Por Pedro Corzo.
La noche de los cristales rotos. Alemania 1938.
Recientes acontecimientos me hicieron recordar un comentario de mi difunto padre en aquellos horrendos días cubanos de 1959, en los que muchos fusilados tuvieron que cavar sus propias tumbas y Ernesto Guevara y Ramiro Valdés, con el visto bueno de los hermanos Castro, repetían sin cesar: “Ante la duda mátalos”.
Mi padre en su celda, viendo los ataúdes donde iban a sepultar compañeros suyos me dijo: “la oveja más tierna se puede transformar en un lobo feroz, la mayor parte de las veces solo hay que convencerla de que está haciendo el bien, y si a eso le sumas impunidad y el desamparo de sus contrarios, arrasan con todo lo que encuentren a su paso”.
Aquellos fueron tiempos en los que un amplio sector de la población cubana manifestó un profundo desprecio y ansias de destruir todo lo que no fuera suyo, incluida la vida de los otros. Fueron jornadas inolvidables, de histeria colectiva, como bien la bautizara el historiador Enrique Encinosa en el documental Al filo del Machete, del Instituto de la Memoria Histórica Cubana contra el Totalitarismo y dirigido por Pedro Suárez “Tintín” y Luis Díaz.
Esa ha sido durante más de sesenta años la Cuba castrista. Víctimas reales y supuestas transformadas en verdugos. Interminables noches de cristales rotos en las que los iluminados, sedientos de una justicia hecha a su medida, se lanzaron a las calles a vengar agravios reales o ficticios, pero que una atroz conducta transformó en nimiedades.
Siento un profundo respeto por todo aquel que ha sido abusado. Creo en la Justicia y en el derecho de aspirar a ella sin importar el tiempo transcurrido. La culpa nunca debe extinguirse, por eso anhelo con ansias el día en el que los que destruyeron mi país paguen sus cargas. No obstante, ese afán de justicia no justifica las depredaciones en su nombre, y menos los abusos contra quienes no tienen responsabilidad por los sucesos.
Hay dos historias negras del nazismo que siempre recuerdo. “La noche de los cuchillos largos” y la “Noche de los cristales rotos”, esta última con mucho más pavor que la primera.
La noche de los cristales rotos fue violencia dura y cruda contra ciudadanos inocentes, contra propiedades adquiridas con mucho esfuerzo. Fue una agresión total a la dignidad humana, al decoro y a la seguridad de personas ajenas al conflicto. Nada justifica esa noche, menos la propaganda criminal de los Joseph Goebbels de aquel tiempo, como tampoco el vandalismo que practican grupos extremistas en sociedades democráticas en estos, como las que estamos apreciando en este y otros países del hemisferio.
Aquella jornada abusiva del nueve y 10 de noviembre de 1938 puede ocurrir en cualquier lugar. No hay país capaz de garantizar que sus corderos nunca se convertirán en lobos. Una justa protesta, una demanda de justicia más que justificada se va de cauce y presenciamos a varios ciudadanos actuar como depredadores con igual intensidad que la que estaban repudiando.
El afán por la justicia nunca debe conducir a nuevos crímenes. He visto imágenes en las que supuestos justicieros escogen a sus víctimas y las maltratan como si fueran los criminales que en su momento agredieron a personas inocentes. Recuerdo una joven que fue increpada y agredida por manifestantes porque esta no se arrodilló como le exigían. Es incomprensible que quienes reclaman con toda justicia respeto a sus derechos incurran en iguales vejaciones que las de sus agresores.
Hace unos días vi un video de varias personas que ingresaron a un restaurante a exigir a los comensales que se sumaran a su protesta, una pareja aparentemente se negó, y una joven, que se apreciaba airada, los exhortaba con mayor vehemencia. Esto me hizo recordar cuando a principios de la década del 60, en Santa Clara, activaban las luces de los cines para ver quienes no se sumaban a los masivos aplausos a favor de Fidel Castro.
Hay que estar alertas para no reinventar los tiempos de la inquisición, o para que a un sesudo salvador de almas no se le ocurra elaborar un nuevo índice de libros, películas u obras de cualquier clase que por los motivos que considere deben ser prohibido. Por muy ofendido que te sientas no tienes el derecho de atentar contra tus semejantes.
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