Por Iván García.
Anciano vendiendo mani y chiviricos.
La última vez que Olga Lidia, 76 años, maestra jubilada, se lavó la cabeza con champú fue hace catorce meses. Pero hace más tiempo aún que ella ni su esposo Ricardo, 78 años, también jubilado, no toma cafén auténtico, no el sucedáneo de pésima calidad que venden por la libreta de racionamiento. A falta de pasta dental, se cepillan los dientes con jabón de lavar. Algunas noches, después de ver la novela en la tele, se ponen hablar de comida.
«¿Qué quisieras comer?», él le pregunta. “Un bistec de res con papas frita”, ella responde. Cuando tienen hambre, tuestan pan viejo al que luego le añaden aceite, ajo y sal. Antes de ir a la cama, planifican lo que harán al día siguiente. Olga Lidia hará la cola a ver si alcanza pollo y Ricardo recorrerá los agromercados en busca de viandas, cebollas, vegetales y frutas.
Cuando usted le pregunta al matrimonio cuál es su mayor deseo, recibirán una respuesta concreta: “Que haya comida”. Pero su lista de aspiraciones es más larga. “No tener que hacer colas. Que no falten las medicinas y poder comprarlas con nuestras pensiones. Y que los precios no sigan subiendo”.
Los que peor están pasando la feroz crisis económica, un desabastecimiento generalizado y el estrafalario ordenamiento económico decretado por el régimen, son los cubanos de la tercera edad. La mayoría aplaudió a Fidel Castro. Se movilizaron para realizar jornadas de trabajo voluntario, no tuvieron miedo a que desapareciera la Isla del mapa durante la crisis de los misiles en octubre de 1962 y se fueron a misiones de guerra en África. Son los jubilados de la revolución. Los hombres y mujeres que el socialismo castrista les prometió un futuro luminoso.
Guillermo, 71 años, mueve la cabeza de un lado a otro cuando recuerda aquella etapa. “Lo que decía Fidel era sagrado. Nadie ponía en duda su palabra. Fui de los que creía que Cuba iba a producir más carne de res que Argentina, más leche que Suiza y más queso que Holanda. Al final todo fue mentira”, dice Guillermo, sentado en un silla de ruedas en la Calzada de Diez de Octubre. Sobrevive vendiendo baratijas. Es uno de los 184 mil ciudadanos que en el país reciben una magra pensión de la asistencia social. “Me daban una mierda. Ahora me la subieron a 770 pesos que no me alcanza ni para pagar la comida que le venden a los necesitados en los comedores del SAF (Servicio de Atención a la Familia)”.
Aunque los ancianos son los grandes perdedores de las tímidas reformas de Raúl Castro, la perenne crisis económica y el reordenamiento monetario, el resto de la población cubana se siente al límite. Norge, 50 años, emprendedor privado, cuando compara el Período Especial con la ‘situación coyuntural’ de Díaz-Canel, opina que la única ventaja de la actual crisis es que no han llegado los apagones. “El Período Especial fue gradual. Comenzó en 1989 y dos años después, en 1991, Fidel alardeó de estabilidad económica y organizó los Juegos Panamericanos en La Habana. Los años más duros fueron del 92 al 95. Pero esta crisis económica se me antoja más dura. Y solo estamos comenzando”.
Por primera vez, en las más de seis décadas de autocracia verde olivo, el descontento popular con medidas emprendidas por el gobierno es casi unánime. En la calle, en las colas, en los añejos taxis colectivos y en las redes sociales, los cubanos de a pie no disimulan su enojo.
Las críticas al gobierno son subidas de tono. La pandemia aceleró y empeoró la situación económica. En diez meses, los cubanos han tenido que cumplir confinamiento, hacer colas durante días para comprar comida y ver como se multiplican por cuatro o cinco los precios de alimentos, aseos y medicinas.
La llamada Tarea Ordenamiento, una estrategia del gobierno para aumentar la capacidad exportadora de sus empresas y aminorar los subsidios estatales, ha sido el detonante del descontento popular. El régimen intentó vender el proyecto añadiendo una sustancial subida de salarios, pero en la práctica, mire como se mire, las nuevas medidas son un paquetazo neoliberal. Los sueldos subieron entre dos y cuatro veces, pero los precios se dispararon entre dos y veinte veces o más.
