Por Roberto Álvarez Quiñones.
Posiblemente muchos en Cuba no se han dado cuenta, salvo los economistas, de un absurdo que por sí solo expresa el carácter inviable del estatismo castro-estalinista en la economía.
Resulta que según cifras publicadas por Cubadebate ya en la Isla el 33% de la masa trabajadora que está empleada labora en el sector privado, pero aporta solo un 7% al Producto Interno Bruto (PIB), de acuerdo con los cálculos de economistas residentes en Cuba.
Increíble, pero cierto. En la esfera no estatal de la economía cubana hay 1,5 millones de trabajadores entre campesinos individuales, cooperativistas, usufructuarios de tierras estatales y cuentapropistas urbanos. Estos últimos, los citadinos, son como grupo el más numeroso, pues suman unos 600.000.
¿Cómo es posible que la tercera parte de toda la masa laboral empleada en la Isla aporte tan poco al PIB? Si eso ocurriese en EEUU, Alemania, Japón o España esos países no formarían parte del Primer Mundo. Así de simple.
Y de ese 7% privado que va al PIB, la mayor parte la aporta la agricultura, según estiman economistas en la Isla. O sea, los negocios urbanos cubanos aportan menos al PIB que los agricultores, algo inaudito. Lo normal sería al revés.
Insólito es también que toda la agricultura cubana, la estatal y la privada en conjunto, solo aporta un 3,7% al PIB, según datos oficiales. Eso explica por qué Cuba importa el 80% de los alimentos que consume.
En las naciones del Primer Mundo el porcentaje que aporta la agricultura (toda privada) al PIB es mucho más bajo que en las naciones menos desarrolladas y pobres. Es lo lógico, pues los bienes industriales tienen mucho más valor agregado. En EEUU, el aporte agropecuario es de 0,9%; en Alemania, 0,8%; Japón (1,2%); España (2,7%), pero en Bangla Desh es de 12,7%, y en Etiopía es de 33,9%. En Latinoamérica varía desde un 3,5% en Chile y México; 7,2% en Argentina, y 5,9% en Uruguay, hasta un 19,5% en Haití; 17,9% en Guatemala, o 15% en Nicaragua.
Esta anormalidad del caso cubano se debe a tres factores: 1) el mayor aporte del sector privado al PIB, dentro de ese 7%, lo hacen los agricultores, cuya producción tiene poco valor agregado; 2) al cuentapropismo se le excluye de la producción industrial, y es limitado a servicios primarios de poco valor añadido; y 3) se prohíbe la participación de los profesionales universitarios, como entes privados, en la economía, lo que la priva del aporte de estos en know-how pericia, experiencia, e innovaciones tecnológicas.
Se impide la formación bruta de capital fijo para invertir.
Esas trabas impuestas imposibilitan al sector privado aportar en grande al PIB, ya que se impide la formación bruta de capital fijo (FBCF), algo fundamental para que una economía crezca.
La FBCF se refiere a la producción de bienes duraderos, sean tangibles o intangibles, como maquinaria, construcción de edificios o viviendas, equipamiento industrial y de oficinas, computadoras, etc (en países capitalistas se incluyen la compra de acciones, bonos y otros valores). En contabilidad eso se llama activo fijo, y se destina fundamentalmente a la inversión, no al consumo. Esa es la "magia" que hace crecer a toda economía normal en este mundo.
Pero Cuba no es un país normal. Esa "magia" fue dinamitada a mediados del siglo XX por el dueto Fidel Castro-"Che" Guevara. Seis décadas después, el dictador Raúl Castro no solo se niega a liberar las fuerzas productivas, sino que excluye al sector privado de la esfera de la producción industrial. Solo le permite prestar servicios rudimentarios no productivos, como los que había antes de que Da Vinci pintara la Mona Lisa.
