Por Iván García.
En la tienda Isla de Cuba, frente al Parque de la Fraternidad, en el corazón de La Habana, una mujer con un brazalete rojo reparte tickets de cartón con un número estampado en bolígrafo a cientos de personas que hacen cola para comprar muslos de pollo.
El mercado abre a las nueve de la mañana, pero desde las dos de la madrugada se comenzó a organizar la cola. Mayara, una mulata obesa, en una libreta escolar anota los nombres de quienes llevan tres días esperando para comprar pollo o lo que aparezca. Es como un sorteo, dice, “la gente hace la cola sin saber lo que van a vender. A veces es pollo, picadillo de pavo, perritos (salchichas) o no llega nada”.
Las colas en Cuba son una especie de terapia colectiva. En ese lapso de tiempo, la gente hace catarsis. Usted se entera de un crimen pasional, una receta de cocina o el gigantesco operativo dispuesto por fuerzas combinadas de la policía y agentes de la Seguridad del Estado en el exterior del domicilio donde vive el artista visual Luis Manuel Otero Alcántara y quien junto a una docena de activistas del Movimiento San Isidro llevan tres días haciendo una huelga de hambre para reclamar la libertad de su colega Denis Solís, músico urbano.
El trozo de la geografía habanera donde se encuentra la tienda Isla de Cuba es muy peculiar. Si vienes desde el sur de la ciudad, la calle Monte delimita, a la izquierda con Centro Habana y a la derecha con Habana Vieja, dos municipios duros, con cientos de viviendas que amenazan con derrumbarse y a cuyos pobladores el régimen considera ‘contrarrevolucionarios’, porque en esos barrios se practican juegos prohibidos, se prostituyen los jóvenes y se venden drogas y sicotrópicos. Allí Díaz-Canel no es muy popular, aunque la gente prefiere pasar de la política. Se prioriza la ‘lucha’. Un término popular equivalente a sobrevivir, prosperar, en las difíciles condiciones del anacrónico socialismo marxista cubano.
Mayara es una ‘luchadora’. Se dedica a la compra y reventa de alimentos. Tiene cuatro hijos, dos de ellos en la cárcel. Ella vive en San Isidro, cerca de la sede del Movimiento San Isidro que a su vez es la casa de Luisma, como le dicen a este habanero nacido hace 31 años en El Pilar, en el municipio Cerro. Su vida fue similar a la de muchos niños de estos barrios pobres. Una madre con un salario mínimo que debió mantener la familia con el esposo preso. Luis Manuel creció viendo a los ‘ninjas’ del Pilar robar sacos de detergente de la fábrica Sabatés desde un camión en marcha. De adolescente vendió ladrillos extraídos con cincel y martillo de edificaciones deshabitadas. Fue corredor de medio fondo, practicó lucha libre, pasó hambre y sufrió bullying por ir a la escuela con unos zapatos horribles, recordaba en la primera entrevista que le hice en febrero de 2018.
Luisma está convencido que si no se hubiera inclinado por el arte hoy fuera un emigrado. O un recluso. Su nombre comenzó a sonar en el mundo de las artes visuales en 2011, con la exposición titulada Los héroes no pesan, presentada en una galería del Cerro. Siempre contestatario. Irreverente. Provocativo. Genera más simpatía que antipatía. Habla a una velocidad alucinante. Un tipo dotado de una capacidad de liderazgo y una inteligencia natural que le permite aglutinar a su alrededor a sus allegados y enfocarlos en una causa común.
Mayara, la mujer que organiza la cola en la Isla de Cuba, comenta en voz baja que por estos días “San Isidro está en candela. Se llevaron preso a un amigo de Luisma y se plantaron afuera de la estación de policía de Cuba y Chacón. Los metían presos, los soltaban y al día siguiente volvían a pararse frente a la unidad. Esta gente (los del régimen y la Seguridad del Estado), sancionaron a Denis a ocho meses y ardió Troya. Ahora están haciendo en huelga de hambre. Hay más policías y segurosos que nunca. Los hombres de San Isidro son unos pingúos y las mujeres unas papayúas”.