Según Gustavo, economista, el proceso inflacionario, que comenzó a crecer en los meses de pandemia, va camino a una inflación descontrolada. “El actual panorama tiene todos los ingredientes para convertirse en una híper inflación estilo venezolana. Subida de salarios sin respaldo productivo, desbarajuste económico, decrecimiento del 90 por ciento de los renglones productivos y crisis alimentaria por falta de fertilizantes y combustibles. A ello se suma que Cuba dejó de pagar la deuda al Club de París por falta de liquidez. Si en los próximos diez meses los sectores productivos no reaccionan, la opción del gobierno será echar a andar la maquinita de hacer dinero. El panorama es negro. La única salida, como yo la veo, es abrirse al mercado, vender cientos de empresas improductivas y privatizar a gran escala la agricultura, gastronomía y otros polos económicos”.
Por si no bastara, en los dos últimos meses, desde que Cuba abrió de nuevo las fronteras, surgieron rebrotes del Covid-19. De decenas de casos diarios se pasó a cientos (más de 200 diariamente en los últimos días). Las autoridades sanitarias no tienen contemplado comprar vacunas a Estados Unidos, China o Rusia. Apuestan por los cuatro candidatos vacunales desarrollados por la industria biotecnológica y farmacéutica local.
Una fuente dijo a Diario Las Américas que no “se puede decir que las vacunas cubanas sean un fracaso. Tenemos científicos capaces. Pero crear una vacuna o un medicamento lleva tiempo y recursos. Y los recursos nuestros son limitados. Y aunque los dirigentes intentan acelerar la vacuna -Díaz-Canel ha visitado el instituto de biotecnología varias veces- es un proceso que se debe certificar y comprobar antes de comercializarla. Por mi experiencia, creo que el proyecto con mejores opciones es Soberana 02. Pero no creo que salga antes de la primavera. Por tanto es responsabilidad individual y del Estado mantener un estricto control al Covid-19. La baja percepción de riesgo de la población está propiciando que aumente el contagio. Pero no se puede culpar solo a la población, el gobierno también bajó la guardia. Desde un principio se debió exigir a los viajeros que llegaban a Cuba un PCR negativo. Por intereses monetarios, se optó por hacer el PCR aquí cobrando 50 dólares”.
Para frenar el contagio, se comenzaron aplicar nuevas medidas de confinamiento, no tan rigurosas como las de la primavera pasada o la aplicada en La Habana en septiembre. A partir del sábado 9 de enero, el transporte público trabajará de cinco de la mañana a nueve de la noche. Después de las siete de la tarde todos los centros gastronómicos deben cerrar. Los bares, gimnasios y discotecas estarán cerrados hasta nuevo aviso. Desde el mes de enero, disminuyó el número de vuelos internacionales. American Airlines, de alrededor de veinte vuelos diarios, solo está efectuando siete.
La disminución de turistas y de cubanoamericanos que visitan a sus parientes pobres impactará en el flujo de dólares que circula en el mercado subterráneo, único suministrador de divisas a la población, pues los bancos estatales por falta de liquidez no están vendiendo dólares. Esta reducción de visitantes y la falta de oferta de bienes y servicios han provocado el aumento de la cotización del dólar paralelo. Mientras el Estado lo cotiza artificialmente a un dólar contra 24 pesos, en el mercado negro subió de un dólar por 40 pesos a un dólar por 50 pesos.
Si damos crédito a un cambista ilegal, en las próximas semanas “de mantenerse la poca llegada de viajeros y las tiendas desabastecidas, con el aumento de salarios, muchísima gente buscará comprar dólares, pues es la única manera de conseguir artículos de primera necesidad. Dentro de un mes el dólar se cotizará a uno por 70 pesos”. Al alza del billete verde, se añade que cada uno de los productos y servicios ofertados han subido de precio.
“Es un escándalo. Una pizza casera que costaba 12 pesos ahora vale 35. Un dulce de 5 pesos subió a 10 o 15. Un pelado de mujer, de 25 a 60 pesos Ahorita en vez de café vamos a tener que desayunar dinero”, acota Diana, oficinista. No obstante, considera Olga Lidia, los que más están sufriendo son los ancianos y los jubilados. “Somos los que menos dinero recibimos, los que peor nos alimentamos y ya no tenemos energía para estar haciendo cola todo el día. Además de ser las personas de más riesgo por la pandemia”.
Lo peor de la actual crisis económica en Cuba, vaticinan algunos expertos, es que todavía no hemos tocado fondo.
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