metros a la redonda no había una sola persona. El policía ni se inmutó y respondió: Si sigues protestando te llevó pa’ la unidad y te clavó una multa de mil pesos. Tú decides”.
En plena pandemia del Covid-19, si algo no se ha racionado, ha sido la represión. Que en esta ocasión no solo va dirigida a los disidentes y periodistas independientes, también a cubanos de a pie como Roberto. Un ex oficial del Ministerio del Interior, ya jubilado, considera que la estrategia de implementar elevadas multas y detener a personas en la calle utilizando fuerza desmedida es una bomba de relojería.
“Es cierto que hay gente irresponsable en la calle, pero es una minoría. El gobierno quiere tapar el sol con un dedo. El problema no lo ha provocado el pueblo. La ciudadanía sale a la calle y hace colas inmensas porque no tiene nada que comer en sus hogares. Como se ve en los videos que suben a las redes sociales, los cubanos protestan porque les falta el agua, la comida o el aseo, no por problemas políticos. Si vamos a depurar responsabilidades, es injusto echarle toda la culpa al pueblo y los dirigentes no tienen ninguna. El gobierno debe reconocer que tardó en cerrar las fronteras y por eso tenemos más contagiados de lo previsto. También que no fue previsor y no compró suficientes provisiones de alimentos, medicinas y artículos de aseo. Alegan que es obligatorio el uso del nasobuco, pero no lo publicaron en la Gaceta Oficial, donde se publica todo lo que debe ser de obligatorio cumplimiento. Y si se incumple, corresponde a los agentes de orden interior tomar medidas, imponer multas o sanciones, de acuerdo a lo estipulado en la Gaceta Oficial. Ahora quieren que las familias ahorren electricidad en un mes que ha habido récord de calor. ¿Qué quieren, que los que tienen aire acondicionado no lo usen? En estos momentos, por cierto, el combustible está a precio de ganga. Esa política, insisto, es peligrosa, puede desencadenar un estallido social. La represión puede convertirse en un boomerang”.
El nerviosismo de las autoridades es evidente. A pesar del confinamiento, la Seguridad del Estado continúa citando a periodistas independientes, youtubers y simples ciudadanos que suben a las redes sociales comentarios, fotos o videos considerados críticos por el régimen. Hace unos días, varios periodistas sin mordaza emitieron una declaración contra el Decreto-Ley 370, que ya ha recibido más de 3 mil firmas. Entre otras demandas, le piden a las autoridades que respeten la libertad de expresión y alegan que no pagarán las elevadas multas por considerarlas ilegales.
Las detenciones agresivas a personas que hacen fotos y videos en la calle han continuado. Pero los servicios especiales optaron por no dar la cara: la multa la imponen inspectores del Ministerio de Comunicaciones. El despotismo ha llegado a niveles que rozan con el fascismo. Recientemente, la multipremiada periodista Mónica Baró estaba tirando fotos desde la ventana de su casa a una aglomeración callejera cuando un tipo la amenazó en duros términos.
Al llegar la policía, Baró les pidióque actuaran. Y la respuesta policial fue seguir increpando a la periodista. En un relato que subió a su página de Facebook, confiesa que se sintió muy sola. Nadie de los que estaban en la calle la apoyó. Al contrario. Incluso los que habían creado el desorden, le gritaron que se fuera a cocinar.
Una escena que no es nueva en una sociedad que ya cumplió sesenta años de dictadura. Sucedió durante los juicios ejemplarizantes, donde el público pedía paredón a un opositor a Fidel Castro. No olvidemos las humillaciones sufridas por quienes deseaban emigrar a Estados Unidos y que el régimen castigaba con tres meses de trabajo forzado en la agricultura. Tampoco a los que emigraron por el Mariel, despedidos con insultos, huevos y golpizas.
A la poetisa María Elena Cruz Varela una turba le hizo tragar sus propios poemas y la arrastró por el pelo desde su apartamento hasta la calle. O los linchamientos verbales a las Damas de Blanco cuando reclamaban la libertad de sus esposos, padres, hijos. Recuerdo los cánticos: ‘Al machete, que son pocas’, y ‘Apunten, preparen, fuego’. Nadie se puso al lado de ellas, las víctimas. Miraban en silencio. Y algunos aplaudían a los represores.
No hay antídoto para detener la violencia estatal nacida con la revolución en 1959. Pero todo es hasta un día. Y como sentenció el ex oficial jubilado, «la represión puede convertirse en un boomerang».
En plena pandemia del coronavirus, el régimen carece de una estrategia para reactivar una economía a punto de desmoronarse y para incentivar los pequeños negocios que prácticamente han quebrado. No existe un plan de contingencia ni de futuro. Solo escasez y represión.
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