En los alrededores de la casa de Luis Manuel, a un costado del Puerto de La Habana, dos camiones antimotines están parqueados frente a un antiguo almacén. También hay varios autos patrulleros, dos ambulancias y un ómnibus de transporte urbano. “Es para conducirlos al hospital o llevarlos detenidos si las autoridades deciden irrumpir en la casa y acabar con la huelga de hambre”, comenta un vecino de San Isidro.
La gente se arremolina en las esquinas para ver lo que pasa. Una cinta amarilla impide el paso a personas y vehículos en la calle donde radica la casa de Otero. Decenas de agentes de la Seguridad del Estado vestidos de civil merodean la zona. El barrio de San Isidro ha sido ocupado. “Están llevando tensos a los vecinos, saben que la mayoría se solidariza con ellos, pero en silencio. El país está muy jodido. No sé cuándo saldremos del hueco”, dice un señor.
Cuando se pregunta por qué la gente no protesta por la violencia policial contra el Movimiento San Isidro y hasta cuándo los cubanos van a soportar en silencio el descontento social, el desabastecimiento y la pésima administración del país, un vecino responde que él no se mete en política y menosprecia los beneficios que le aportaría un sistema democrático.“Todo va a seguir igual, men. Los pobres, seguiremos siendo pobres. La democracia no se jama. Pa’que voy a hacer una manifestación en el Parque Central si no tengo trabajo. Es verdad que el gobierno debiera renunciar, son 61 años de muela y no resuelven nada. Pero si me meto en un grupo disidente ¿qué resuelvo? Que a cada rato me den palizas o me metan presos. Esos jóvenes son unos cojonudos, pero están locos. Esto no hay quien lo tumbe, ni con huelgas de hambre ni con las redes sociales. Esta mierda se cae si tienes al ejército de tu lado».
A los residentes de San Isidro, Jesús María y otros barrios de La Habana profunda no les gusta hablar de política delante de un desconocido. Critican al gobierno, el burocratismo y la letal ineficiencia. Pero de ahí no pasan. Están convencidos de que el sistema no funciona, que la corrupción es imparable y que los dirigentes son una pandilla de sinvergüenzas. Pero no quieren, o no saben, cambiar la situación. Alcides, graduado en ciencias políticas, explica que en nuestra ciudadanía “no existe una cultura jurídica, no tienen suficiente información y no poseen conocimientos políticos sólidos. Estamos hablando de varias generaciones de cubanos que nacimos con los derechos conculcados. Las violaciones a nuestros derechos ya lo vemos como algo normal”.
Luis Cino, periodista independiente, afirma que conoce mucha gente que «nada tiene que ver con la oposición y se han enterado del caso del Movimiento San Isidro por las redes sociales y están muy impresionados y preocupados por el destino de esos muchachos. Pero no logran vencer el miedo. Y de la prensa extranjera que decirte. Se han dejado intimidar, les es más cómodo seguir tranquilos en sus corresponsalías sin buscarse problemas”.
Carlos, sociólogo, opina que para que una oposición pacífica logre cambios y consiga un amplio apoyo popular en un régimen autocrático como el cubano es sumamente complejo. “La represión y el control social en las sociedades marxistas es rigurosa y sistemática. Excepto con el Sindicato Solidaridad en Polonia, el Grupo de los 77 en la antigua Checoslovaquia y algunas protestas multitudinarias en la RDA, antes de la caída del Muro del Berlín, en los regímenes comunistas los cambios llegan de arriba hacia abajo. Y la Seguridad del Estado suele chantajear y amenazar a los corresponsales extranjeros acreditados en Cuba. Muchos no quieren tener problemas y ser expulsados del país. Y entre la población, el miedo es el factor principal para que la gente no emplace al gobierno. Por eso nadie sale a protestar cuando la disidencia hace convocatorias”.
Mayara se aleja de la cola en la tienda habanera, mira a ambos lados de la calle para cerciorarse de que no hay soplones y dice: “Mi’jo, los cubanos tenemos un miedo que nos cagamos. Somos guapos para fajarnos a trompones con cualquiera por cualquier bobería. Pero para exigir nuestros derechos somos tremendos pendejos. Llegará el día que se pierda el miedo. Ese día La Habana va a temblar”. El Movimiento San Isidro espera por ese día.
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