Por eso Cuba es un país descapitalizado. Según los economistas, su tasa de ahorro e inversión anual no llega al 8%-9% del PIB, menos de la mitad del promedio de un 20% en América Latina. Por ejemplo, en República Dominicana es de un 22%, en Nicaragua (24%), México (24%), Perú (20%), México (23%). Incluso en Haití es de 24%, según el Banco Mundial.
En fin, destartalado sector estatal castrista produce muy poco y encima no permite que los negocios privados produzcan industrialmente los bienes de consumo que el Estado es incapaz de producir.
Si un emprendedor quiere ampliar su tallercito de reparación de calzado para producir zapatos, o carteras de mujer, no puede. Las leyes y la propia Constitución se lo impiden. A los cuentapropistas y a todo ciudadano se les prohíbe invertir capital en su propio negocio, para ampliarlo o mejorarlo. El Estado les pone un techo muy bajo. Si sus ingresos superan ese tope va a la cárcel por "enriquecimiento ilícito". En otras palabras, Raúl Castro es el mismísimo perro del hortelano: ni produce ni deja producir.
La dictadura se niega también a liberar el campo y dejar que los campesinos y usufructuarios produzcan lo que quieran y vendan libremente sus cosechas a la población a precio de mercado. Eso aumentaría exponencialmente la producción alimentaria y evitaría la ya al parecer inevitable hambruna en Cuba.
La "Tarea Ordenamiento" es más de lo mismo.
En cuanto a la "Tarea Ordenamiento", anunciada pomposamente por el administrador del régimen, Miguel Díaz-Canel, ya nace tarada de oficio, pues no rectifica el error fatal de excluir al sector privado de la producción industrial e insiste en mantener la camisa de fuerza con la que impide el desenvolvimiento de la iniciativa privada.
Contempla la reunificación monetaria, necesaria pero que con la economía en crisis disparará la inflación; la dolarización del comercio minorista y mayorista, así como la eliminación de subsidios y gratuidades; aumentos de salarios (que serán engullidos enseguida por la inevitable inflación) y otras medidas.
O sea, dicho ordenamiento (¿de qué?) se queda en la esfera de la circulación y los servicios no productivos. No incentiva la creación de capital fijo, ni estatal; ignora al 33% de la masa laboral activa en el sector no estatal. Es solo un intento desesperado e irresponsable de resucitar el cadáver insepulto del sector estatal. A la propiedad privada se le aplicará un poco de maquillaje pero seguirá sometida con la misma camisa de fuerza estatal con la acogota hace rato.
No está en los planes del castrismo darle espacio al sector privado en la esfera de la producción. El binomio RaúlCastro-Díaz Canel insiste en hacer lo que para Albert Einstein era un claro síntoma de locura: hacer lo mismo una y otra vez, y esperar resultados diferentes.
Y algo muy importante, las trabas para seguir constriñendo a los negocios privados las imponen el propio dictador y sus militares para que no puedan competir con el capitalismo militar de Estado que ya ellos montaron en las sombras para su exclusivo beneficio.
Con respecto al afán de esa cúpula político-militar de captar dólares en las tiendas en divisas, o mendigándolos a EEUU, encaja muy bien un comentario del humorista Ulises Toirac, residente en Cuba, quien no hace mucho escribió en las redes sociales: "¿Y si en vez de captar dólares, nos ponemos pá producirlos?"
Cierto, de lo que se trata no es de arañarle dólares a los emigrantes cubanos a los que una vez les tiraron piedras y huevos podridos por "vendepatrias", sino de producir, no dólares sino pesos cubanos con valor de cambio real afincado en la producción industrial, agropecuaria, minera, pesquera, y un pujante comercio interno, como ocurría en Cuba antes de 1959, cuando el peso cubano era convertible en dólares al instante, en cualquier banco y a la par, o sea, 1x1.
Moraleja: si no se liberan las fuerzas productivas y se permite la actividad privada en la producción industrial, solo como el primer paso para desmontar el castro-estalinismo, Cuba se parecerá cada vez más a Haití o a Burundi.
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