lunes, 18 de enero de 2021

Cuba en “ordenamiento”: Tantas casualidades y torpezas nos vuelven suspicaces.

Por Ernesto Pérez Chang.

La tragedia que viven millones de cubanos es descomunal.

“Si no nos morimos de esta, entonces quedaremos locos”, me ha dicho alguien en la calle cuando hablábamos de lo único que comentan cubanas y cubanos por estos días: los precios abusivos, el hambre, los dólares que hay que luchar, la burla del “aumento salarial” y la estafa del “reordenamiento económico”.

Tan solo el trauma de ver los ahorros convertidos en humo les ha hecho olvidar lo que pasó con los huelguistas de San Isidro. Lo que diga Humberto López en el NTV les resbala; no les preocupan Trump, Biden ni Raúl Castro, tampoco si hay o habrá una vacuna contra el coronavirus o si WhatsApp, Facebook y Google venden o venderán algún día su “privacidad” a una compañía cualquiera, desconocida, que al final resulte ser una pantalla del Ministerio del Interior, en su afán de perpetuarse como el big brother orwelliano o, en su defecto, emular el sistema Pre-Crime de Minority Report. 

Puede ser que exagere, que delire, que me exceda en generalizaciones pero es que hoy la tragedia que vivimos los millones que hemos quedado prisioneros del “sistema” —más que de la insularidad— es descomunal, demencial, catastrófica y general. 

Sí, general, total. Porque, si es cierto que existe un grupito —ya sea a las sombras del poder o apuntalados por las remesas— a salvo de la hambruna, también lo es que nos adentramos todos, sin excepción, en el momento más incierto de los últimos 30 años. 

Un terreno de arenas movedizas donde pudiéramos estar asistiendo a los estertores finales de un régimen. Pero igual nadie sabe lo “bueno” o “malo” que habrá de sustituirlo, reemplazarlo, o si el caos actual, el momento de incertidumbre que vivimos, es apenas virulencia de una metamorfosis al estilo ruso, en donde el verde olivo de una casta cambiará definitivamente en ese otro tono de verde, mucho más seductor: el de la Reserva Federal. 

Al menos una cosa ha quedado clara en estos años de “camaleonismo revolucionario”, incluso anteriores a la caída del Muro de Berlín; y es que mientras los socios políticos y comerciales les aseguren perpetuarse en el poder, harán lo que tengan que hacer, no importa si se los pidiera el papa, la Unión Europea, los Estados Unidos, China o Rusia. Porque no renunciarán al sueño de “cambiar todo lo que deba ser cambiado”, es decir, de transformarse de militares a empresarios.

Lo cierto es que, tal como el régimen ha manejado los últimos acontecimientos, de modo tan contradictorio, pareciera que al menos una facción del propio poder se alista a dar el golpe final sobre el tablero de juego, echando al suelo todas las piezas, las blancas y las negras, incluidos “reyes” y “reinas”, en una especie de, llamémosle, “rebelión silenciosa de los alfiles”. 

Han sido demasiados “descuidos” y “torpezas” en tan breve tiempo para creer que en verdad lo son. O al menos serían el resultado de esas facciones que se enfrentan. Unas, aprovechando lo inevitable del cambio y acelerando la caída, mientras se aseguran como poder económico; otras, las más retrógradas, intentando a toda costa desviar la atención del principal asunto político echando mano a los recursos que conoce de toda la vida: desabastecimiento, miedo, silenciamientos, control policial. 

Así, me cuesta trabajo creer que haya sido “burrada” o “casualidad”, muchos menos “ingenuidad”, que el “reordenamiento” fuese iniciado precisamente en medio de la más importante crisis política provocada por un grupo opositor y, además, durante el vórtice de la pandemia. 

En cuanto a esta última, me continúa pareciendo extremadamente raro, rarísimo, que el aumento casi incontrolado de los casos de contagios por COVID-19 no hubiese sido previsto cuando se decidió la entrada masiva de extranjeros y cubanos residentes en el exterior sin exigírseles una prueba de PCR negativa previa al viaje, habiéndose desmontado los centros de aislamiento y, sobre todo, en medio de la promoción de actividades políticas multitudinarias por todo el país.

Un relajamiento de los protocolos sanitarios y de la vigilancia epidemiológica precisamente cuando los candidatos vacunales cubanos, para poder pasar a la tercera fase de prueba, necesitaban de una población con un alto índice de contagios. Fue precisamente por ese detalle de avanzar en los ensayos finales, además de garantizar la producción a gran escala de la vacuna, que debieron llegar a acuerdos con Irán, donde el número de enfermos era el ideal. 

O son demasiadas coincidencias o tanta “mala intención” que nos rodea me ha vuelto demasiado “suspicaz”.   

Pero, retornando al tema del extraño manejo de la crisis política, tampoco puede ser casualidad que los “antídotos” mediáticos empleados por el Partido Comunista hayan sido el aparente desatino de echarle más leña al fuego. Porque si se tratara de calmar los ánimos, lo más coherente con el usual modo de actuar del régimen durante más de medio siglo, hubiera sido no llamar la atención sobre una oposición y unos medios de prensa independientes cuyas existencia e importancia siempre han sido negadas.

Pero resulta muy interesante el hecho de que, casi a diario, ocupando prácticamente la totalidad del tiempo de la edición estelar del NTV, se reitere una letanía de nombres y rostros, incluso hasta se enfatice en cuáles son los medios de prensa y los perfiles en redes sociales donde hay que acudir a seguirlos y leerlos. 

Los resultados de tanta propaganda ya son verificables en el aumento del número de seguidores en Internet que han ganado esos “enemigos” tan solo en los últimos días.

Propaganda negativa, difamaciones pero, paradójicamente, promoción de la buena en tanto una parte significativa del público que sintoniza todas las noches el noticiero de televisión es, precisamente, la que conforma ese ejército creciente de afectados, decepcionados, desesperanzados, burlados, abandonados, disgustados, otrora “revolucionarios fieles”. Son los que no toleran más mentiras porque han descubierto que su realidad está mucho mejor reflejada en el paquete semanal y en Internet que en los medios de prensa oficialistas donde se intenta dibujar un país de las maravillas que no existe, que jamás existió más allá de las promesas.

Hoy en las redes sociales se verifica, sin confusión alguna, cuáles son las fuerzas que inclinan la balanza de la “popularidad”. Y no son precisamente las que durante más de 60 años, desde el poder, han apelado a un populismo que ahora, con las terapias de choque, se revela como elitismo rampante de un grupo mucho más preocupado por acumular dólares que por mantener las “gratuidades indebidas” que ayer fueran “conquistas de la Revolución”. 

A diferencia de lo que me señalan algunos amigos en nuestros acalorados debates, y hasta de lo que yo mismo he llegado a pensar en ocasiones, cada día me convenzo más de que no hay locuras, torpezas y casualidades en el modo de desarrollarse los acontecimientos de los últimos meses. 

Intuyo que lejos de ser artimañas de pescadores y grumetes, de amotinados que aspiran a tomar el barco teniendo como armas apenas la pasión, hay “capitanes” demasiado listos que, a resguardo del puente y sin soltar el timón, aprovechan las aguas revueltas para que entre las sacudidas del oleaje y el mareo que nubla el entendimiento, no veamos cuál es el verdadero rumbo que lleva la nave nacional.

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